San José
P. Leonardo Castellani (1899 -1981)
Hijo ¿por qué
has hecho así con nosotros? Tu padre y yo te estábamos buscando con angustia.
El Justo.
Esposo de la
Madre de Dios.
Padre
adoptivo del Redentor.
Lugarteniente
de Dios Padre.
Patrono de la
Iglesia Universal.
Abogado de
una Buena Muerte.
Defensor de
todos los Obreros.
Modelo de
todos los Padres de familia,
y al mismo tiempo el Santo de quien menos se sabe, el más humilde y
escondido, como una estrella que hay en el cielo tan al lado del Sol que nadie
ha visto.
La Escritura
dice de San José una sola palabra: que era justo,
lo cual en el lenguaje de la Escritura significa santo, perfecto, cabal. Es tan grande la virtud de la justicia.
Una virtud
perfecta presupone todas: muchos se distinguen en alguna virtud, no hay hombre
que no tenga alguna: generoso, leal, compasivo, recto, valiente, franco,
piadoso, religioso, sobrio... Pero hay quienes son compasivos y débiles,
generosos e incontinentes, fuertes y orgullosos, humildes y pusilánimes.
Las tres
virtudes que resplandecen en lo que el Evangelio nos narra de San José son la
castidad, el trabajo y la oración.
La castidad
en el pasaje de San Lucas que cuenta la Anunciación de Nuestra Señora, donde se
deduce que San José había ofrecido a Dios su castidad perpetua prenunciando así
lo que había de ser después el estado religioso.
El trabajo
humilde y oscuro: “¿Acaso no es este el
hijo del carpintero?”.
La oración de
San José está en las dos moniciones del ángel, la de recibir a su esposa[1]
y la de huir a Egipto[2].
La Castidad. La narración de San Lucas
es un pasaje delicadísimo. Lucas nos presenta de golpe las cosas ya hechas: una
doncella prometida, el anuncio de que va a ser Madre del Mesías. La respuesta
de María: “No conozco varón” ni lo
conocerá nunca. “No importa”, dice el
ángel: “será un milagro”. El milagro
será la realización de la profecía de Isaías al rey Acaz: “El Señor mismo os dará una señal: he aquí que la virgen concebirá y
dará a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel”[3].
La Virgen
consiente. Ese consentimiento es un poema de alabanza a San José, porque supone
que los dos jóvenes habían hecho juramento de castidad. San José había aceptado
casarse con María y vivir con ella como hermano y hermana. La virgen tenía
plena confianza en la fidelidad de San José.
El Espíritu
Santo había inspirado a estos dos jóvenes esa actitud tan insólita en las
costumbres de Israel. San José era joven, por lo menos relativamente, pues su
misión era proteger y criar a Jesús durante treinta años. El matrimonio virginal
de San José y la virgen fue matrimonio válido y no fingimiento porque lo que
constituye al sacramento del matrimonio no es la unión conyugal propiamente
sino el consentimiento de la voluntad ante el sacerdote. Porque el hombre es un
cuerpo y es antes de todo una voluntad.
San José es
así ejemplo de una de las virtudes más necesarias de nuestros tiempos
perturbados. La castidad significa el domino del hombre sobre los propios
apetitos, aun los más violentos, el respeto a la propia dignidad y al honor
ajeno, la limpieza y decoro delante de Dios y delante de los hombres. Perdida
esta virtud, trae como consecuencia toda clase de terribles castigos; y el
mundo moderno lo sabe perfectamente porque a un especial desenfreno de
impureza, vemos cuántas plagas, desórdenes y catástrofes siguen. Sois vasos del
Espíritu Santo, Dios mora en vosotros, sois miembros de Cristo, no ensuciéis
vuestros cuerpos con torpezas, dice San Pablo.
El Trabajo. San José fue encargado de
una de las misiones más grandes del mundo. Personaje importantísimo. Nos
asombramos ante la misión de un Colón, de un San Martín, de un Dus... San José
es el eje sobre el que gira la redención –el mayor de los santos fuera de la
madre de Dios– y mirad cómo son las vías de Dios: trabajo el más oscuro, humilde,
insignificante. Trabajo manual rudo toda la vida. Pero, ¿cómo? ¿Vos, oh, San
José, sois padre del Mesías, mandáis al Verbo de Dios, tenéis
en vuestra casa a la esperanza de toda la humanidad y estáis haciendo arados,
manceras, vigas, puertas, postigos, batientes, ataúdes...?
No se puede
decir que el mundo moderno no trabaje; trabaja quizá demasiado, pero trabaja
mal. Ha robado al trabajo su sello divino y humano y ese es quizá el peor
crimen de nuestra época, trabajo de bestias, trabajo de esclavos, máquinas,
enfermos enloquecidos... Trabajan los pobres explotados por algunos ricos;
trabajan ricos esclavizados al dios cruel del Lucro de la Avaricia, del más
tengo más quiero; y al dios estúpido del placer frívolo y la diversión
incesante que los trae con fiebre continua y se llama Vida Social, Figuración,
Vida Mundana. Y sobre este mundo que ha olvidado la dignidad humana y cristiana
del trabajo planea la más grande de las revoluciones de la historia.
La Oración. La oración es necesaria. El
mundo moderno anda perturbado porque ha perdido el contacto con Dios. Anda
ciego detrás del Placer o del Oro porque no ve ni conoce más a Dios. La oración
es necesaria al ser humano. El niño necesita de sus padres para poder llegar a
su estado perfecto, a ser adulto. El hombre necesita de Dios para llegar a su
Último Fin que es el mismo Dios. Representaos el estado de un hombre sin
oración como el estado de un niño sin sus padres, y en medio de un bosque. La
oración es necesaria para la salvación. Sin oración no hay salvación. El cielo
nos lo da Dios. Nos lo da por nuestras buenas obras, pero nos lo da. “Pedid y recibiréis”. Y nuestras buenas
obras nos las da Dios. “Sin mí nada
podéis”.
Por eso la
Iglesia nos manda a hacer oraciones vocales, asistir a la misa dominical y a
ciertas solemnidades.
San José
hablaba con Dios continuamente y penetraba las palabras de Jesús. ¿Por qué
murió antes de la predicación de Jesús? Porque no la necesitaba. ¿Y por qué la
Virgen? Porque Jesús necesitaba de ella. La contemplación de los santos, San
Ignacio, Santa Teresa, es nada al lado de la de San José.
Se ora poco
en el mundo. A Dios gracias hay santa almas que oran por otras. Pero las
naciones no oran, porque en ellas ha triunfado el liberalismo. Y bien, he aquí
que las naciones se derrumban. “Si el
Señor no edifica la casa, en vano trabajan los que la construyen. Si el Señor no
guarda la ciudad, el centinela vigila en vano”. Las guerras son efectos de
los pecados. Dice De Maistre que cuando los pecados, ciertos pecados, se
acumulan, estalla la guerra:
1°: Los
vicios nefandos
2°: la
explotación del pobre, claman al cielo.
Un mundo muere. Que se salve. Y nosotros
morimos. La muerte, que tenemos tan olvidada, hecho trascendental para el
hombre. Patrón de la buena muerte, salvadnos. Enséñanos a mirar la muerte sin
horror y sin desesperación haciendo que nuestra alma penetre, como la tuya, el
Misterio Grande de Jesús y de María.