“Progre-cisma” – Por José Benegas
“Progre-cisma” – Por José Benegas
El hecho de que Verbitksy fuera el
número dos de la inteligencia de Montoneros, una banda de facinerosos
dedicada al secuestro extorsivo, no solo no era obstáculo para el
kirchnerismo sino que era la explicación de la admiración.
En la Argentina lo que más sorprenden son las sorpresas. Por ejemplo
la del director teatral Carlos Rivas con la actitud facciosa de Estela
Carlotto a favor de un gobierno con el que está asociada desde hace una
década. Tanta fue su decepción que lo escribió a La Nación, que de
acuerdo al Ministerio de la Verdad K es hoy por hoy el centro de la
conspiración mundial contra el fútbol para bobos y la movilidad social
de Lazaro Baéz.
Otros se sienten decepcionados por el aval y luego el “yo no fui” de
un señor de los servicios de inteligencia. No hablo de Milani, sino de
Horacio Verbitsky.
¿Verbitsky también? ¿No era un gurú moral, el ejemplo a seguir por el
periodismo, la intelectualidad permitida y la cultura cartonera? El
hecho de que fuera el número dos de la inteligencia de Montoneros, una
banda de facinerosos dedicada al secuestro extorsivo, el ataque
terrorista, el balazo a traición en función de la instalación de un
régimen totalitario (o llamale terrorismo de estado si te parece), no
solo no era obstáculo sino que era la explicación de la admiración.
Desde su puesto de lucha el admirado espía supongo que se dedicaría a
ver a qué hora salían del colegio los niños de Fulano o el empresario
tal dónde tenía su cuenta bancaria, además de qué destino darle al botín
del secuestro de los Born ¿Qué otra cosa hace un señor de inteligencia
de una organización criminal, además de servir de norte de anciano a la
juventud nac&pop?
Si seguimos el derrotero de lo que son llamados “organismos
de derechos humanos” en la Argentina entenderemos un poco mejor el
tamaño del problema. Empecemos con Alfonsín creando una comisión de
notables que recibía denuncias de ilegalidades en la represión y
desapariciones. Un órgano formado por el Poder Ejecutivo, un decreto que
determinó a quiénes investigar, un período permitido para el estudio,
un procedimiento y un tribunal especial que terminaron con una condena
expiatoria.
Hasta ahí parte de la sociedad reclamaba que también se juzgara a los
guerrilleros y terroristas. Nadie se animaba a llamarles “militantes”.
El propósito expresado era juzgar la clandestinidad, los daños
colaterales, los inocentes incluidos en listas, la falta de
procedimientos legales, las torturas y las desapariciones. En un proceso
de años eso fue variando y nos fueron haciendo a la idea de que sólo
importaba lo que hubiera hecho el estado en contra de sus “militantes”.
Por ejemplo no había que contabilizar lo que el estado hubiera hecho a
su favor (como la liberación de los criminales que con orgullo pidió
Rivas en el 73 y que contó como aval de su crítica actual).
Después vimos que los “organismos de derechos humanos” reivindicaban
regímenes criminales como el de Cuba y que pasaron a sostener la
heroicidad de sus culpables, no los inocentes que cayeron en la
brutalidad de la lucha. Ya no se quejaban de la ilegalidad de la
represión sino que fueron estableciendo el estándar de que frente a esa
violencia solo cabía dejarse matar o hacer volar por el aire ¿Y si eras
de esos a los que no les cae bien que ellos te quieran matar? Entonces
eras un fascista. Así lo enseñó el estado (no el sector privado),
durante estas tres décadas. Toda la sociedad los siguió llamando
“organismos de derechos humanos” pero sin comillas.
Hubo que olvidar a los muertos que ellos mataron. Con el kirchnerismo
se le prohibió a las fuerzas armadas homenajear a sus víctimas. El
aparato de propaganda de verdad fascista del gobierno estigmatizó y
persiguió a los familiares y amigos de esos muertos que querían nada más
recordarlos.
Hicieron del Nunca Más un libro sagrado y Alfonsín jamás cumplió su
promesa de contar la historia de la violencia terrorista de los
idealistas militantes que hubiera permitido separar la condena a la
ilegalidad de la represión de cualquier sospecha de reivindicar los
crímenes de aquellos grupos homicidas. Mucho menos sus sucesores porque
en poco tiempo a nadie le importaba.
