Así combatió Cervantes en la batalla de Lepanto, según Ferrer-Dalmau
En el cuarto centenario de Miguel de Cervantes Saavedra, sin duda, una de las figuras más conocidas y de mayor fama de las letras de nuestro Siglo de Oro, se han llevado a cabo exposiciones, ha habido publicaciones como la biografía de José Manuel Lucía y se han programado actividades muy variadas. Faltaba una imagen nueva. Pero ya está terminada. Se la debemos al pintor de batallas Augusto Ferrer-Dalmau.
Como bien es bien sabido, él siempre tuvo muy a gala participar en la jornada de Lepanto, según él, «la más alta ocasión que vieron los siglos». El lienzo representa al joven Cervantes aquel día, el 7 de octubre de 1571, en el combate que tuvo lugar a bordo de la galera Marquesa y que le convirtió en el «manco de Lepanto».
Fue en el golfo de Corinto, y el soldado bisoño Miguel de Cervantes estaba febril en la enfermería de la galera Marquesa, perteneciente a la escuadra de don Álvaro de Bazán. Como recuerda David Nievas Muñoz, asesor histórico del pintor, «ante el rumor de que habría combate Cervantes pidió, como otros tantos soldados aquel día, licencia para pelear. Y como creía no poderla obtener, trepó al esquife, una barcaza que cuando se usaba se mantenía sobre la cubierta». En ella se situaban los arcabuceros, para poder disparar al enemigo desde una posición más elevada, asistidos por soldados bisoños. Y por tanto también era el blanco del fuego enemigo, deseoso de acabar con ellos. Eran carne de cañón. Cervantes dice que «luchó junto a ellos», pero no queda claro que él llegara a disparar con un arma de fuego, entre otras cosas porque un soldado bisoño no tenía un arcabuz ni podía usarlo.
El pintor ha tenido que reconstruir con ayuda David Nievas y de un modo casi forense, la participación de éste marino en la batalla. Así, «Cervantes se nos presenta casi sin armadura, con el jubón abierto debido a que venía directo de la enfermería, la tez lívida debido a las calenturas. Es posible que el papel de Cervantes en el esquife fuera el de ayudar a los arcabuceros a recargar, o que estuviera tirando de allí “piñas de fuego” (unos tarros de cerámica llenos de material combustible que se tiraban al enemigo con una mecha o trapo encendido a modo de coctel molotov)», añade el historiador.
Según David Nievas, «Cervantes viste a la moda de un soldado de la época, con colores alegres, acuchillados y unos gregüescos altos como los que lleva su capitán general, don Juan de Austria, en el conocido cuadro tras la victoria en el que se representa con un león sentado a sus pies. Lleva un cuerno de pólvora al cinto, dejando la duda sobre si ha disparado o no con un arcabuz, o simplemente los ha estado recargando».
No es el Cervantes que todos tenemos en mente, el de «frente lisa y desembarazada», ya maduro. «La alopecia es menos acusada, y de cabellos claros como asi se describe, y su nariz aguileña,menos pronunciada por su juventud», añade Nievas. En el cuadro se resiente, «firme y en pie tras su primera herida de los dos tiros de arcabuz que recivio en el pecho y uno en la mano izquierda de la que quedaría inútil».
Dijo que terminó el combate «con la espada en la mano». La empuña cerrando los dedos sobre el recazo, dando fe de su pasión por la práctica del «juego de la esgrima», que le llevaría años más tarde a alabar al famoso maestro Carranza en varias de sus obras, como Rinconete y Cortadillo o el propio Quijote.
«El cuadro representa en el suelo, amigos y enemigos que no han vivido para ver la victoria de la Santa Liga. El esquife, destrozado su calce durante el combate, yace también tras él, y una galera en llamas, suponemos que turca, quizá debido a su buen hacer al arrojar aquellos ingenios incendiarios», concluye Nievas, licenciado en Historia por la Universidad de Granada. Nótese, incluso, el tajo de espada que tiene la barandilla en primer término. Fuego y acero que dieron la victoria a Rey Felipe II.