La maldición de la tumba de Hernán Cortés: el padre olvidado por México
Los Reyes de España viajan a México esta semana pero, como es habitual y para evitar la controversia, no tienen previsto visitar la remota iglesia donde permanece enterrado el español más importante en la historia del país americano
Tras sus éxitos militares en el nuevo continente, Hernán Cortés se cuidó de regresar a Castilla a dar cuenta de sus éxitos a Carlos I de España. La relación fue durante un tiempo cordial con el Rey, pero con el tiempo Cortés pasó a engrosar contra su voluntad la lista de nobles que merodeaban la Corte mendigando por cargos y prebendas. El extremeño, no obstante, se consideraba merecedor de reconocimientos sin necesidad de estar reclamando favores. «¿Es que su Majestad no tiene noticia de ello o es que no tiene memoria?», escribió Hernán Cortés, sin pelos en la lengua, ante las promesas incumplidas del Monarca. Para los europeos, los méritos en América sonaban a poca cosa y no requerían tanta atención. Así y todo, le concedió un botín considerable –extensas tierras, el cargo de capitán y el hábito de la Orden de Santiago–, acaso insuficiente a ojos de Cortés.
La muerte le alcanza cuando su fortuna decaía
El empeoramiento de su relación con Carlos I no evitó que en 1541 el conquistar español fuera uno de los primeros en acudir a la llamada del Rey para realizar una incursión contra Argel, un importante nido de la piratería berberisca. Sin embargo, Cortés fue ninguneado por el Rey y el resto de mandos y la campaña resultó un completo desastre. El repliegue no fue menos desastroso. Hubo que echar al agua a los caballos para hacer sitio a toda la gente naufragada en el proceso, entre ellos a Cortés y a sus hijos. Agotado y enfermo por el viaje, Hernán Cortés nunca recuperó completamente las fuerzas perdidas en la que fue su última expedición guerrera. Además, el extremeño extravió la enorme fortuna que portaba en su barco naufragado, 100.000 ducados en oro y esmeraldas. En los siguientes años se estableció en Valladolid, donde retomó su actividad empresarial y se arropó de un ambiente humanista. Allí observó impotente como sus protestas al Emperador eran sepultadas una y otra vez por las intrigas de la Corte. A finales de 1545, el conquistador se trasladó a Sevilla con la intención de viajar una vez más a México, quizás con el sueño de acabar sus días allí.Hasta el final, Cortés reclamó sin éxito al Emperador nuevas ventajas por sus méritos militares, pero a esas alturas los tesoros de Pizarro eclipsaban a los traídos por el conquistador de México en el pasado. La fama de Cortés estaba en caída libre cuando, tras dos años en Sevilla planeando su regreso a la Nueva España, murió víctima de la disentería. El extremeño falleció en Castilleja de la Cuesta, provincia de Sevilla, el 2 de diciembre de 1547 de un ataque de pleuresía a la edad de 62 años. Su testamento estipulaba que fuera enterrado en México, aunque de forma provisional quedó en el panteón familiar de los duques de Medina-Sidonia, que habían velado por su bienestar en su etapa final.
En 1562, dos de los hijos de Cortés, Martín –nuevo marqués del Valle, y Martín –el hijo que tuvo con la interprete nativa doña Marina– llevaron los restos de su padre a México y le dieron sepultura en San Francisco de Texcoco. Comenzó entonces el largo peregrinaje de sus restos por la geografía mexicana. En 1629, quedó en una iglesia de Ciudad de México y luego, en 1794, en una fundación religiosa de la misma ciudad. Este nuevo traslado obedecía al interés del virrey, Conde de Revillagigedo, por dar un mausoleo más pudiente al héroe hispánico a costa del dinero de personajes influyentes de la ciudad.
Pero la independencia de México cambió radicalmente la imagen que tenía el país sobre Cortés. El extremeño tornó a ser el representante de la crueldad y la represión que destruyó la civilización azteca, e incluso fue tildado como genocida. A diferencia de otros países como Colombia que sí conservó el culto a Benalcázar o Ecuador con Orellana –en un intento de dar sentido histórico a sus países–, la oposición a Cortés se mantuvo firmemente enraizada hasta el punto de que en la actualidad no hay ninguna estatua de cuerpo entero del conquistador en todo el país. No en vano, los murales del artista mexicano Diego Rivera, pintados entre 1923 y 1928, recogen el sentimiento dominante sobre la figura del conquistador. Así, Cortés es una criatura encorvada y llena de deformidades que tiene el oro como única motivación.
La ubicación fue desconocida durante 110 años
Poco después de la independencia, empezaron a correr pasquines que incitaban al pueblo a destruir el sepulcro. Previniendo la inminente profanación, las autoridades eclesiásticas decidieron desmontar el mausoleo y ocultar los huesos. En la noche del 15 de septiembre de 1823, los huesos fueron trasladados de forma clandestina a la tarima del altar del Hospital de Jesús y el busto y escudo que decoraban el mausoleo fueron enviados a la ciudad siciliana de Palermo. Trece años después, los restos cambiaron su ubicación a un nicho todavía más oculto, donde permanecieron en el olvido durante 110 años. Su ubicación exacta fue remitida a la Embajada de España a través de un documento que fue perdido y luego recuperado en 1946 por investigadores del Colegio de México, quienes asumieron la aventura de buscar los restos ocultos. El domingo 24 de noviembre de 1946 hallaron los huesos y los confiaron al Instituto Nacional de Antropología e Historia.El 9 de julio de 1947, tras un estudio de los huesos, Cortés fue enterrado de nuevo en la iglesia Hospital de Jesús con una placa de bronce y el escudo de armas de su linaje. La única estatua de Cortés erigida en territorio mexicano permanece junto a esta humilde tumba, cuya existencia se guarda de forma discreta en un país que, en su mayor parte, sigue sin asumir el papel que jugó el conquistador en su fundación. Tampoco su otro país, el que le vio nacer, hace mucho por defender su figura.