La Caridad sin Verdad sería ciega, La Verdad sin Caridad sería como , “un címbalo que tintinea.” San Pablo 1 Cor.13.1
jueves, enero 28, 2016
Los secretos de «El Jardín de las Delicias»
En el V centenario de la muerte del Bosco
nos adentramos en su obra maestra, un complejo y fascinante jeroglífico
repleto de misterios
No hay pintura más enigmática en la Historia del Arte. La fantasía desbocada de este delirio erótico, sus mensajes cifrados, su fabulación poética...
han fascinado durante siglos a todos los que han tenido la fortuna de
contemplar este tríptico de cerca. Muy de cerca. Uno no sabe adónde
mirar y no puede dejar de comentar lo que ven sus ojos. ¿Qué es esto?
¿Qué quiere decir? Una «pintura de conversación» sobre
la que charlarán personalidades del mundo de la cultura en una película
que está realizando José Luis López Linares. Desde los primeros años del
siglo XVI, cuando «El Jardín de las Delicias», de El Bosco,
lucía en el palacio de los Nassau en Bruselas, ha dado pie a todo tipo
de interpretaciones: una herejía para unos, una utopía para otros, una
sátira moralizadora del mundo entregado al pecado para la mayoría.
Felipe II se encaprichó de este tríptico, lo compró y lo llevó al Monasterio del Escorial en 1593
No sabemos su título original, ni quién fue su comitente (Engelberto II de Nassau o su sobrino Enrique III),
ni siquiera la fecha de su ejecución (se suele datar entre 1500-1505,
pero recientes estudios lo sitúan hacia 1494-98). Lo que sí sabemos es
que Felipe II se encaprichó de esta obra, la compró y
la llevó al Escorial en 1593. Congrega a diario, en la sala donde se
exhibe en el Prado, a miles de personas a su alrededor, que se afanan en
descifrar el jeroglífico más hermoso pintado nunca. ABC trata de conseguirlo de la mano de Pilar Silva,
jefe del Departamento de Pintura Flamenca y Escuelas del Norte del
museo y comisaria de la gran exposición que la pinacoteca dedicará al
pintor a partir del 31 de mayo
Adán, Eva... y la lechuza
El Bosco no escoge el pasaje en el que Dios crea a Eva de la costilla
de Adán, ni siquiera cuando ella muerde la manzana del pecado.
Inmortaliza el momento en el que Dios presenta a la pareja y bendice la unión: coge la mano de Eva, mientras los pies estirados de Adán
rozan el manto del creador. Adán, que acaba de despertarse, mira
embelesado a la seductora Eva, arrodillada y que baja la mirada. A la
izquierda de la escena, un drago canario. «Nunca vio El
Bosco uno directamente, sino a través de algún grabado», dice Pilar
Silva. Representa el árbol de la vida. Pero, justo encima de la escena,
asomado en un hueco de la fuente de los cuatro ríos, vemos una lechuza,
que se repite en varias zonas del tríptico. Encarna la maldad y el
pecado. Junto a Adán, El Bosco pinta animales (un elefante, aves) que
representan la fuerza, la inteligencia... Junto a Eva, una jirafa, un
cisne, un conejo..., símbolos de pureza, soberbia y fecundidad.
El Paraíso amenazado
El tríptico, un óleo sobre tabla de roble del Bático, de 220 x 389 centímetros, representa el episodio del Génesis. En las puertas exteriores El Bosco pintó en grisalla el tercer día de la creación del mundo. Junto a estas líneas, detalle de la tabla izquierda, dedicada al Paraíso. Pilar Silva nos llama la atención sobre una roca antropomorfa, en la que advertimos el perfil del diablo. Fue utilizada por Dalí en obras como «El gran masturbador». Sobre la roca, una palmera, que simboliza el árbol de la ciencia, del bien y del mal,
pero la serpiente tentadora baja por su tronco y por la roca reptan
alimañas. El Bosco nos advierte con todo ello de que, pese a estar en el
Paraíso, el pecado ya está acechando. Es una premonición de lo que se
avecina.
El cortejo de la seducción
El Bosco hizo una composición muy equilibrada, que distribuye en tres planos en cada una de las tablas, siempre con un elemento de agua en medio.
La tabla central está presidida por esta escena, en la que jinetes
cabalgan a lomos de jabalíes, unicornios, caballos, osos, toros, leones,
panteras, que simbolizan pecados como la gula, la avaricia, la ira, la
soberbia o la lujuria. Ésta última domina la escena. El Bosco lo pinta
como un cortejo de vicio y seducción en torno a las mujeres que se bañan desnudas en un estanque.
