El día que César Augusto rompió la nariz del cadáver de Alejandro Magno
El Segundo Triunvirato en la historia de Roma repartió el control de la República en tres, entre el joven César Augusto, Lépido y Marco Antonio. Éste último hizo de Egipto su fortín y de Cleopatra, antigua amante de Julio César, su mejor aliada. La lucha entre los tres vislumbró la supremacía de César Augusto, quien concluyó el conflicto viajando en persona a Egipto, tierra de héroes mitológicos y mortales, a forzar el suicidio de Cleopatra y hacer un poco de turismo.
Tras forzar el suicidio de Marco Antonio, Cleopatra albergó durante unos días la esperanza de que la nueva fuerza hegemónica le mantuviera con vida. César y la egipcia finalmente se vieron frente a frente en una reunión donde Cleopatra, presumiblemente, rogó por su vida invocando el amor que había sentido en el pasado por el tío de Octavio, Julio César. No era suficiente. César buscaba cambiar la relación entre Egipto y Roma, más control político, así como apoderarse del tesoro de Cleopatra.
Una de las posibilidades que barajó el Princeps fue emplear a la egipcia como trofeo de guerra y hacerla desfilar en el triunfo (la forma en la que se celebraban las grandes victorias en Roma) que esperaba organizar a su regreso. No obstante, se corría el riesgo de que el pueblo romano viera un acto de crueldad en obligar a una mujer a participar en estos actos, que terminaban con la ejecución pública de los caudillos vencidos.
Cleopatra, la última griega en Egipto
La mejor opción es que Cleopatra siguiera los pasos de Marco Antonio, aunque por el momento a César Augusto le convenía que siguiera con vida. Como narra Adrian Goldsworthy en la biografía «Augusto: de revolucionario a emperador» (La Esfera de los libros, 2015), dio órdenes de que siguiera con vida y, cuando comprobó que se había suicidado empleando el veneno de una serpiente, ordenó llamar a médicos y especialistas en venenos. Nada se pudo hacer por su vida ni por los partidarios que dejaba a su espalda. La carga de impuesto aumentó y tres legiones quedaron acantonadas allí, lo que suponía que Egipto estaba en proceso de convertirse en una provincia romana.«Cleopatra tuvo la fortaleza de ánimo para mirar a su destruido palacio con calmada expresión y el valor para manejar las serpientes de afilados colmillos, dejando que su cuerpo bebiera su negro veneno (…). No le arrebatarían su realeza, ni la obligarían a enfrentarse a un burlón triunfo: mujer humilde no era», cantó Horacio sobre la muerte de la princesa. La egipcia no era humilde ni nada parecido. Con ella murió la dinastía macedónica que fundó en el año 323 a. C. Ptolomeo I Sóter, uno de los generales de Alejandro Magno. Tras la guerra abierta entre los sucesores de Alejandro Magno, Ptolomeo se declaró gobernante independiente, nombrándose a sí mismo Rey de Egipto. Cleopatra y su dinastía eran griegos; en tanto, su posición en Egipto siempre fue precaria y requirió de una enorme simbología para sostener su legitimidad.
Mientras el cortejo fúnebre con los restos de Alejandro se dirigía a Macedonia, Ptolomeo se apropió de ellos y se los llevó a Egipto. Allí levantó una grandilocuente tumba, conocida como el sema, en Alejandría (la más famosa de las 50 Alejandrías fundadas por el conquistador). El sarcófago era en su origen de oro, si bien Ptolomeo IX lo reemplazó por cristal con el objetivo de sacar más fondos. Así la halló Julio César cuando peregrinó a la tumba de su héroe de juventud. En el año 48 a. C, Julio César llegó a Alejandría, después de haber perseguido a su enemigo Pompeyo, y tuvo ocasión de ver los restos.
La tumba se pierde en la historia
Su heredero político, César Augusto, también visitó la tumba en un acto plagado de propaganda. Decidió ver los restos del conquistador y para ello ordenó que fueran sacados de su tumba, adornando el cadáver con flores y una corona de oro. Según las fuentes del periodo, cuando Augusto estiró la mano para tocarle la cara a Alejandro le rompió de forma accidental un pedazo de nariz.La visita del Emperador de turno a la tumba de Alejandro se convirtió en «protocolaria» con el paso de los siglos. Algunos, como Cayo Calígula, que la conoció en un viaje con su padre de niño, se apoderaron de distintos objetos presentes (en su caso de la coraza de Alejandro). Por el contrario, Septimio Severo ordenó sellar el acceso a la tumba al ver lo poco protegida que estaba, en el año 200 d. C.
Con la decadencia del Imperio romano, Alejandría se vio azotada por distintos saqueos y revueltas, que terminaron por perder el rastro de la tumba del general. Si bien hay evidencias de que todavía en el siglo IV la tumba seguía en su lugar original, no se puede constatar que saliera intacta, en el 365, del gran terremoto seguido de un tsunami gigantesco, que provocó estragos en las regiones costeras y ciudades portuarias de todo el Mediterráneo oriental.
En Alejandría los barcos fueron levantados hasta los tejados de los edificios que quedaron, lo que hace probable la destrucción del mausoleo del Soma. Esto no significaba, sin embargo, que los restos se perdieran en los saqueos o en el terremoto. Libanio de Antioquía mencionó en un discurso dirigido al Emperador Teodosio, que el cadáver de Alejandro estaba expuesto en Alejandría. El cadáver podría haber sido retirado y separado del sarcófago, lo que explicaría que la expedición de Napoleón lo hallara vacío en el siglo XIX.