¿Acaso no sienten ustedes la alegría y el gozo
propio de una primavera que ha inundado a nuestra Iglesia con
fragancias y sonidos inesperados? Si hasta los que nunca la
han querido o conocido lo pueden ver y sentir. Y esto vino a ocurrir
justamente en medio de circunstancias de gran preocupación y
angustia, como para demostrar que Dios actúa cuando El quiere,
cuando menos lo esperamos.
Hoy quiero
recordar, desde la ayuda de una catequesis de Benedicto XVI, lo que
enseñaba San Cipriano en el siglo III sobre la
Iglesia:
“San
Cipriano distingue entre Iglesia visible, jerárquica, e Iglesia
invisible, mística, pero afirma con fuerza que la Iglesia es una
sola, fundada sobre Pedro. No se cansa de repetir que «quien
abandona la cátedra de Pedro, sobre la que está fundada la Iglesia,
se engaña si cree que se mantiene en la Iglesia” (Benedicto XVI,
miércoles 25 de febrero de
2009).
La Iglesia que
vemos, hecha de hombres, no debe quitarnos la mirada de la iglesia
invisible, mística, plena del Espíritu Santo que la nutre y guía.
Muchas veces nos engañamos por los errores de los hombres que hacen
a la Iglesia visible, jerárquica en las palabras de San Cipriano.
Pero somos todos, laicos y consagrados, los que damos carne y huesos
a la Iglesia, y también pecado porque somos pecadores, así como
error porque somos falibles. Nunca, nunca, debemos permitir que la
humanidad y debilidad de la Iglesia visible nos haga perder de vista
a la Iglesia invisible, mística. De la Iglesia, visible e invisible,
porque es indivisible, no debemos separarnos jamás aunque nos duelan
los errores de los hombres. Al encuentro con el Milagro Eucarístico
diario, que ocurre en los altares del mundo entero, nos debemos como
bautizados hijos de Dios.
De este modo,
no debiera sorprendernos que esta primavera se inicie a partir del
surgimiento de un nuevo Pontífice, porque todo es parte de los
impulsos de la Iglesia mística que subyace a lo visible. Es tan
humanamente inexplicable y rápido el proceso que vivimos a partir de
la elección del Papa Francisco, que no cabe ver a otro más que al
Espíritu Santo detrás de la inspiración que mueve los hilos de la
Barca de Pedro. Por supuesto que jamás Dios obra en vano, porque
siempre lo hace por encima y mas allá de los hombres y sus
intenciones. El Señor decide cuando intervenir y dar un golpe de
timón a la Barca, de tal modo que el hombre no pueda alterar los
planes que El mismo ha establecido en Su Divina
Voluntad.
A nosotros
corresponde, entonces, el discernir como actuar frente al viento
primaveral que renueva y refresca a nuestra Iglesia. No podemos
dejar pasar la oportunidad, por supuesto, de sumarnos al impulso y
reforzar nuestra contribución como miembros del Cuerpo Místico,
desde el lugar al que a cada uno de nosotros nos
corresponda.
Sabemos que
cuando Dios inspira algo, el mundo se mueve acompañando esa
inspiración. Pero también sabemos que de inmediato se ponen a actuar
las fuerzas del mundo (y sus inspiradores) para contrarrestar y
bloquear el avance. Francamente, el actuar del oponente es sutil,
pues las más de las veces se va a sumar al festejo primaveral,
buscando no lucir descolocado para de ese modo detectar el punto
débil donde golpear, si es posible desde dentro, y en cualquier caso
desde fuera también.
Nosotros, con
buenas intenciones en nuestros corazones, debemos redoblar nuestro
esfuerzo y alzar nuestras velas para capturar al máximo el viento
del Espíritu Santo. Dios, toda Gloria y todo Amor, nos regala Su
Gracia para que seamos flores en esta primavera, para que inundemos
el mundo con perfumes de sencillez y pureza. María, solícita como
siempre, acompañará la Voluntad de su Hijo y hará de sus pequeños
hijos un ramillete de trabajadores felices y llenos de
entusiasmo.
Pero, también
sabemos que después de la primavera viene el otoño, y luego el crudo
invierno. Por eso no debemos ser holgazanes y derrochar el tiempo,
pensando que esta primavera durará para siempre. No es así, porque
no hay Luz sin Cruz, y al gozo siguen los dolores, así como a los
consuelos siguen las penas. El ciclo de la vida sigue adelante, y la
primavera es momento de trabajar y producir, no de tocar la guitarra
como la cigarra. No hay tiempo para la holgazanería en el Plan de
Dios, porque el trabajo nos mantiene vivos, nos alimenta y da
sentido a nuestro existir.
¡El trabajo es
puerta necesaria a la
salvación!
Mis amigos, con
la venida del nuevo Papa Francisco, se han abierto muchos corazones
que están dispuestos a escuchar la Palabra del Maestro, dispuestos a
volver a los sacramentos, y atentos a la mano que acaricia. Seamos
dignos hermanos que con su actitud invitan a volver a casa, demos
abrazos y palabras de consuelo, actuemos con paciencia y vocación de
enseñar y perdonar.
Señor, Tu que
traes a este mundo una brisa de aire fresco que renueva nuestra
esperanza, danos las llaves de Tu Casa para que podamos ayudar a
limpiarla, decorarla, ponerla hermosa y habitable. Danos Tu Santo
Espíritu para que nuestras bocas hablen de lo que Tú quieras. Danos
la docilidad de Tu Santísima Madre para que nos dejemos morir a
nuestras pasiones y deseos, y seamos dignos hijos de aquella que
supo ser Tu Madre en Nazaret de
Galilea.
Señor, abre
nuestros oídos para que solo podamos escuchar Tu Voz de Maestro.
Abre nuestros ojos para que solo veamos lo que es digno de ser
visto. Hoy, más que nunca, necesitamos ser Uno junto a Ti, que eres
Uno en Tu Trinidad. Señor, danos Tu Mano y llévanos con paso seguro,
porque queremos ser Iglesia contigo, por siempre y para
siempre.