CON TIROS NO ALCANZA --- Hugo Esteva
Unos veinte años atrás pregunté a un colega colombiano, hoy Decano de una
importante Facultad de Medicina en Bogotá, qué eran las FARC. No dudó un
instante en contestar: “Son un gran negocio”. Y enseguida me explicó que, más
allá de toda ideología, la guerrilla colombiana se había transformado en una
enorme empresa de secuestros y tráfico de drogas.
El tiempo no ha hecho sino darle la razón. Pero, peor, si en aquel momento el
gobierno de Uribe había empezado a acorralar a los terroristas, hoy Santos –su
prójimo/traidor- pacta con ellos sin reproches ni sanciones. El “negocio” va a
continuar creciendo.
Otro tanto ocurre con el SIDA, cuyas
cifras siempre en aumento vienen dejándose en pudoroso segundo plano de la
información desde hace tiempo. Occidente, sitio de origen de la generalización
de la enfermedad a través del inquieto tránsito aéreo de sus homosexuales,
sigue acrecentándola. Para los interesados en números, hay 36 millones de
infectados en el mundo (algo menos de un país como el nuestro), con 4% de
aumento anual. En Brasil había 734.000 infectados, con 44.000 nuevos casos y
16.000 muertes en 2014; y hubo un aumento de 40 mil a 45 mil casos por año
entre 2010 y 2015 (UNAIDS Brasil y Bom dia Brasil Globo.com). Entre nosotros hay 120.000
infectados, con 6.500 casos nuevos y 1.400 muertos en 2015; la cifra de nuevos
casos se triplicó en la última década; sí, la década ganada (La Nación,
20/VII/16). Todo esto a pesar de cierto control de la enfermedad gracias a los
fármacos retrovirales entregados con generosidad por los gobiernos y a pesar
de la propaganda a favor de los preservativos, ya que el grupo en que la
endemia crece más sigue siendo el de los “hombres que tienen relaciones con
hombres”, como los califican los políticamente correctos (fuentes
citadas).
El asunto es grave y hasta la ONU
confiesa que no va a llegar a la meta -siempre la utopía- de erradicar el SIDA
en 2030, y teme retroceder. Todo a pesar de las campañas como la de nuestro
Ministerio de Salud kirchnerista, o como la del Comité Olímpico, que no han
hecho sino fomentar la promiscuidad.
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No tengo dudas sobre la buena fe que
mueve al actual Gobierno al plantear la lucha contra el narcotráfico.
Fomentarlas sería adscribirse a la rastrera mentalidad de los kirchneristas
que no sólo usan la droga sino que muy probablemente la negocian. Seguramente
habrá que afirmar fronteras y meter presos traficantes. Pero no va a ser
suficiente.
El problema de la droga, como el del
SIDA, es cultural. Y la cultura de la adicción y de la promiscuidad calan ya
hondo en nuestra sociedad. Que lo digan, si no, los padres que tienen que ir a
“hacer guardia” a la entrada de las fiestas de sus hijos quinceañeros (“chicos
de buenos colegios”, por lo general) para evitar la entrada subrepticia de
alcohol.
Los señores periodistas se
escandalizan cuando un obispo lúcido condena por experiencia la sexualidad sin
sentido. Son los mismos que aplauden la invasión a un convento de monjas
libres y adultas que se sacrifican por amor a Dios y al prójimo (cosa que no
pueden concebir). Y frente a esos periodistas -sean del signo político que
sean, pero todos coincidentes en su concepción desaforada de la vida- el
Gobierno tiene miedo porque carece de argumentos para sostener la idea de una
sociedad mejor.
Es lo más grave que nos puede pasar,
porque esa ignorancia (no han leído casi nada) va a terminar con todas las
mejores intenciones.
Los tiros pueden hacer falta en algún
concreto momento y frente a un enemigo refractario. Pero no van a alcanzar.
Esta lucha, como tantas otras, sólo se gana en el fondo de los espíritus.