LA IZQUIERDA Y LOS INDIOS DE RODILLAS
LA IZQUIERDA Y LOS INDIOS DE RODILLAS
Los izquierdistas de los sesenta y los setenta no paraban de echar en cara al peronismo –y particularmente a Evita- el carácter “asistencialista” de su política social. Pedían con vehemencia un cambio de estructuras que, según ellos, venía siendo retrasada por la política gatopardista del justicialismo: nada se modificaba realmente, mientras se entretenía un poco al pueblo con aquello viejo del “pan y circo”.
Por primera vez capté que algo inusual pasaba dentro del peronismo cuando, en plena época del resbaladizo general Lanusse, empecé a conocer tipos que, aún diciéndose justicialistas –la palabra peronismo les sonaba demasiado caudillista, demasiado derechista- usaban aquel idioma del reclamo sobre las estructuras. Eran personajes –dirigentes estudiantiles o “intelectuales”- cuya mente se corría apenas del liberalismo original para hacer “entrismo” en el movimiento popular desde la izquierda. En poco tiempo se los conocería groseramente como “montos”, perteneciesen o no a los distintos estamentos y grados de compromiso de la organización Montoneros. Algunos, los coherentes diría, terminaron en la guerrilla. Porque la mayor parte se quedó en retaguardias menos comprometidas, aprendió a hacer de la política un negocio, y fue pactando antes o después con todo lo que vino. Unos cuantos terminaron haciéndose del poder después de mil agachadas. Néstor Kirchner fue uno de esos personajes: mente liberal, verso zurdo-montonero (entiéndase, izquierda mistonga) y el alma puesta en la guita.
Eso sí, ha pasado casi medio siglo y de las “estructuras” ya no se acuerda nadie. Al contrario, todos estos barones de la nueva izquierda han descubierto el asistencialismo y le han dado una vuelta más de tuerca: aprendieron que es el modo más sencillo de esclavizar a la gente, de adueñarse de su voluntad, de borrarle cualquier afán de ser libre.
Obviamente, el fenómeno no es sólo local y viene acompañando el regreso a la “democracia” de toda Iberoamérica. Lo que aquí arrancó con las “cajas pan” del hoy santificado Alfonsín, se ha ido multiplicando en cada vez más controladas formas de subsidiar y mantener en su límite a la pobreza. Por supuesto, con el eterno verso “liberador” al que ahora nuestro gobierno llama con toda hipocresía “inclusión social”.
Véase si no, también, al amigo Evo Morales, cuyo planteo por las “etnias” va un paso más allá, como mostraremos. Con el pretexto de reducir la deserción escolar en la primaria, ha establecido un subsidio de 200 bolivianos por año (unos cien pesos argentinos) para 1.900.000 chicos de las escuelas públicas. En un acto multitudinario, donde amontonó a miles de escolares en un estadio el pasado 4 de noviembre, entregó personalmente varios de estos “bonos Juancito Pinto” que, recalcó, son “para los niños y niñas y ellos deben decidir en qué utilizan los 200 bolivianos” (La Opinión, Cochabamba, 5/XI/10, pág. 2a). Sobraría comentar hasta qué punto este alarde presidencial minará la autoridad paterna en los hogares más pobres de la pobre Bolivia; sobraría elucubrar sobre el disparatado destino de esos poquitos pesos en manos de los chiquilines. Pero sí vale la pena señalar una vez más cómo utilizan estos “zurdos” de ahora las teóricas buenas causas para dar lugar a concretos daños: el Presidente enseña a comprar barato las conciencias infantiles y los chicos aprenden pronto a vender sus voluntades. Todo un adelanto de las locales versiones “originarias” de la izquierda que no se hubieran animado siquiera a plantear sus antecesores soviéticos, que apenas había sugerido Aldous Huxley (el menos zurdo de la familia Huxley) en “Un mundo feliz”.
