Cachanosky.Comentario.12.02.10.
ROBERTO CACHANOSKY - LANACION.COM
Cuando uno lee o escucha los discursos de Cristina Fernández sobre temas económicos, no solo entiende porqué estamos en una situación complicada sino que, además, lo que es peor, con los diagnósticos que hace, uno comienza a temblar por el rumbo de colisión que llevamos. Es como, si viendo el iceberg delante, el capitán del barco, en vez de cambiar el rumbo, decide apuntarle bien al iceberg y acelera la marcha afirmando caprichosamente que el iceberg no está delante de sus narices.
Al menos tres puntos son realmente preocupantes. En primer lugar, la Presidenta afirmó que el Gobierno, con el aumento del gasto público, dinamiza la economía generando más demanda. A renglón seguido pide más inversiones para responder a esa mayor demanda.
Pregunta elemental: ¿qué efecto mágico tiene sobre la economía que un peso gastado por el Estado produzca más actividad que si lo gasta el sector privado? Si vía impuestos le sacó 100 pesos al sector privado, y esos 100 pesos los gasta el Estado, ¿qué matemáticas maneja la Presidenta para afirmar que los 100 pesos gastados por el Estado generan el milagro de multiplicar lo panes y producir una demanda mayor a 100 pesos?
Solo podría darle la razón a Cristina Fernández si reconociera que parte del aumento del gasto se financió con el ahorro que se le confiscó a la gente que los tenía en las AFJP. Es decir, si Cristina Fernández reconociera que aumentaron el gasto a costa de la futura miseria de los jubilados. Dicho en castellano básico, se gastaron el ahorro de la gente y el costo lo pagarán los gobiernos y jubilados futuros.
Pero tampoco es del todo así, porque ese ahorro que se gastó el Estado podría haberse volcado a financiar consumo o inversión privado, generando más actividad económica. El mayor consumo del Estado tuvo como contrapartida menor consumo y/o inversión en el sector privado.
Como, debido al default, su gobierno y el de su marido no pudieron financiar el gasto con el ahorro de los japoneses, alemanes o italianos, las últimas dos alternativas que tenían para financiar el aumento del gasto eran: a) mayor presión impositiva o b) emisión monetaria.
El aumento de la presión impositiva ha llegado a niveles intolerables para el sector privado teniendo dos efectos. Por un lado, reduce la capacidad de demanda del sector privado trasladándosela al sector público, con lo cual es un juego de suma cero con ineficiente asignación de recursos. Salvo que, por ejemplo, Cristina Fernández pueda afirmar que los 6 millones de pesos diarios de subsidio que recibió el año pasado Aerolíneas Argentinas han aumentado el bienestar de la población.
El segundo efecto del aumento de la presión tributaria es que ahoga la inversión, con lo cual resulta realmente paradójico que pida más inversiones mientras anula al sector privado con una carga tributaria feroz.
La opción ha sido, entonces, que desde varios meses atrás el Estado está financiando el gasto público con emisión monetaria utilizando contabilidad creativa para esconder este mecanismo.
Cristina Fernández dice que la emisión monetaria no produce inflación. Veamos. Supongamos que hay dos bienes en la economía y solo 100 pesos en circulación. ¿Pueden realizarse transacciones por valor de 110? Si un bien sube de precio, inevitablemente el otro tiene que bajar, salvo, claro está, que Cristina Fernández haya descubierto una nueva matemáticas, por la cual con 100 pesos se pueden realizar compras por 110 pesos.
Desde 2004 en adelante la expansión monetaria estuvo entre el 25 y 28 por ciento anual. Semejante expansión primaria de moneda implica que la producción de moneda fue mayor que la producción de bienes y servicios, por lo tanto, la lógica más elemental indica que el valor de la moneda disminuye por mayor oferta (emisión) con relación al resto de los bienes y servicios de la economía. Lo que comúnmente se conoce como inflación. Y agreguemos que en diciembre la tasa primaria de emisión monetaria estuvo en el 17% y en enero en el 19%. Si Cristina Fernández cree con esa emisión no va a producir inflación, podemos afirmar que los argentinos estamos realmente en un serio problema y los escenarios más sombríos afloran hacia el futuro inmediato.
Pero veamos un último punto. Dijo la Presidenta que lo que tiene que hacer el sector privado es invertir más para igualar el aumento de la demanda que "mágicamente" produce el Estado vía el gasto público, con más inversiones. Es decir, el Estado, con la varita mágica, genera más demanda y el sector privado tiene que invertir para compensar con más oferta esa mayor demanda.
Pregunta elemental: ¿conocerá Cristina Fernández la relación que existe entre calidad institucional e inversiones? ¿Quién puede tomar en serio la sugerencia de la Presidenta de invertir en el país si luego viene Moreno y le dice a qué precio tiene que vender, cuánto tiene que producir y qué calidades tienen que tener las mercaderías? ¿Quién puede invertir en un país que no tiene moneda y que, encima, el Ejecutivo toma casi por asalto el BCRA para hacerse de las reservas para financiar un gasto público desbordado? ¿Quién puede invertir en un país en el cual nadie sabe cuántos impuestos va a tener que pagar, si va a poder exportar o si tendrá acceso a los insumos? En definitiva, ¿quién puede invertir con tanta incertidumbre en las reglas de juego que impone el matrimonio?
Cristina Fernández dice que no le vengan con que hay que achicar el sueldo de la gente, jubilaciones y el ingreso de la sociedad. La realidad es que ella está haciendo exactamente eso: achicando el poder de compra de los jubilados y trabajadores en general porque la inflación les come el ingreso real. Porque la política de expansión monetaria que ella lleva a cabo produce inflación por más que ella crea que no existe. El ajuste lo está haciendo de la peor forma y de la manera más regresiva. Aplicando un feroz impuesto inflacionario que, como de costumbre, siempre afecta a los sectores menos favorecidos de la sociedad.
Cuando uno escucha a Cristina Fernández hablar de economía, no puede menos que recordarse la película La Caída en la cual, en sus últimos días, Hitler mueve divisiones que no existen, imagina ataques de ejércitos que desaparecieron y hace proyectos para conquistar países con petróleo mientras los rusos están golpeando la puerta. Hitler negaba tanto la realidad que vivía en un mundo irreal. El mundo irreal de Cristina Fernández es que no existe inflación y cree que seguir emitiendo moneda y aumentando el gasto público nos llevará a la estabilidad y al crecimiento.
Frente a tal grado de desconexión con la realidad, uno no puede menos que apiadarse del futuro de los jubilados y trabajadores, además de la Argentina en general.