Caravaggio: una vida y una obra con tantas luces como sombras
Reunir una docena de obras maestras de Caravaggio, como ha hecho el Museo Thyssen, es un acontecimiento de primer orden. Si a ello sumamos los 29 Boscos que hay en el Prado y las obras de Bernini, Caravaggio y Velázquez, entre otros maestros del Barroco, que se exhiben en el Palacio Real, no es exagerado decir, aunque suene a frase manida, que Madrid es la capital del arte este verano. El Museo Thyssen dedica al genial maestro lombardo su nueva exposición, que se inaugura el próximo lunes. Caravaggio no estará solo, pues la muestra rastrea su huella en los pintores del norte (holandeses, flamencos y franceses), de los que cuelgan unas 40 obras. Entre ellos, nombres como Rubens, Adam Elsheimer, Dirck van Baburen, Gerard van Honthorst, Nicolas Régnier, Louis Finson, Simon Vouet.. Son algunos de los dos millares de artistas que se concentraron en Roma entre 1600 y 1630. La mayoría de ellos, caravaggistas convencidos y confesos. Ya en 2005 el MNAC de Barcelona organizó la muestra «Caravaggio y la pintura realista europea».
Decía el pintor Vicente Carducho que Caravaggio «presentó a la nueva generación no uno, sino varios platos deliciosos, una selección de bocados exquisitos a los que éstos apenas pudieron resistirse». Así fue. Pese a no tener discípulos conocidos, ¿por qué tuvo tantos seguidores entre sus coetáneos? Son muchas las razones, como se aprecia en la exposición: su pintura inspirada del natural, su estilo directo y realista, su genial uso del claroscuro, sus increíbles juegos de luces y sombras, su originalidad e innovación compositiva, la elección como modelos para sus cuadros de gente de la calle (sus santos tienen rostros de mendigos; sus santas y Vírgenes, de prostitutas). Para la «Santa Catalina de Alejandría», del Thyssen, que cuelga en la muestra, tomó como modelo a Fillide Melandroni, una famosa cortesana romana.
Una vida de película
Durante los siglos XVIII y XIX Caravaggio cayó en el olvido pero en el XX, gracias especialmente a los estudios del historiador y académico Roberto Longhi, su figura renació con fuerza y hoy es uno de los pintores más queridos por el público. Es increíble la empatía con sus creaciones, alimentada por una biografía en la que se cuenta su supuesta homosexualidad (algunos creen que era bisexual) y que está plagada de escándalos, acusaciones de pederastia, reyertas en tabernas, asesinatos, encarcelamientos, continuas huidas, una muerte misteriosa... Pero fue un pintor fascinante que, pese a su conducta, digamos tan desordenada, contó con la ayuda y protección de la élite de su época, incluyendo Papas y cardenales. Una vida de película.Su biógrafo Andrew Graham-Dixon retrata a Michelangelo Merisi da Caravaggio como «un héroe romántico», al estilo de Don Juan o Casanova, pero echa por tierra el mito de Caravaggio como un loco o un icono gay. Su vida, como su obra, están repletan de luces y sombras. Fue un hombre violento y ambicioso, extraño y apasionado, extravagante e impetuoso, que frecuentaba malas compañías y tuvo no pocos problemas con la justicia. El más grave, en 1606: mató al pintor Ranuccio Tomassoni.
Brillantes invenciones
Pero no nos engañemos. Caravaggio es el gran reclamo de esta exposición colectiva, comisariada por Gert Jan van der Sman y que abarca, como subraya Guillermo Solana, director artístico del Museo Thyssen, «desde las brillantes invenciones del primer periodo romano hasta las tenebrosas escenas de sus últimos años». El arranque es un espectáculo, con maravillosos lienzos como «Muchacho pelando fruta», de la colección de la Reina de Inglaterra; «Muchacho mordido por un lagarto» (Fundación Longhi de Florencia), «Los músicos», del Metropolitan de Nueva York o «La buenaventura» (Museos Capitolinos de Roma). Las paredes donde cuelgan los óleos del lombardo están pintadas de un sensual color frambuesa que aparece en muchas de sus obras.No es una antológica de Caravaggio, como la que celebró el Quirinale de Roma en 2010, de ahí que haya destacadísimas ausencias, pero sí se exhiben, aparte de las ya citadas, obras tan relevantes como «El sacrificio de Isaac» (Galería de los Uffizi), «David vencedor de Goliat» (Museo del Prado), «San Juan Bautista en el desierto» (The Nelson-Atkins Museum of Art de Kansas), «La coronación de espinas» (Colección Banca Popular de Vicenza) y «San Francisco en meditación» (Museo Civico de Cremona). Sin embargo, «El sacamuelas», de los Uffizi, aparece con una interrogación en la cartela. Aunque el comisario apuesta por su autoría, hay dudas entre los expertos.
Sensualidad y erotismo
«Se reinventó año tras año durante toda su carrera –advierte Gert Jan van der Sman–. Ningún otro pintor del Seicento evolucionó a un ritmo tan rápido y en direcciones tan diferentes. Contaba con una capacidad de observación excepcionalmente aguda y, con su pincel, era capaz de plasmar de manera inigualable los más finos detalles y las tonalidades más sutiles. Con sus colores cálidos y su manera ilusionista, Caravaggio seduce al espectador». En efecto, su obra es pura sensualidad y erotismo, apela a todos los sentidos. Por ejemplo, «Los músicos» es una pintura para contemplar y degustar, pero que también huele, suena e invita a tocar la piel de sus protagonistas.La exposición se cierra con «El martirio de santa Úrsula», una obra sobrecogedora que pintó semanas antes de su muerteEntre sus numerosos e influyentes benefactores estaba lo más granado de la época: el cardenal Francesco Maria del Monte, que le abrió las puertas del Palazzo Madama; Maffeo Barberini (futuro Papa Urbano VIII), el banquero Ottavio Costa; el Papa Clemente VIII, el cardenal Scipione Borghese, Costanza Colonna, Ciriaco Mattei, el cardenal Borromeo, los hermanos Benedetto y Vincenzo Giustiniani (llegaron a coleccionar 15 obras de Caravaggio); Tiberio Cerasi, tesorero del Papa... Ellos le encargaron algunas de las obras que cuelgan en el Thyssen, procedentes de importantes colecciones públicas y privadas. Para Marcantonio Doria hizo «El martirio de santa Úrsula», su última y sobrecogedora pintura, que cierra la exposición y en la que, al igual que hizo años antes en «El prendimiento de Cristo», incluyó un autorretrato en el ángulo superior derecho.
Caravaggio pintó este oscuro y lúgubre cuadro unas semanas antes de su muerte en 1610 en Porto Ercole, cuando iba camino de Roma en busca de la bula papal por sus pecados, que, según confesaba el propio artista, «todos eran mortales». En 2010, con motivo del 400 aniversario del fallecimiento de Caravaggio (Milán, 1571-Porto Ercole, 1610), se analizaron unos restos hallados en el cementerio de San Sebastián. Con un 85% de probabilidad, tras cruzar el ADN con el de unos descendientes, se certificó que uno de los huesos podía ser suyo. Nada concluyente. Unos creen que murió a causa de las heridas sufridas en la Osteria del Cerriglio, otros de malaria. Nuevas teorías apuntan a que murió de una insolación (cabalgó bajo el sol de un julio abrasador) y que los españoles lo enterraron en secreto. Cuatro siglos después de su muerte, Caravaggio sigue siendo un misterio, pero sus lienzos no dejan de fascinarnos.