La cruda confesión de Cristina ante el Papa
Técnicamente hablando no fue una confesión sacramental. Podemos hablar, sí, de desahogo, de arrepentimiento. Un torbellino al que no le faltaron sollozos y golpes en el pecho. El Papa, conocedor, claro, de almas en pena, se limitó a escuchar. Y yo, respetuoso del trance que vivió la señora, me limito a transcribir.
" Jorge, Jorge, llevamos dos horas hablando. Bueno, en realidad casi sólo hablé yo. Dos horas y me da la impresión de que he perdido el tiempo tratando de impresionarlo. No le he sido sincera. No sé si es porque estamos en el Vaticano, porque me desarma su humildad o porque el esguince me hizo ver que estaba metiendo mucho la pata, pero siento que tengo que transparentarle mi alma. Ya sabe, me eduqué en un colegio de monjas y de pronto me vino como una necesidad de confesarle miles de cosas. Prepárese: voy a decirle lo que nunca le dije a nadie. Y si bien acá no rige el secreto de confesión, si esto trasciende, de usted se ocupará Moreno, que para eso se lo puse cerca".
[ Cristina, no se enoje con el Papa; la filtración no es culpa de él, sino de los micrófonos, que los carga el diablo.]
"Desde hace un tiempo me persigue la culpa y cada vez me cuesta más convivir con ella. Me siento culpable, por ejemplo, de haber elegido a Boudou. Lo elegí porque cuando empezamos a quedarnos sin guita me propuso saquear la caja de la Anses, una gran idea; de hecho, todavía estamos viviendo de ella. Pero podía saquear la caja -finalmente es plata de los jubilados, gente que nunca te hace una manifestación o te corta una calle- sin necesidad de convertir a este tipo en vicepresidente. No me lo perdono. Teniendo a mi lado a Máximo, no sé cómo pensé en Boudou.
"Otro tema que me persigue es el giro ortodoxo que hemos dado. Diez años vendiendo una revolución progre para terminar de rodillas ante el Fondo Monetario; subiendo las tarifas y tratando de que no aumenten mucho los sueldos; pagándoles a Repsol, al Club de París, a los buitres, es decir, entregando el alma al diablo para que nos tiren unos míseros dólares. Yo le criticaba a Néstor su pragmatismo, y acá me ve, soy la cara del ajuste. Además, la gente no se chupa el dedo. Ya no puedo seguir con el verso de que se nos cayó el mundo encima. ¡Lo que se nos cayó es el modelo! Me lo dijo Florencia, mi hija, que sabe mucho de cine: esta película termina mal."
La Presidenta irrumpió en llanto. El Papa aprovechó la pausa para alcanzarle un vaso de agua y pañuelos de papel. Pero la catarsis no había terminado.
"Tengo que serle sincera, Jorge: otro gran pecado lo cometí con usted cuando lo eligieron papa. Pecado de soberbia, concupiscencia de poder. Me quería morir. Es que Verbitsky me llenó la cabeza. No ve que todavía lo llamo Jorge, que es como negar que ahora es Francisco. Me obnubilé, y hasta en las cosas que le regalo muestro la hilacha. Ahora le traje uno de esos termos de plástico que se venden en las estaciones de servicio. Soy terrible. No puedo con mi genio, algo que, me dicen, les pasa a todos los genios.
"Otra cosa: lo de Lázaro Báez. ¿Cree que Dios me va a perdonar que le hayamos dado casi toda la obra pública de Santa Cruz al principal socio de mi familia? ¿Me va a perdonar haberle creído a Lázaro cuando me decía que en las bóvedas sólo guardaba vino? ¿Me perdonará la tragedia de Once, la inseguridad, el asociarnos con las barras bravas, la multiplicación del narcotráfico, hacerme la tonta con los muertos de la represión de Maduro? ¿A Dios le parecerá mal haber comprado a las Madres y Abuelas, digamos, monetizar la causa de los derechos humanos? ¿Y que no haya llevado al Salón del Libro de París la biografía de Víctor Hugo Morales? ¿Le parecerá mal mi lema de ir por todo, cosa de que a los demás no les quede nada? ¿Sabrá disculpar que mi vestuario no quepa en toda la quinta de Olivos? Dígame, ¿la misericordia de Dios es tan infinita que es capaz de perdonar todo eso?
"Como verá, Jorge, he reconocido mis faltas. Usted habrá escuchado a tanta gente arrepentida, pero, ¿cuántas veces a una presidenta, eh? ¡Y qué presidenta! Muchas veces quise abrirme así, pero pensaba: sólo voy a hacerlo ante un papa. Ahora espero su palabra. Y vaya derechito al grano, que para no decirme nada ya lo tengo a Scioli."
Conmovido hasta sus fibras más íntimas, el Papa le regaló una mirada entre comprensiva y piadosa. Y unas pocas palabras, de clara raíz evangélica. "Cristina, hija mía, vaya tranquila: por sus frutos la conocerán.".