San Ignacio de LoyolaEl soldado español «ligón» y mujeriego que acabó fundando una orden religiosa
A día de hoy le conocemos por ser el fundador de la Compañía de Jesús, una orden que cuenta con 17.000 miembros en todo el mundo. Sin embargo, lo que muy pocos saben sobre Ignacio de Loyola es que, antes de tomar los hábitos, fue un soldado español que combatió en Navarra y que -además de la espada- fue conocido por ser un «ligón» empedernido y por haber cautivado a multitud de jovencitas con su melena. Al menos, así fue hasta que cayó severamente herido en la defensa de Pamplona, donde una bala de cañón casi le dejó lisiado. Sin embargo, logró recuperarse y -gracias a la ingente cantidad de libros narrando la vida de santos que leyó durante su convalecencia- terminó entendiendo que debía dedicar su vida a la religión cristiana.
Todos los entresijos de la vida de este soldado, religioso y -a la postre santo- han vuelto a salir a la luz este año (en el que celebramos su 525 cumpleaños y el 460 aniversario de su muerte) gracias a la obra «Ignacio y la Compañía. Del castillo a la misión». Creado por las hermanas María y Laura Lara (ambas escritoras, profesoras de la UDIMA y Primer Premio Nacional de Fin de Carrera en Historia), el libro ha sido galardonado con el Premio Algaba de Biografía, Autobiografía, Memorias e Investigaciones Históricas que convoca cada año El Corte Inglés y la editorial Edaf. La investigación, a su vez, profundiza no solo en la vida de Ignacio de Loyola, sino también en el medio milenio de vida de la Compañía. Hoy, hablamos con María y Laura de la faceta militar de este personaje.
-¿Cuándo vino al mundo Ignacio y en qué familia?
MARÍA - Bueno, lo primero que se puede decir es que Ignacio recibió el nombre de Íñigo. Desde entonces se ha dicho que fue bautizado como Íñigo López de Recalde, aunque puede ser que el nombre se le haya atribuido por error. Está consensuado que nació en la Nochebuena de 1491, unos días después llegaría el ocaso de la Guerra de Granada y los Reyes Católicos pondrían los cimientos del Estado Moderno. Se quedo huérfano muy pronto, lo cual marcó su personalidad. Era uno de los ocho hijos y tres hijas de un linaje con cierto abolengo, aunque sin pertenecer a la alta nobleza.
-¿Dónde pasó su infancia?
LAURA - De niño vivió en el valle de Loyola. La nodriza que lo crió era una campesina cuyo marido trabajaba en la herrería del padre de Íñigo. Allí aprendió las costumbres populares, siempre lo entusiasmó el escuchar al calor de la chimenea cuentos ancestrales y tonadas típicas. Muy pronto se quedó huérfano. Curiosamente, su progenitor lo quiso conducir hacia el clero, pero él rechazó esto de entrada porque le gustaba la vida caballeresca. Quería seguir el ejemplo de sus hermanos, que habían combatido con el Gran Capitán en las guerras de Nápoles. Como Íñigo aparentaba tener las ideas muy claras, todos tuvieron que acatar esa voluntad.
-¿Cómo se introdujo en el arte de la espada?
MARÍA - Su hermano Martín y su cuñada Magdalena (dama de Isabel la Católica) ejercieron como tutores. Posteriormente se trasladó de Guipúzcoa a Arévalo. Viajó a Castilla para labrarse un futuro profesional. Se incorporó así a la familia de Juan Velázquez de Cuéllar, contador mayor de los reyes (una especie de ministro de hacienda). Juan Velázquez lo trató como si fuera su propio hijo, con él Íñigo hizo las veces de paje. El tránsito supuso un cambio bastante drástico: pasó de vivir en una casa-torre a un palacio, el mismo en el que se criaría el nieto de Fernando el Católico, el futuro emperador Fernando I.
-¿Fue un joven vividor?