He aquí cómo los marxistas –hoy sólo reconocibles porque conservan apenas lo más profundo que tuvieron siempre: el alma gris resentida y la inteligencia al servicio de esa alma gris resentida- se han volcado al “asistencialismo” sin pudor alguno. Sólo que a un asistencialismo coimero: te regalo desde el Estado para que vengas a los actos, para que vayas a mi velorio, para que hagas número en mi entierro. Y lo que es peor, asistencialismo coimero que intenta comprar los espíritus desde la niñez.
Evo es apenas un ejemplo en esta Hispanoamérica transformada en banco de pruebas del socialismo a la violeta. En Ecuador se inventan golpes de Estado a partir de la protesta gremial de los policías y la cobardía (cobardía real, miedo físico que catapultó los hechos) de un Presidente que es pura parada. Venezuela está culturalmente a los pies de Cuba, de la que no deja de recibir agitadores y agentes del espionaje disfrazados de médicos. Uruguay, tal cual empiezan a decir los orientales, se va “argentinizando” a través de los piquetes, los cartoneros en carritos de caballo, la burocracia haragana y exigente, y un gobierno que deja hacer.
Así siguiendo, aunque haya países como Perú y Colombia donde parezca que la cordura quiere ser la base de la convivencia, nuestra América esconde una manera de verse y de mirar al mundo que va siendo la del socialismo que coimea con la libertad de sus pueblos. Y, claro, va encontrando para ello una fórmula cultural y política que va más allá de lo visible en superficie.
El indigenismo, la vuelta al cuento de los “pueblos originarios”, es una singular clave de embrutecimiento que, bajo el pretexto de acercarse a las, ya elementales ya sanguinarias, “culturas” de los indígenas que se batían entre sí hasta la extinción en tiempos del Descubrimiento y la Conquista, va concretamente extirpando el conocimiento de los más pobres, desalentando entre ellos todo afán de progreso que no surja del delito. Estos movimientos, fomentados entre nosotros por “nativos” tipo Osvaldo Bayer o representados por otros “nativos” como Fernando de la Rúa, van consiguiendo hacer una singular síntesis entre el verticalismo absoluto y explotador del los imperios Maya, Azteca e Inca, y el más implacable marxismo stalinista. Parece grotesco, sí, pero es verdadero. Hay que escuchar el idéntico panegírico indiano de los guías de turismo, hay que leer los folletos que se reparten –única fuente de conocimiento, por otro lado, de la mayoría de turistas que abre la boca ante los restos de los pueblos indios-, hay que palpar su odio antiespañol y anticatólico. Hay, paralelamente, que comprobar con qué adhesiva sobre-simplificación lo asocian con las más utópicas elucubraciones de un comunismo que para ellos no se termina de morder la cola. Sólo entonces se estará en condiciones de medir la equilibrada fórmula de ignorancia, resentimiento y violencia que ya es, pero va a ser en más extenso grado, la base de la educación de las mayorías en esta tierra nuestra.
Como se ha dicho, todo viene envuelto en banderas de liberación, eufemismo divulgado para esconder cómo se está atentando contra la verdadera libertad de espíritu que sólo llega por el conocimiento y el amor al prójimo.
Ecuador permite como ninguno de nuestros países entender la clave final de tanta fuerza puesta al servicio de la falsificación. Allí el impulsor sobresaliente de la conservación y difusión de las “culturas originarias” es ni más ni menos que el Banco Nacional. El mismo Banco que ha hecho desaparecer la moneda ecuatoriana para reemplazarla desfachatadamente por el dólar ante el que se inclina. Y así va a ser en todas partes: ignorancia cuidadosamente cultivada para la mejor sujeción al poder del dinero. Ponderación insensata de los imperios primitivos para lograr una más rápida inserción de nuestras difíciles patrias en el puño del Mundo-Uno.
El asunto no va a ser sin sufrimiento. En particular porque la vuelta a las sanguinolentas costumbres “originarias”, donde la vida humana se ofrecía al irónico capricho de dioses insaciables, va a significar la vuelta al desprecio pre-cristiano por la existencia del prójimo. Entiéndase, porque va más allá de todo juego de palabras: el laberinto, la mentira y la muerte, están intentando reemplazar al Camino, la Verdad y la Vida.
El conjunto emana un repugnante olor a azufre.