Después no fue suficiente esa omisión, porque el que fuera héroe
máximo del Nunca Más Ernesto Sábato había dejado claro que no se tenía
que interpretar que el informe era una defensa de la bomba, el tiro por
la espalda o el secuestro extorsivo por amor. Los “organismos de
derechos humanos” nos explicaron en esa etapa que condenar ese tipo de
cosas o ponerlas al lado de crímenes de agentes del estado (ellos son
unos consistentes defensores de la actividad privada, pero solo de la
violenta. La función del estado es tener empresas comerciales y la del
sector privado matar) era sostener una “teoría de los dos demonios”.
Demonio hubo uno solo y ellos nos lo señalarían. Los derechos humanos se
convierten así en unas prerrogativas que corresponden a los
combatientes de un tipo de proyecto totalitario y a nadie más.
En el ínterin hubo que reescribir conceptos como la cosa juzgada, el
derecho de defensa, anular leyes, establecer un filtro para ver quienes
entran y salen de la justicia federal para que no se vayan a equivocar
los jueces acerca de a quién condenar, a quién absolver y a quienes
asegurar impunidad, que cosa es contra la humanidad (ellos) y cuáles
solo contra las personas corrientes.
Ahí fue cuando llegaron ellos mismos al estado. De un día para el
otro todo lo que se dijo sobre las cosas malas las hace el estado se
aplicó al revés. Los jodidos eran los “sectores concentrados”. El poder
contra el que ellos luchaban no era el estatal, sino el de las
“corporaciones” ¿Y corporaciones que eran? ¿Acaso grupos privados sin
culpa como los Montoneros o el ERP? No, eran grandes peligros de los que
el estado tenía que defendernos como programas de P+E. Una cosa son
tonterías como bombas y granadas y otra unos pesados criminales que
hablaban contra la estatización virtual de las exportaciones
agropecaurias. O cualquier persona fuera del estado que no los
defendiera o que los denunciara. Ahora que estaban del otro lado del
mostrador, los derechos humanos pasaron a resumirse en la frase
fascista: dentro del estado todo, fuera del estado nada. Es decir al
revés de lo que nos venían diciendo cuando eran privatistas.
La cosa se puso cada vez más explícita. Los enemigos actuales pasaron
a ser enemigos históricos rehaciéndose la historia como si estuviera
escrita con tiza y aparecían por todos lados vinculaciones con
uniformes de todo contrincante. Pero siempre afuera de la facción.
Dentro de la facción, la de los cada vez más pocos que son humanos,
podían explicarnos desde los trabajos de Verbitsky en la Fuerza Aérea en
plena etapa caliente, hasta el cargo de Juez de Zaffaroni, el de Alicia
Kirchner en el Sur, las fotos y solicitadas de los Kirchner en el Santa
Cruz, o la dirección de don Timermann del pasquín La Tarde; lo que sea.
Los organismos de derechos humanos evitaban que nos fuéramos a
confundir en cuanto a quién tenía que ser condenado y quién salvado. Un
salvado podía pasar a ser condenado si se peleaba con el gobierno como
la señora de Noble.
Lo de Milani es como el final de este largo cuento. Carlotto ya dice
que como la Biblia para los católicos, el Nunca Más no puede ser leído
de manera directa sino que debe pasar por las aclaraciones de ellos como
intérpretes finales.
Y todos son millonarios, viajan en primera, hacen de sus fundaciones
empresas constructoras, están llenos de cheques rebotados y una infinita
lista de etcéteras.
Entonces amigos progres, esta es su realidad. No son los limpios de
la sociedad que se molestan por algunas transgresiones, son esta cosa.
Nadie se cayó de ningún paraíso. Ustedes no pueden decepcionarse entre
si porque no hay cosa espantosa que no hayan hecho, defendido o
promovido. A los que los miramos de afuera no nos asombran, no nos
decepcionan, continúan comportándose como el culo de manera sistemática y
coherente desde hace treinta o cuarenta años. No nos jodan más con el
aparente escándalo con el que toman cada vez que quedan al descubierto
siempre que el horizonte sea el posible agotamiento de la vía para
seguir robando con el pasado mal editado en el que viven. Les gusta más
la guita que el sexo. Y cuando no les gusta le guita, que los hace más
humanos, les gusta la mentira, la violencia, la banalización de
cualquier principio general y odian todo sentido real de justicia porque
creen pertenecer a una casta a la que corresponde tratar bajo otras
reglas.
Estas facturas casi dan ganas de pedirles que se las pasen en
privado. A los demás no nos interesan. Nos tienen los huevos al plato.
Fuente: http://josebenegas.com/