LAURA - Si. El mismo Íñigo confesó que se dio a las vanidades del mundo y que se deleitaba con el ejercicio de las armas como medio de ganar honra. Dentro de su alegría juvenil afirmó que le gustaba el baile. Por otro lado, siempre tuvo bastante atractivo para las chicas. Era un galán, bastante mujeriego y participaba en las fiestas y en los deleites cortesanos. Allí conoció a muchas damiselas. Pudo tener una hija, María de Loyola, a la que legaría sus bienes al poco de su conversión, consciente de que se trataba de un paso en firme en su trayectoria y de que, a la vez, debía dejarla bien posicionada. Parece ser que su amor platónico fue Catalina de Aragón, la desdichada hija de Isabel y Fernando, a quien los imperativos de la conveniencia casaron con Enrique VIII, nacido, paradójicamente, el mismo año en que Íñigo vino al mundo, mas el cruel monarca inglés la repudió y rompió con Roma dando inicio al anglicanismo.
-¿Su atractivo era solo físico?
MARÍA - Bueno. Media 1,58, pero tenia una tremenda capacidad de persuasión. En esos momentos llevaba una melena hasta los hombros y ésta le daba una apariencia graciosa. Solía vestir de colores vivos, así eran tanto los jubones como los guadamecíes en las casas del Siglo de Oro. Pero su simpatía la conservó siempre. Era una persona que mantuvo el genio de la amistad por encima de todo. Además, destacaba en heroísmo y valentía. Constituye el anticipo de un líder en una edad en la ni siquiera estaba pensado este vocablo.
-¿Cómo empezó su vida militar?
LAURA - Tal cual apuntábamos, en el año 1507 y en coincidencia con la muerte de la madre de Ignacio, María de Velasco, que era la esposa de Velázquez de Cuéllar, pidió a Beltrán, el padre del muchacho, que le mandara un hijo para educarlo en la corte. Optó el caballero de Loyola por mandar al menor, a Íñigo, quien marchó a Arévalo, donde pasaría once años, realizando frecuentes viajes a Valladolid.
En este tiempo se hizo con el dominio de las armas. Paralelamente, como la biblioteca de Arévalo era rica y abundante, su afición por la lectura cobró alas y, en cuanto a la escritura, no dejó de pulir su buena letra. Velázquez de Cuéllar cayó en desgracia tras la defunción de Fernando el Católico y, nuevamente, su viuda, María de Velasco, mandó a Íñigo a servir al duque de Nájera, Antonio Manrique de Lara, que era virrey de Navarra, donde dio muestras de tener ingenio y prudencia. Esto quedó reflejado en la pacificación de la sublevación de Nájera en la Guerra de las Comunidades de Castilla (1520-1522), así como en los conflictos entre las villas de Guipúzcoa.
-¿Cuándo sucedió su última batalla?
MARÍA - Cuando tenía 30 años, corría el 20 de mayo de 1521. Sin atisbar el desenlace, marchó rutinariamente a Pamplona con el ejército castellano para defender a la población del ejército francés. Es ahí donde cayó herido. Se posicionó en primera linea de batalla y animó a los soldados que se encerraron en la fortaleza a que resistieran. Y eso, en contra del parecer del alcaide, que sabía que los castellanos eran inferiores en número. Mantuvo el baluarte en pie con heroísmo. Se confesó el día del ataque con uno de los compañeros de armas por si moría. Al final, una bala de cañón le fracturó una pierna y le lesionó la otra.
¿Cómo logró sobrevivir al asedio?
LAURA - Admirados por su labor, los franceses cooperaron en su traslado. ¡Cómo un simple soldado podía motivar con tanta eficacia a sus superiores! Le ayudaron a ser conducido a la casa fuerte de Loyola para que falleciera con su familia. Íñigo estuvo transitando durante más de un mes entre este mundo y el otro. Los médicos llegaron a perder la esperanza. El 24 de junio le pidieron de hecho que se confesase de nuevo pensando que iba a fenecer. Por ventura, sobrevivó. Curiosamente, en el hospital siguió siendo tan presumido como antes. Pidió que le cortasen el hueso que le sobresalía de la pierna sin anestesia para poder usar las botas.
¿Cuándo pasó de militar a ser un ferviente religioso?
