La plegaria de Zapatero
Sábado , 06-02-10
¿En qué consistió la plegaria de Zapatero en Washington? Pues consistió en repetir la estrategia que emplea el demonio en el episodio de las tentaciones en el desierto, donde cada vez que trata de seducir a Jesús lo hace invocando citas bíblicas; y es que, en efecto, el demonio es un gran conocedor de la Biblia, aunque su conocimiento lo emplee para invertir el sentido de sus palabras. Esta estrategia la desplegó Zapatero, a imitación de su modelo, en un doble y complementario sentido: por un lado, recurrió a la literalidad engañosa que trocea y descontextualiza la Biblia, para evitar alusiones molestas; por el otro, recurrió a su interpretación laxa, utilizando la cita bíblica a modo de «cadáver exquisito» cuyas palabras pueden intercambiarse a voluntad. O sea, la Biblia convertida en un fósil o en un ectoplasma, para que deje de ser Palabra viva y se convierta en palabra petrificada o palabra reducida a papilla.
Zapatero uso la Biblia como un fósil en su cita del Deuteronomio, donde leyó el mandato que prohíbe oprimir al jornalero pero omitió la consecuencia lógica de infringir tal mandato, que el Deuteronomio nombra explícitamente: «De otro modo, (el jornalero) clamaría a Yavé contra ti y tu cargarías con un pecado». Y usó la Biblia como un ectoplasma cuando muy taimadamente repitió la inversión de la sentencia evangélica -«La Verdad os hará libres»-, afirmando que es la libertad la que nos hace verdaderos. Pero la libertad, como afirma don Quijote en otra cita tergiversada por Zapatero, es un «don de los cielos»; y es que Don Quijote era, como lo definió Turgueniev, «la criatura más profundamente moral que existe en el mundo». Ese don divino de la libertad nos permite reconocer categorías morales objetivas, a las que el hombre puede adherirse o traicionar, porque, en efecto, somos libres para salvarnos y libres para perdernos. Don Quijote usó del don divino de la libertad para adherirse al Bien; y su lealtad al Bien, que tantos varapalos y privaciones le costó, fue inquebrantable hasta la hora de su muerte. Sabía cuál era su misión en el mundo y sabía, sobre todo, que tal misión no podía llevarla a cabo solo, sino con la ayuda de Quien, desde el cielo, le había entregado magnánimamente el don de la libertad; por eso dice (II, cap. 58): «Los que reciben son inferiores a los que dan; y así es Dios sobre todos, porque es dador sobre todos».
Don Quijote está tan unido a la Verdad, tan abrazado al Bien, que es libre para probarse en los sacrificios más ímprobos; es libre para entregarse a las causas que no le reportarán ningún provecho; es libre para alzarse del polvo una y otra vez, cuando cada una de sus empresas se salda con el fracaso y el escarnio; es libre, en fin, hasta de sí mismo, como lo expresa con delicadeza sin igual Sancho, cuando de regreso a la aldea junto a su vapuleado amo, exclama: «Deseada patria, abre los brazos y recibe a tu hijo don Quijote, que si viene vencido de los brazos ajenos, viene vencedor de sí mismo; que, según él me ha dicho, es el mayor vencimiento que desearse puede». Zapatero, que representa la criatura antípoda de don Quijote, o sea una criatura profundamente amoral, no cree que el Bien se alcance «venciéndose a uno mismo», sino que piensa que el bien es una gelatina que cada cual puede moldear a su gusto, dejándose vencer por sus caprichos; y, de este modo, la libertad se convierte en la búsqueda del interés propio, en la satisfacción de apetencias y deseos; esto es, en puro emotivismo y debilidad mental.
Hay quienes afirman que el discurso de Zapatero no fue una verdadera plegaria; yo, por el contrario, sostengo que lo fue de principio a fin, sólo que no iba dirigida a Dios, sino a aquél que los antiguos denominaban «mono de Dios». Por eso, en su plegaria llenó de mierda la Biblia y, por añadidura, el Quijote, que es la más sublime expresión de la literatura cristiana.