El culto de los muertos
El culto de los muertos
Hábitos inveterados de los argentinos
Nuestro compañero de tareas, Ramón Doll; ha llamado repetidamente la atención hacia ese fenómeno argentino que él llama “la manía de los velorios”. Nosotros nos habíamos olvidado de cuando murió Yrigoyen, pero ahora hemos tenido ocasión de recordarlo y es realmente sorprendente.
El entierro del doctor Alvear (q.e.p.d), nos ha dado salida a una explosión de afectividad dirigida, que salvo el respeto al difunto, rayaba en muchos puntos con la payasada. De golpe el pobre difunto se ha convertido en un receptáculo de las más excelsas y raras virtudes (“democráticas”) en la boca incluso de los que ayer nomás no se hartaban de chistes atroces a costa suya. En este coro de superaciones ditirámbicas, nada hubo tan notable como los “solos” de Roosevelt y de Cordell Hull. El Gobierno se conmueve todo y comunica su temblor a al Iglesia, se cierran las clases, incluso universitarias, las niñitas de las escuelas ( y los sacerdotes) son usados como plañideras, llueven coronas de bronce, manifestaciones altisonantes, ditirambos de una falsía grotesca, oraciones fúnebres, honores por decreto, gestos figurónicos, acompañados por movimientos indecisos del pueblo movido de una religiosidad vaga. Pérdida enorme de tiempo. En todo ello, en insistente retañir de una nota falsamente religiosa y la intención aprovechadora en pro de la “democracia”. El sermón de “circunstancias” estuvo a cargo del doctor Miguel Culiacciatti. (Ministro de interior el Presidente Castillo).
Cuando enterraron a Yrigoyen, al Doctor Alvear le robaron una cartera con 73 pesos, así como una cruz de oro al féretro. Uno de los que ayer se llenó la boca con “las virtudes cívicas y raciales de quien fue uno de los mas grandes estadistas de América”, hizo en aquel entonces un chiste cínico acerca de “cómo los rateros se aprovechan de los cadáveres”. De la parte de esos buitres, que son perfectamente insinceros –como aquel que ayer nomás sobre el cadáver del paracaidista inmolado en la propaganda política ensartaba otro discurso de propaganda política-, la actitud es manifiestamente repugnante y clara. Pero el fenómeno es demasiado complejo para poder explicarse con esta sola causa, sobre todo de parte del pueblo. Merece que lo observemos.
Si: un miembro del gobierno, desamparado de opinión visible, adula a los radicales, evidentemente… Si, los politiqueros aprovechan la ocasión de hacerse la publicidad, en una incontinencia hotentote de oratoria necrológica. Si, los tiburones y los zorritos saben que al pueblo hay que distraerlo lo más posible para que no piense en el triste estado del país y sus problemas. Si, la Iglesia curial, reducida por anemia cerebral después del triunfo del Liberalismo a Gran Ceremoniera de la Democracia, se mueve dócilmente y prodiga bendiciones que no pueden hacer mal a nadie, y hacen el bien de mantener la religiosidad del pueblo, al menos en figura. Pero todo eso es poco para explicar por entero esa especie de masoquismo colectivo, ese desborde de lloroneo y llanto y ese sentimentalismo enfermizo llevado al extremo de hacer posible la ingestión de las mentiras más gruesas envueltas en toneladas de palabrería huera. Fue un espectáculo bastante humillante para nosotros. Es imposible imaginarse una Nación realmente grande entregada a este frenético can-cán fúnebre. Buenos Aires tiene poco que hacer y se ha olvidado de sus grandezas.
Lo que pasa aquí es muy sencillo y se puede expresar con esta metáfora: el pueblo argentino no tiene Templo y va a adorar a los cementerios, donde el sepulturero lo espera, llamado Régimen: Los etnólogos enseñan que el culto de los muertos es la forma de religión mas primitiva y que cuando una religiosidad colectiva retrograda, tiende a las formas rudimentarias. En las aldeas abandonadas de Catamarca y La Rioja, donde falta desde Rivadavia iglesias y sacerdotes, se ve que el cementerio al lado de las taperas lamentables es el lugar mas cuidado (el único cuidado) y que allí se efectúa el necesario rito de la ligazón colectiva, que hace la sociedad posible. Una creencia común, que por trascendental cubra las diferencias contingentes individuales, es el cemento indispensable de una sociedad; y la creencia de que el hombre no muere del todo y después de la vida mortal “hay justicia”, es la mas rudimentaria, instintiva e indestructible de todas. Así pues, la masa argentina que cada día se siente más perdida de la Iglesia, se siente por instinto impelida a fabricarse sus propias liturgias; a expresar su alma profunda como pueda, aunque sea en los cementerios. Véase la concurrencia multitudinaria a la Chacarita el día 2 de noviembre.
Esta religiosidad desenfocándose es aprovechable para los sacerdotes del Progreso Indefinido y la Democracia Redentora. Recordemos que el Liberalismo es una ”herejía”, es decir, contiene un elemento religioso y aspira a suplantar a la Iglesia. Del culto de Dios al culto de los santos, del culto de los santos al de los héroes, del culto de los héroes al culto de los muertos, estos son los descensos graduales de una religiosidad que se afloja, que pierde el foco. Esta enorme ficción del Pueblo Soberano, la Libertad y la Democracia, detrás de la cual se mueven larvas oscuras y siniestras, necesita admiración, necesita héroes, ¡necesita héroes!, y cada día los tiene menos: los horribles abogados discurseadotes y gesticulantes que la representan, cada día parecen menos estampa de heroísmo, y mas porrudos, patudos, ladrones, mentirosos y odiosos, -o como en el caso de Alvear, simplemente prosaicos o ridículos o inexistentes o lelos.
Entonces la Democracia inventa este pasapasa: cuando mueren son héroes.
Hay que ver lo que dijo Mitre de Sarmiento cuando vivía; y lo que dijo arrebatado de éxtasis al día siguiente de su muerte. ¡Todos los muertos son santos! Aprovechándose de esa decencia latina de no hablar mal de los muertos, “de mortuis nihil nisi bonum”, hace delante del pueblo asombrado el truco de la canonización laica, confiando en que la honradez y delicadeza de los que ven el truco, les impedirá saltar en mitad de la ceremonia gritando: “¡Este fue un necio un amoral o un inútil!”, y en todo caso, si alguien osase tanto, lo ahogarían bajo una lluvia de coronas de flores naturales o coronas de bronce artificiales.
El sentimiento cristiano de la muerte es diferente de estas vocingleras payasadas que hemos presenciado: hay que rezar por el finado y hay que dejar a la Iglesia el juicio de sus virtudes; y si es verdad que no débese hablar mal de ellos, menos se debe hablar bien con exageración o mentira. Cuando uno piensa que en nuestro país diarios como El Mundo, La Prensa y La Nación tienen a su cargo el reparto de la verdad y la distribución del loor, son los impartidotes de la honra, que es el motor social por excelencia; y que lémures y espectros monopolizan esas esencias (o su falsificación mejor dicho), comprende cómo el organismo nacional está cariado y cómo esto no puede durar mucho sin el estallido de una crisis fuerte.
Entretanto, el entierro del jefe del radicalismo, nos ha servido para ver instintivamente y radiográficamente otra vez la estampa del régimen liberal que no es entre nosotros hoy día más que una enorme vanidad cubriendo una enorme podredumbre.
Escrito en el año 1946, extraído de "Castellani por Castellani" Ed. Jauja.