Los africanos que buscan minas de guerra en Malvinas
Marina Aizen
Del
otro lado de la bahía, Puerto Argentino parece una pintura bucólica. El
mar, las montañas, las casitas... Pero caminar aquí puede ser mortal.
Literalmente. El sitio tiene un nombre sin espíritu: “Minefield 67”
(campo minado 67). Fue su ubicación estratégica (su cercanía con la
ciudad) lo que lo convirtió en un lugar tan peligroso.
Cualquier ejército hubiera hecho lo mismo: llenar de explosivos ocultos este acceso desde el mar para evitar un asalto anfibio a la capital. Y eso es precisamente lo que hicieron los argentinos en 1982. Me lo explican dos ex militares británicos retirados, ahora a cargo del proceso de desminado. Ellos van en unos cuatriciclos de lo más cancheros, surcando la turba poceada que desafía a cualquier cuatro por cuatro. Pero los que ponen el lomo sacando cada explosivo vienen de Zimbabwe.
Hablan shona (una lengua bantú de ese país) por radio. Ininteligible. Van vestidos con tanta protección que parecen robots. Y son los mejores del mundo haciendo esto. Aprendieron el oficio cuando tuvieron que desminar la frontera con Mozambique, que tuvo una guerra que duró décadas. Morris Gunamombe (42) está entre ellos. No se queja de lo que tiene que hacer, aunque pase unos nueve meses en Malvinas, lejos de casa.
Volver al Africa desde aquí es un dolor de cabeza. Pero no se queja, aunque ellos sufren lo mismo que los soldados argentinos: el clima y el terreno.
En un día tenés cuatro estaciones diferentes. El suelo es pantanoso. Y,
como si fuera poco, hay desafíos ambientales también: una playa con
pingüinos, por ejemplo, no se puede perturbar mucho. Hay que esperar que
las aves migren para poder acceder a ella.
Algunos de los trabajadores que vienen de Zimbabwe terminan quedándose. Es el caso de Shupi Chipunza, quien tras participar de las tareas de desminado, trajo a su familia (esposa y tres hijos) y se dedicó a colocar alfombras. Tienen los mismos derechos que un nativo.
En las islas, se colocaron 25 mil explosivos, entre minas antipersonales y anti vehículo. Fue para defender lugares estratégicos y posiciones de infantería. En total, se detectaron 122 campos minados y diez áreas sospechosas. Algunos de ellos fueron limpiados en 1992. Pero los récords fueron mal asentados. Lo que se dice: “Una herida autoinfligida”, me explican. Los mapas que hicieron los soldados argentinos resultaron muy útiles para volver sobre estos terrenos.
La mayor parte de las minas eran de Fabricaciones Militares de la Argentina. Pero también había de España e Italia. Hasta ahora lograron remover un 70% del total, pero lo que queda es desafiante. Para quienes hacen el trabajo, el sueldo que se cobra en libras es un tesoro. Es que Zimbabwe sabe tanto de inflación como la Argentina. Algo que nos une.
Cualquier ejército hubiera hecho lo mismo: llenar de explosivos ocultos este acceso desde el mar para evitar un asalto anfibio a la capital. Y eso es precisamente lo que hicieron los argentinos en 1982. Me lo explican dos ex militares británicos retirados, ahora a cargo del proceso de desminado. Ellos van en unos cuatriciclos de lo más cancheros, surcando la turba poceada que desafía a cualquier cuatro por cuatro. Pero los que ponen el lomo sacando cada explosivo vienen de Zimbabwe.
Hablan shona (una lengua bantú de ese país) por radio. Ininteligible. Van vestidos con tanta protección que parecen robots. Y son los mejores del mundo haciendo esto. Aprendieron el oficio cuando tuvieron que desminar la frontera con Mozambique, que tuvo una guerra que duró décadas. Morris Gunamombe (42) está entre ellos. No se queja de lo que tiene que hacer, aunque pase unos nueve meses en Malvinas, lejos de casa.
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En las islas, se colocaron 25 mil explosivos, entre minas antipersonales y anti vehículo. Fue para defender lugares estratégicos y posiciones de infantería.
Algunos de los trabajadores que vienen de Zimbabwe terminan quedándose. Es el caso de Shupi Chipunza, quien tras participar de las tareas de desminado, trajo a su familia (esposa y tres hijos) y se dedicó a colocar alfombras. Tienen los mismos derechos que un nativo.
En las islas, se colocaron 25 mil explosivos, entre minas antipersonales y anti vehículo. Fue para defender lugares estratégicos y posiciones de infantería. En total, se detectaron 122 campos minados y diez áreas sospechosas. Algunos de ellos fueron limpiados en 1992. Pero los récords fueron mal asentados. Lo que se dice: “Una herida autoinfligida”, me explican. Los mapas que hicieron los soldados argentinos resultaron muy útiles para volver sobre estos terrenos.
La mayor parte de las minas eran de Fabricaciones Militares de la Argentina. Pero también había de España e Italia. Hasta ahora lograron remover un 70% del total, pero lo que queda es desafiante. Para quienes hacen el trabajo, el sueldo que se cobra en libras es un tesoro. Es que Zimbabwe sabe tanto de inflación como la Argentina. Algo que nos une.