El
solo buen sentido indica que –a menos que surjan accidentes naturales o
artificiales que lo impidan- un ovocito fecundado se transforma, al cabo del
período gestacional, en un niño que es persona humana
tanto desde el punto de vista biológico como jurídico. Pero la Naturaleza
agrega un dato objetivo que obliga a ser leído con seriedad: apenas el primero
de millones de espermatozoides penetra en el ovocito maduro que la mujer
deposita en la Trompa de Falopio durante un ciclo fértil, la membrana celular
del óvulo bloquea el ingreso de ningún otro, mostrando la inmediata protección
que el gameto materno brinda a esa nueva vida, portadora de un código genético
que lo hará único –y en esto no hay exageración sino precisión
científica- en toda la historia de la humanidad.
Desoyendo
este claro mensaje biológico que habla a nuestra más elemental inteligencia
pero a nuestra más fina sensibilidad, hay quienes pretenden que esa primera
célula, portadora de la herencia materna y paterna en combinación singular
desde el primer instante de la concepción, no es “persona” hasta
que no se dan determinadas circunstancias que le son externas. Unos dicen que
ha de esperar unas horas, hasta implantarse en el útero. Otros, que lo será
cuando se desarrolle su sistema nervioso. Los más imaginativos, como el
divulgador Karl Sagan (Parade Magazine, April 22, 1990, pág 4), han
pretendido que el futuro hombre va pasando como embrión las etapas que
atribuyen a la nunca probada científicamente teoría de la evolución; así el
vientre materno alojaría sucesivamente una ameba, un pececito, un renacuajo,
hasta que lo habitara un pichón de hombre. Todas son formas de justificar que,
practicando el aborto durante esos períodos, no se estaría eliminando a un ser
humano. La teoría más audaz es la que indica que los neonatos “no son
funcionalmente humanos hasta que devienen tales en el proceso de socialización” (Ashley Montagu):
así se justificaría el infanticidio.
Todo
lo anterior tiende a tranquilizar la conciencia de los promotores del aborto,
que justifican su postura señalando que defienden a menores pobres que recurren
por eso a prácticas no controladas e inseguras. Pero si esto pudiera ser
parcialmente cierto antes de la legalización del aborto, dejaría de serlo luego
de sancionada la ley. Sin embargo en Italia -país al que nos parecemos, si los
hay- lo sucedido fue que: “Sólo el 8% de las mujeres que abortan tiene
menos de 20 años y sólo el 19% es estudiante; el 43% se cuenta entre las
empleadas y el 38% entre las amas de casa”. El perfil de la mujer que
aborta allí desde la legalización que tuvo lugar por el plebiscito de 1978,
“es el de una edad comprendida entre los 30-35 años, ama de casa o
empleada, de condición económica discreta, de nivel de instrucción media,
católica practicante con dos hijos, es decir el de un típico exponente de la
burguesía media: en el 70% de los casos esta madre considera que desde la
concepción el hijo es un ser humano, pero recurre al aborto no obstante ello
por razones no fundamentales, llamémoslas contingentes, pero suficientemente
fuertes como para debilitar cualquier visión religiosa y moral que hasta hace
poco eran consideradas el eje estabilizador del individuo en la sociedad
actual” (Massi, Gianbattista
. “Etica en Medicina”, Fundación Alberto Roemmers,
Buenos Aires 1982). El Profesor Massi, Director del
Instituto de Clínica Obstétrica y Ginecológica de la Universidad de Florencia,
visitó nuestro país y brindó una conferencia en la Academia Nacional de
Medicina donde agregó que, luego de la legalización y la aceptación social
implícita, “un conjunto de datos culturales y epidemiológicos nos obliga
a reconocer que existe la tendencia a percibir el aborto no como la reparación
dolorosa de una contracepción fracasada, sino como un método anticonceptivo
propiamente dicho… Un comentario típico de muchas mujeres es: ‘La
píldora es un mal, la espiral es un mal, el aborto es un mal, pero elijo este
último (gratuito y legal) con la esperanza de que no me ocurra con
frecuencia’ ”.
A su
vez, ya está claro en los países occidentales que la legalización del aborto
provoca más abortos. “Desde Roe vs Wade (el caso líder para la legalización en EEUU, 1973) el
número de abortos realizados en los Estados Unidos aumentó de 744.000 a
1.500.000. Los abortos terminaron el año pasado con un tercio de todos los
embarazos en la nación. Más de un millón de adolescentes se embarazó y el 38%
se hizo un aborto” (Walter Isaacson, Time,
abril 6, 1981). Y esto tiene un innegable impacto demográfico y sociológico,
que puede ser suicida en un país que necesita población como el nuestro.
Finalmente,
los promotores del aborto aducen que se reducirán las muertes maternas. Vale la
pena indicar que en 2015 (último año publicado por el Ministerio de Salud de la
Nación, Dirección de Estadísticas e Información de Salud (DEIS) del Ministerio,
(deis.msal.gov.ar)) el total de muertes por embarazos
terminados en abortos (se cuentan siete otras causas además del aborto
clandestino) fue de 55. Entre ellos sólo 1 en menores de 15 años y 5 por debajo
de los 19 años. La mayor parte sucedió en mujeres entre los 25 y los 29,
similar al perfil detectado en Italia.
Pero
además conviene agregar, a las complicaciones tardías de los abortos (endometritis, sinequias y
esterilidad), la experiencia de los sacerdotes acerca del daño psíquico de las
mujeres que han abortado: hasta la vejez siguen confesando una y otra vez su
aborto porque, contradiciendo al sacramento de la reconciliación en que creen,
nunca se perdonan.
Las
evidencias del deterioro que provoca la legalización son mucho más numerosas de
las que caben en este espacio limitado.
Vale para más información consultar el reciente artículo de Ségolene du Closel sobre las consecuencias
del aborto en Francia, luego de 43 años de su legalización (www.infobae.com/opinion/2018/ 04/16).
Quien vaya a votar a favor del aborto debe
saber, entonces, que estará dañando a las personas por nacer, a las madres, y a
la Patria.
Hugo Esteva