El mundo se resquebraja
La tabla central de «El Jardín de las Delicias» es un derroche de fantasía e imaginación. El Bosco hace una inversión del universo: pinta animales reales y fantásticos, plantas y frutos a un tamaño igual o mayor que los seres humanos. «Es un mundo en el que nada es lo que parece. Todo es efímero y se desmorona»,
comenta Pilar Silva. Se resquebrajan las fuentes, así como las esferas,
burbujas y cilindros, que parecen sacos amnióticos, donde el pintor
aprisiona a algunos de los personajes del cuadro. Otros aparecen
atrapados en conchas de moluscos. Escoge apetitosas y jugosas frutas
asociadas al placer carnal, como cerezas, moras y fresas, símbolos del
amor, el erotismo, la fertilidad... También flores como las rosas y
peces. Estos se asocian al pecado.
El edén de la lujuria
Las figuras desnudas –tanto de personas de raza blanca como negra– inundan el tríptico. El Bosco incluye relaciones heterosexuales y homosexuales
(a la izquierda, un personaje agachado tiene flores en el trasero y
otro a su lado porta una flor en la mano). Sorprende, pues Pilar Silva
comenta que en el siglo XVI la homosexualidad estaba prohibida y era
duramente castigada. Pero advierte de que El Bosco «ha representado a
las figuras desnudas tan tenues, tan transparentes, que apenas tienen carne. Es como si representasen el alma humana.
No llaman a los sentidos, a la sensualidad». Apenas distinguimos sus
edades ni los atributos sexuales masculinos y femeninos. Este tríptico,
dice la conservadora del Prado, representa «el mundo entregado al pecado, especialmente a la lujuria».
El Infierno musical
La tabla del Infierno, explica Pilar Silva, también se conoce como «El Infierno musical»,
debido a los numerosos instrumentos musicales que aparecen en él: un
arpa, un laúd, un tambor, una gaita... Pero en este caso se tornan objetos de tortura, donde se crucifican a los pecadores. La escena está presidida por una gigantesca figura antropomórfica: el hombre-árbol,
«el gran engañador, el diablo», que mira al espectador y algunos
asocian a un autorretrato del Bosco. Su cuerpo destrozado deja al
descubierto una taberna. Eran numerosas las ventas y burdeles que
había en torno a la plaza donde vivía el artista en Hertogenbosch. El
hombre-arbol sostiene sus heridas piernas sobre unas barcas. Y es que en
el Infierno el agua se torna hielo resquebradizo. «Desde los textos medievales, dice Pilar Silva, el hielo es el castigo de los envidiosos». Ala izquierda de la escena, dos orejas atravesadas por un cuchillo
con un claro significado sexual. El cuchillo tiene la letra «M», marca
de un platero de la época. A la derecha, unos perros devoran a un hombre
con armadura, que sostiene un cáliz en la mano. Es el castigo de los sacrílegos.
El castigo de los pecadores
La
tabla de la derecha, dedicada al Infierno, es donde la fantasía del
Bosco se desborda por completo con grupos de imágenes muy complejos,
como el que aparece bajo estas líneas. Es uno de los más célebres de «El
Jardín de las Delicias». Un monstruo azul mitad pájaro, mitad hombre,
sentado sobre una especie de trono-orinal engulle a seres humanos y los
defeca sobre un pozo inmundo en el que un hombre vomita y otro expulsa
monedas de su trasero (avaricia). Abajo, a la izquierda, una mujer con
un sapo en el pecho es abrazada por un demonio (la
imagen alude a la lujuria). Su rostro se refleja en el espejo que tiene
en sus nalgas otro demonio verde (simboliza la soberbia). «El Bosco crea
una obra absolutamente original, sorprendente, fascinante, que capta la atención y asombra a todas las generaciones posteriores», advierte Pilar Silva.
Juegos de azar, prostitución
No solo los pecados capitales están representados en «El Jardín de las Delicias». En la época se perseguía y se castigaba la bebida, los juegos de azar, la prostitución...
En esta escena aparece un hombre clavado a la mesa donde ha estado
jugando y una mano atravesada por un puñal con un dado en sus dedos. Al
lado, naipes y el tablero de una especie de backgamon. De nuevo, la
inversión de papeles. Aquí vemos un conejo que lleva clavado sobre un
palo a una persona que acaba de cazar.
Crítica a los franciscanos
Llama la atención esta imagen, en la que El Bosco pinta un cerdo, con el tocado de una monja clarisa
(forma parte de la orden franciscana), que trata de convencer a un
hombre, con unos documentos sobre sus piernas, para que los firme. A un
lado, el tintero; al otro, una figura porta los sellos. «Es una crítica a
los que hacen malos usos: jueces, notarios... –dice Pilar Silva–. Pero también a cómo manejaban el dinero las órdenes mendicantes. Critica a los franciscanos, nunca a los dominicos».