MARÍA - En el lecho de la convalecencia, en su casa solariega. Cómo se aburría al tener que permanecer postrado, pidió libros. Le llevaron novelas de caballerías, de las que era asiduo. Cuando se le acabaron empezó a leer vidas de santos, como la hagiografía compuesta por el cartujo Ludolfo de Sajonia. Carecían de más volúmenes del otro género en la torre. Entonces encontró una paz desmedida. Decía que cuando contemplaba el ejemplo de los venerables se tranquilizaba y se sentía animado a imitarlos, y cuando se preocupaba por las cosas del mundo se sentía vacío. En aquellos tomos piadosos encontró la paz y, a partir de ese instante, experimentó una profunda conversión. Dicen que el líder nace dos veces. Pues bien, Íñigo inició una segunda vida a la luz de la herida de 1521. Al recuperarse, y en contra del parecer de su hermano, se puso en camino hacia Cataluña para velar las armas ante la virgen de Montserrat. Posteriormente viajó a Jerusalén, en Tierra Santa. Allí recorrió los santos lugares y demostró su fervor religioso.
¿Hasta dónde llegó su obsesión por el catolicismo en aquellos años?
LAURA - Aunque desde los primeros días de vida estaba bautizado y las devociones estaban omnipresentes en la sociedad del pícaro y la celestina, del sacristán y la dueña, Íñigo pasó en un mes de la noche al día, experimentó una conversión sincera que, justo en el mismo año en que Lutero rompió con el Papado, lo llevó a profesar un cristianismo intimista pero alineado con Roma, de ahí surgiría el cuarto voto. En su ruta hacia Manresa, que desde 2015 conmemoramos como Camino Ignaciano, se planteó trabar duelo con un morisco por cuestionar su fe. Viajó a Jerusalén y, estando allí, las autoridades se opusieron a la idea de que se instalara en Tierra Santa porque veían que los turcos podían eliminarlo en venganza por su defensa a ultranza de Cristo. El provincial tuvo que amenazarlo con la excomunión para que volviese a Europa.
¿Cuándo regresó a Europa?
MARÍA - En enero de 1524 volvió a Venecia y posteriormente se instaló en Barcelona. Allí Isabel de Roser y el maestro Jerónimo de Ardevol le costearon los estudios. Después se fue a Alcalá, la cuna del humanismo. Permaneció en la universidad cisneriana en el curso 1526-1527. Vivió en la pobreza en el Hospital de Antezana (hoy pared con pared con la mítica “casa de Cervantes”), pero su predicación popular por las calles le cosechó a los primeros “compañeros”, así como también a seguidores de su doctrina. Los recelos de la jerarquía eclesiástica ante un laico que hablaba descalzo, y sin título académico, de Teología en Alcalá de Henares- uno de los principales focos de los alumbrados-, lo empujaron hacia la universidad de Salamanca, allí la oposición se hizo más feroz y, por ello, el estudiante terminó marchándose de la Península Ibérica. Viajó a París, 7 años trascendentales después de los cuales Ignacio sería el nombre universal del guipuzcoano Íñigo.
¿Allí fue donde creó la Compañía?
LAURA - Sí. Estudiando en la Sorbona, en el Colegio de Santa Bárbara, conoció al navarro Francisco de Jasso (posteriormente San Francisco Javier), uno de los siete miembros que realizaron la profesión de fe en la iglesia de Sant Pierre de Montmartre en agosto de 1534. Francisco Javier era un campeón de los deportes y un alumno muy aventajado en las aulas. Para auxiliarlo en la financiación de su carrera, puesto que su familia había venido a menos por combatir los hermanos de Francisco con las tropas de Francia, Íñigo le conseguía clases particulares que impartir. El objetivo de este grupo de amigos era crear una orden cuyos miembros viajasen a Jerusalén y vivieran en pobreza y castidad. Pero, como en ese año no zarpó un barco de peregrinos, decidieron ponerse bajo la obediencia del papa y dirigirse adonde les mandara. Estaban a punto de dar el gran salto “del castillo a la misión”, de Europa al Extremo Oriente y los confines de la Amazonía.