MENTIRAS TUS MUERTOS
MENTIRAS TUS MUERTOS
No impresiona fácil abordar “Mentirás tus muertos”, la obra de José
D’Angelo (El Tatú Ediciones, Buenos Aires 2015). Se trata de más de 550 páginas
con largas listas de nombres y datos, sistemáticamente ordenadas, con apéndices
voluminosos y decenas de reproducciones de recortes de diarios y páginas de
libros. Impone, inicialmente. Sin embargo, se lee con notable
fluidez.
Y esto no sólo porque está escrito con una corrección sintáctica
difícil de encontrar en la obra de la mayor parte de los periodistas, como fuera
de su condición de oficial retirado del Ejército se titula a D’Angelo en la
solapa; sino también porque tiene un atractivo literario que sólo se explica por
lo que viene en los genes. Es que, en medio de tanta precisión y tanto dato –la
mayor parte proveniente de las publicaciones de los propios terroristas-, el
autor es capaz de novelar con veracidad y singular hondura psicológica una parte
de estas historias abrumadoramente trágicas. Eso no se aprende; así se
nace.
Tal el motivo para que un trabajo como este, que recopila idas y
venidas de desaparecidos no tan
desaparecidos, no se le caiga a uno de las manos y, al contrario, se lea “de un
tirón”.
Ordenado con precisión, el libro ofrece todas las variantes que
contiene la grosera irregularidad de los números de la CONADEP en 1984, los
todavía más manipulados del Informe de la Secretaría de Derechos Humanos de
2006, y el verdadero disparate propagandístico del Parque de la
Memoria-Monumento a las Víctimas del Terrorismo de Estado, en la Costanera
porteña. Al cabo de su consulta, quien quiera escuchar no va a tener más remedio
que oír, y hacer silencio ante el cabalmente probado invento de los 30.000 desaparecidos. Allí están datos y
más datos, casos y más casos, sobre desaparecidos aparecidos con vida, otros
muertos en combates provocados por ellos, otros ejecutados por los propios
guerrilleros, otros que se suicidaron, otros que murieron en acciones fuera del
país, otros entregados a sus familiares luego de muertos en enfrentamientos,
otros enterrados y ocultados por sus secuaces, otros sepultados como NN y nunca
reclamados por sus allegados, y hasta otros muertos en accidentes con explosivos
manipulados por ellos mismos. Pero todos atribuidos por la cultura imperante a
la represión ilegal llevada a cabo
por las Fuerzas Armadas argentinas.
Con ser tan importante, no es ese el problema principal que pone de
manifiesto la obra de D’Angelo. Lo
verdaderamente grave, a mi juicio, es que el gobierno actual se haya hecho cargo
de semejante mentira sin denunciarla y que -mientras cantidad de presos
políticos sigue muriendo a causa de mala praxis institucional, crónicamente
encarcelados y mal enjuiciados desde los años de Néstor Kirchner por haber
obedecido la orden de aniquilar a la guerrilla- las autoridades persistan en
permitir que la falsedad sea una “política de Estado”. Frente a lo que denuncia
este pormenorizado trabajo, realidad que de ninguna manera puede ni pudo
desconocerse, ¿cómo justificar que el Presidente haya acompañado al de EEUU a
tirar flores al río desde ese mismo Monumento de la Memoria plagado de
falsedades?
El homenaje a cualquier muerto de nuestras guerras civiles debe
entenderse, y tiene valor humanitario más allá de ninguna ideología. Pero elegir
un sitio de engaño para hacerlo implica, como mínimo, liviandad ante lo que
debería ser extremadamente serio. Más aún en medio de delitos cometidos por
ambas partes en la guerra.
A diferencia de la altura y el respeto con que D’Angelo describe a
quienes formaban parte del bando al que él mismo combatió voluntariamente ante
el asalto terrorista al cuartel de La Tablada durante la conspiración de
Alfonsín, la actual superficialidad de las autoridades sólo puede ahondar
heridas. Heridas nacidas esencialmente de la ignorancia. Una ignorancia que, no
hay duda, provoca temor intelectual. Ese temor capaz de paralizar al más
valiente.