«Franco fue muy bueno con los judíos». Esta declaración sorprendería a
cualquiera, sobre todo si proviene de un judío. La periodista Yolanda
Villaluenga se lo escuchó a un amigo sefardí de París, a cuyo tío le
había salvado el Gobierno del dictador. Villaluenga dirige el programa
de documentales «Archivos», de Televisión Española, y quedó prendada de
una historia difícil de explicar: la España de Franco durante la Segunda
Guerra Mundial era la de la lucha contra «el contubernio judeo masónico
comunista», pero también el país al que Golda Meir y el presidente del
Congreso Mundial Judío, Israel Singer, agradecieron su ayuda durante el
Holocausto.
«Franco no fue filosemita ni antisemita», explica Villaluenga en Nueva York, a donde ha venido para presentar su documental «¿Documentos robados? Franco y el Holocausto» en el Festival de Cine Sefardí. «Lo que aplicó fue una política dubitativa y utilitaria de la causa judía».
Durante la guerra, y una vez acabado el conflicto, el discurso del régimen sobre los judíos se adaptó a las circunstancias, cambió de registro en función del interlocutor y fue tan inconsistente que permitió que se salvaran vidas, o lo contrario. Entre 1939 y 1941, 30.000 judíos cruzaron los Pirineos huyendo de Alemania. Se les permitió ir a España por ser un país afín. Con el avance de la guerra, Alemania endureció su postura respecto a los judíos hasta diseñar el Holocausto y no permitir su salida.
También hubo funcionarios en las fronteras que dejaron entrar a judíos cuando en teoría ya estaba prohibido, explica Villaluenga, quien ha contado para su película con las investigaciones de historiadores como Bernd Rother («Franco y el Holocausto») o Josep Calvet («Las montañas de la libertad»). Franco ni persiguió ni aplaudió estas actuaciones. Con la guerra inclinada hacia el bando aliado, el dictador permitió que ocurriera y, con una España destrozada por la Guerra Civil y aislada de la comunidad internacional, «fue capaz de presentarse como el salvador de los judíos, ante los ojos del mundo», explica Villaluenga. Franco mantuvo ese doble discurso: en España, los judíos estaban bajo sospecha dentro del territorio nacional –por España pasarían «como la luz por el cristal», dijo Serrano Suñer–; en el extranjero, «lo vendió muy bien», asegura Villaluenga, «aunque en muchas ocasiones la salvación de judíos se basara en actuaciones individuales» a las que el régimen no se opuso.
El cambio de actitud de Franco se ve en el avance de la guerra. Al comienzo de la misma, llegó a realizar listados de judíos en España para compartirlos con la Gestapo. Esos son algunos de los «documentos robados» de los que habla la película.
A pesar de los claroscuros sobre la postura y las actuaciones del régimen franquista en este asunto, lo que queda claro es que, de puertas para afuera, el balance para España es positivo. «España fue, probablemente, el único país de Europa que no devolvió a los judíos», llegó a asegurar el premio Nobel de la Paz Elie Wiesel.
En la proyección de la película, Villaluenga pudo confirmar que esa percepción de un Franco que salvó a muchos judíos «sigue presente» en la comunidad sefardí. Y más allá de los acontecimientos de la Segunda Guerra Mundial, «es muy emocionante ver cómo permanece su fuerte vínculo con España después de tantos siglos».
También esta semana visitó Nueva York el ministro de Justicia, Alberto Ruiz Gallardón, para explicar la iniciativa legislativa de nacionalizar a los descendientes de los sefardíes expulsados en 1492 al American Jewish Committee, uno de los grupos judíos más influyentes del país. El interés por los sefardíes se disparó en España tras los viajes del senador Ángel Pulido por las comunidades judías de los Balcanes a principios del siglo XX, de las que recogió películas y documentación en el libro «Españoles sin patria» (1905). La ley tiene un precedente en 1924, bajo la dictadura de Primo de Rivera.
«Franco no fue filosemita ni antisemita», explica Villaluenga en Nueva York, a donde ha venido para presentar su documental «¿Documentos robados? Franco y el Holocausto» en el Festival de Cine Sefardí. «Lo que aplicó fue una política dubitativa y utilitaria de la causa judía».
