Técnicas de actuación
Es increíble lo que pueden hacer unos pocos jueces dispuestos a hacer como que trabajan. Los mismos que se pasaron una década “pisando” las causas y se entregan a un “acting” de investigación que en algunos casos provoca vergüenza ajena. El relevamiento catastral de Sebastián Casanello sobre Lázaro Baez es un buen ejemplo: un juez que más bien parece un inspector de la AFIP y que aborda esta historia desde el final: busca saber qué compró e ignora (¿deliberadamente?) cómo lo hizo. Lo de Daniel Rafecas no es distinto, como tampoco lo es lo de Ariel Lijo (tardó ocho años en descubrir la presencia del narcotráfico en la campaña de 2007, cuando los denunciantes le llevaron hasta los cheques de los aportes). La discusión de la necesaria ley del arrepentido parece haberse convertido en la única solución posible: ahora lo que todos esperamos es que los culpables se arrepientan, en lugar de que jueces y fiscales investiguen; este “estado de confesionario” es irreal. La capacidad de investigación del aparato judicial es tan ineficiente o está tan contaminada que sólo queda que el culpable rompa en llanto golpeándose el pecho. Dicen que escenas como la siguiente se han vivido en Tribunales: - Juez: Háblenos de los bolsos.
- Detenido: Cómo no. Y de paso hablemos del bolsito que le dejamos a usted.
Juez: ¿Sigue nublado, no?
Muchas audiencias replican la discusión sobre los fueros en el Congreso: parece una discusión de chorros escrita por Roberto Arlt.
Y aún así, peleando con el viento en contra, los procesamientos se suceden y multiplican: los jueces tienen demasiada tarea atrasada. Este reciente vértigo judicial provoca que la secta reaccione con el argumento obvio: hay una persecución política. Está claro que quienes enarbolan ese argumento lo hacen con cinismo, pero quizás esa excusa llegue a resultar verosímil en algunos miembros de la militancia del kirchnerismo residual. El fin de semana pasado, esperando en un semáforo, escuché a un colectivero preguntándome: - ¿Lo que está pasando es todo cierto? ¿En serio es todo cierto?
Preguntaba como despertándose de un sueño. ¿Puede ser cierto todo esto a la vez? Es cierto -quise decirle, pero el semáforo ya había virado al verde-. Es cierto y algunos fuimos contándolo, pero pocos quisieron escuchar. En 1957 León Festinger publicó “A theory of cognitive dissonance”, donde propone que, en determinadas circunstancias, el hombre niega lo que ve. Tiene que ver con la necesidad de las personas de ser congruentes con ellas mismas y justificar sus acciones, aun cuando las hayan realizado sin razón o desconociendo porqué. Es algo habitual en la discusión política, donde lo que importa es convencer al otro y no aclarar el fondo de la cuestión.
Según el psicólogo Miguel Vadillo, de la Universidad de Bilbao, “no nos molestamos en pensar lo que hacemos, pero sí nos molestamos en pensar cómo vamos a justificarlo, ante los demás y ante nosotros mismos, lo que hicimos. Así -agrega Vadillo-, gran parte de nuestra vida se convierte en una actuación para nosotros mismos”. Sucede que no soportamos al mismo tiempo dos pensamientos contradictorios y, para justificar nuestra contradicción, es común que inventemos nuevas ideas absurdas. ¿Quién podría, frente al espejo, decirse “llevé adelante un error durante doce años”? Como duele no haber visto lo evidente se inventan argumentos como el de la “excepción”, “el traidor”, etc., llegando al paroxismo de Hebe de Bonafini con la idea de “el infiltrado”. José López fue una célula dormida alimentada por Magnetto. Nos encontraríamos, como dijimos la semana pasada, frente a una extensa cadena de excepciones que conforma una regla que negamos. El hecho de que para el kirchnerismo la política se haya transformado en religión ayuda a este fenómeno. Es imposible discutir verdades reveladas. Muchas veces, ni los hechos alcanzan.