¿Regla o excepción?
¿José López es regla o excepción? ¿Lázaro Báez es excepción? ¿Boudou también lo es? ¿ Y Felisa Miceli? ¿Fariña, Elaskar, Pérez Gadin, Marcelo Ramos –este último prófugo en Suiza– son excepciones? ¿Schoklender y Bonafini, madre e hija, son excepciones o regla? ¿Aníbal Fernández es una excepción? ¿Ricardo Jaime y Schiavi también? ¿Romina Picolotti, José Granero, Gabriel Abboud y Julio de Orue, son excepciones? ¿Guillermo “el panchero” Moreno, Daniel Cameron y Rafael Resnik Brenner son excepciones? ¿También lo son José Sbatella, Daniel Gollán y Juan Manzur? ¿Claudio Uberti es un caso aislado? ¿Julio Alak, César “el panchero militar” Milani y Angelina Abbona son excepciones? ¿Y Luis D’Elía? ¿Qué decir de Mariano Recalde y Martín Sabatella? En 2014, cuando Mauricio Macri tal vez ni soñaba con la Presidencia, las denuncias por corrupción del gobierno K sumaban 745, según el diario Perfil. Setecientas cuarenta y cinco. ¿Y Rudy Ulloa, Cristóbal López, Carlos Zaninni, Ricardo Etchegaray, Sergio Berni, Jorge Capitanich, los Cirigliano, Alejandra Gils Carbó, Carlos Gonella, Gildo Insfran, Carlos Liuzzi, Milagro Sala, Sergio Szpolsky, Nicolás Kreplak, Luciano Di Cesare, Alejandro Vanoli, Juan José Mussi, Aníbal Jozami, Luis y Miguel Angel Zacarías? Y siguen las firmas. Quienes el kirchnerismo vive como excepciones parecen formar parte de una regla. Y, como dijimos hace un tiempo en esta columna, esa regla no es política: es penal. Por eso se proponía desde aquí llamar directamente “banda” a los integrantes y jefes de un grupo orgánico y sistematizado, con roles concretos y estructura vertical. Esa banda llevó adelante un objetivo claro: asaltar el Estado y manejarlo como propio. Fue patética y graciosa –en ese orden– la reacción de los “militantes” K famosos frente a los bolsos en el monasterio: el ex presidente de Telam, Martín Granovsky, comenzó una columna diciendo “Robar está mal”, para luego justificarlo en el resto del texto. Para Recalde padre, “De Vido es una víctima del caso López”, y para Aníbal Fernández “el hecho no tiene color político” (pero los Panamá Papers son amarillos). “Sé que Cristina y Néstor no sabían lo de José López”, dijo, confusa, Juliana “no fue magia” Di Tullio. Y si ella se los preguntó, ¿por qué no se los dijo? Juliana: no fue magia, fue mafia. Rápido para todo servicio, Raul Kollman tuiteó: “Se investiga si alguien por inocencia o a conciencia fue cómplice”. Y así, daban lástima, risa y bronca. Algunos hasta parecían ingenuos, ¿de dónde pensaban que salía la plata? Otros acusaban, autómatas: “Lavado en el HSBC, Panamá Papers” como si un delito eliminara a otro. Tarde, Cristina Kirchner publicó en Facebook que quiere “saber quiénes son los responsables de lo que pasó”. Debería mirar a su alrededor, o mirarse al espejo: los Kirchner le dieron órdenes directas a José López durante 26 años, desde su primer gobierno en Santa Cruz. Con un casco militar y necesitado de su dosis diaria de cocaína, López entró ahora en el túnel de la paradoja judicial: Daniel Rafecas, el juez que no lo investigó durante años por enriquecimiento ilícito y aún así reunió 23 cuerpos en el expediente, ahora se dispone, en apariencia, a hacer su trabajo. ¿Hará como Tortuga Casanello, que aparenta investigar a Lázaro Báez haciendo un inventario de sus bienes en lugar de averiguar cómo los consiguió? Alrededor de Comodoro Py todos esperan que hable algún arrepentido: parece que la confesión es la única manera de llegar a la verdad, nadie contempla la investigación, el seguimiento de pistas, el hallazgo de documentos. Hacen falta el monasterio, el sujeto y los bolsos para que empecemos a pensar que alguien puede ser culpable. Los robos deberían tener horario para que la Policía y la Justicia lleguen a tiempo. Abroquelado, el kirchnerismo enfrenta el caso López agravando su destino de secta: pretenden salir de una crisis de fe con más fe. Ojalá tengan la lucidez de pensar que también ellos fueron usados y que sus enemigos están más cerca de lo que ellos piensan.