Meditación diaria - María, una mujer inmensamente feliz - 04/07/15
Autor: P Mariano de Blas LC |
Fuente: Catholic.net
María fue una mujer inmensamente
feliz... Su presupuesto era de dos reales. No tenía dinero, coche,
lavadora, televisor ni computadora, ni títulos académicos. No era
directora del jardín de niños de Nazareth. Tampoco presumía de
nombramientos, como Miss Nazareth. María a secas. No salió en la
televisión ni en los periódicos.
Pero poseía una sólida base
de fe, esperanza y caridad y de todas las virtudes. Tenía gracia y
santidad...Tenía a Dios, y, a quien tiene a Dios, nada la
falta.
Tú puedes ser, deberías ser, una mujer inmensamente
feliz, aunque no tengas muchas cosas materiales. Aunque no seas
famosa, rica, artista o cosas del género. Pero, si tienes a Dios,
las virtudes teologales, la santidad a la mano.
No debes
pretender, aspirar, ansiar demasiadas cosas materiales... La
grandeza de un alma está en su interior, va por dentro. Lo de fuera
es ruido, música, bombo y platillo, viento, humo, oropel, incienso,
hojarasca, apariencia, nada. Por dentro va la santidad, la fe, el
amor.
La Virgen no se quejaba: de ir a Egipto, de que Dios le
pidiera tanto. La sonrisa de la Virgen era lo mejor de su rostro.
¿Cómo reaccionaría ante las adversidades, dificultades, cólera de
los vecinos?
No te quejes: del tiempo, de la comida, del
trabajo, de tus compañeras, de tus limitaciones, de tu falta de
lujo. Trata de sonreír como Ella.
María veía la Providencia
en todo: en los lirios del campo, en los amaneceres... en la
tormenta. Cuando no había dinero. Cuando tenía que ausentarse.
Cuando alguna vecina se ponía necia y molestaba.
Lo más
admirable de María era el amor. Lo más grande de la mujer debe ser
el amor. El amor es un talismán, una varita mágica que transforma
todo en maravilla. Dios te ha dado este don en abundancia. Si lo
emplearas bien, haría de ti una gran mujer, una ferviente cristiana,
una esposa y madre admirable. Pero, si dejas que el amor se corrompa
en ti, ¡pobre mujer!
María Magdalena tenía una gran capacidad
de amar. La empleó mal, y se convirtió en una mujer de mala vida.
Pero, después de encontrarse con Jesucristo, utilizó aquella
capacidad para amar apasionadamente a Dios y a los demás, y hoy es
una gran santa y una gran mujer.