Durante la guerra, y una vez acabado el conflicto, el discurso del régimen sobre los judíos se adaptó a las circunstancias, cambió de registro en función del interlocutor y fue tan inconsistente que permitió que se salvaran vidas, o lo contrario. Entre 1939 y 1941, 30.000 judíos cruzaron los Pirineos huyendo de Alemania. Se les permitió ir a España por ser un país afín. Con el avance de la guerra, Alemania endureció su postura respecto a los judíos hasta diseñar el Holocausto y no permitir su salida.
Cuatro políticas distintas
Mientras tanto, la dictadura en España aplicaba hasta cuatro políticas diferentes respecto a los judíos, explica Villaluenga, dependiendo de si estaban en la península o en el protectorado de Marruecos, o de si eran sefardíes o ashkenazis. Tras ganar la Guerra Civil, Franco cerró las sinagogas en España y prohibió su confesión religiosa, pero fue más permisivo con los judíos del protectorado, que colaboraron en el levantamiento militar de 1936. Por otro lado, los sefardíes tenían la ventaja de que Primo de Rivera les había concedido conseguir la nacionalidad por carta de naturaleza. Esta fue la estructura legal en la que se apoyaron muchos miembros del cuerpo diplomático español en territorio ocupado por los nazis para defender que miles de judíos en peligro eran ciudadanos españoles. Así salvó cinco mil judíos húngaros Ángel Sanz Briz, el llamado «Ángel de Budapest», pero también otros diplomáticos españoles en Grecia o Francia.También hubo funcionarios en las fronteras que dejaron entrar a judíos cuando en teoría ya estaba prohibido, explica Villaluenga, quien ha contado para su película con las investigaciones de historiadores como Bernd Rother («Franco y el Holocausto») o Josep Calvet («Las montañas de la libertad»). Franco ni persiguió ni aplaudió estas actuaciones. Con la guerra inclinada hacia el bando aliado, el dictador permitió que ocurriera y, con una España destrozada por la Guerra Civil y aislada de la comunidad internacional, «fue capaz de presentarse como el salvador de los judíos, ante los ojos del mundo», explica Villaluenga. Franco mantuvo ese doble discurso: en España, los judíos estaban bajo sospecha dentro del territorio nacional –por España pasarían «como la luz por el cristal», dijo Serrano Suñer–; en el extranjero, «lo vendió muy bien», asegura Villaluenga, «aunque en muchas ocasiones la salvación de judíos se basara en actuaciones individuales» a las que el régimen no se opuso.
El cambio de actitud de Franco se ve en el avance de la guerra. Al comienzo de la misma, llegó a realizar listados de judíos en España para compartirlos con la Gestapo. Esos son algunos de los «documentos robados» de los que habla la película.
A pesar de los claroscuros sobre la postura y las actuaciones del régimen franquista en este asunto, lo que queda claro es que, de puertas para afuera, el balance para España es positivo. «España fue, probablemente, el único país de Europa que no devolvió a los judíos», llegó a asegurar el premio Nobel de la Paz Elie Wiesel.
En la proyección de la película, Villaluenga pudo confirmar que esa percepción de un Franco que salvó a muchos judíos «sigue presente» en la comunidad sefardí. Y más allá de los acontecimientos de la Segunda Guerra Mundial, «es muy emocionante ver cómo permanece su fuerte vínculo con España después de tantos siglos».
También esta semana visitó Nueva York el ministro de Justicia, Alberto Ruiz Gallardón, para explicar la iniciativa legislativa de nacionalizar a los descendientes de los sefardíes expulsados en 1492 al American Jewish Committee, uno de los grupos judíos más influyentes del país. El interés por los sefardíes se disparó en España tras los viajes del senador Ángel Pulido por las comunidades judías de los Balcanes a principios del siglo XX, de las que recogió películas y documentación en el libro «Españoles sin patria» (1905). La ley tiene un precedente en 1924, bajo la dictadura de Primo de Rivera.