Descartado el Rey consorte, la paternidad del hijo de Isabel II correspondió probablemente al militar valenciano Enrique Puigmoltó. La propia Reina así se lo insinuó a su hijo: «Hijo mío, la única sangre Borbón que corre por tus venas es la mía»
El ascenso al trono de Isabel II estuvo marcado por el desafío iniciado por su tío Carlos María Isidro de Borbón, en la guerra conocida como Primera Guerra Carlista, que cuestionaba la legitimidad de que una mujer recibiera la Corona por encima del hermano de Fernando VII. Se trataba de la herencia envenenada de un hombre, Fernando VII, obligado a apoyarse al final de su vida en los liberales a los que tanto había acosado. Rodeado de partidarios de esta condición política, la Reina regente María Cristina de Borbón-Dos Sicilias, madre de Isabel II, tuvo que andarse con pies de plomo a la hora de buscar a un marido para su hija. Cuando Isabel II contaba 16 años, el Gobierno arregló un matrimonio con el Infante don Francisco de Asís de Borbón, duque de Cádiz. Era la opción que menos protestas podía causar a nivel político, salvo las de la esposa.
Un matrimonio mal avenido
Isabel II y Francisco de Asís eran primos hermanos por partido doble, puesto que el padre de él, el infante Francisco de Paula, era hermano de Fernando VII, mientras que su madre, Luisa Carlota de Borbón-Dos Sicilias, era hermana de la regente María Cristina. Y pese a que eran familiares, la relación entre ambos nunca fue buena, en parte por el carácter apagado de él y en parte porque su sexualidad era cuanto menos ambigua. Una frase atribuida a la Reina, entre el mito y la realidad, sintetiza la opinión popular sobre el consorte: «¿Qué podía esperar de un hombre que en la noche de bodas llevaba más encajes que yo?».De entre las confusas historias de amor que implicaron al Monarca destaca la que mantuvo con el aristócrata Antonio Ramos de Meneses que se alargó durante décadas. Incluso cuando en 1868 Isabel II fue derrocada y exiliada a Francia, Francisco de Asís siguió viviendo en compañía de Meneses en Épinay-sur-Seine (Francia), separado de su esposa, hasta su muerte dos años antes que la Reina. No en vano, frente a los defensores de que Francisco de Asís era homosexual –al que se apodaba entre el pueblo como «Paquita» o «Paco Natillas»– se han alzado distintas voces que, como el historiador Jesús Pabón, han intentado demostrar que el Rey consorte era padre de varios hijos ilegítimos y que se le conocieron diversas amantes. Así, también es posible que el desinterés hacia Isabel II y una extraña anomalía que obligaba al Rey a orinar sentado desataran unos rumores que estaban inflados. Existen referencias biográficas suficientes para diagnosticar hipospadia en Francisco, una malformación en la uretra que impide la salida de orina del glande, haciéndolo desde el tronco del pene o incluso en la unión del escroto y el pene. Una anomalía genital que no le convertía necesariamente en impotente o estéril, pero si dificultaba mucho sus relaciones sexuales y la micción desde una posición de pie.
Por su parte, Isabel II arrastra hasta nuestros días la fama de ser una ninfómana que se valía de sus hombres de confianza para satisfacer sus exigencias sexuales. Un mito desproporcionado y de rango machista, que se alimenta de la larga lista de romances que habría protagonizado la Reina desde una iniciación muy temprana en el mundo del sexo. Se considera que fue el general Francisco Serrano (1810-1885), a quien la Reina llamaba «el General Bonito», el primero de los políticos y hombres extravagantes que pasaron por la alcoba de Isabel II. El político progresista Salustiano Olózaga (1805-1873), un dentista estadounidense llamado McKeon, su primo Carlos Luis de Borbón, carlista convencido, o un turco-albanés, entre muchísimos otros, completan la lista de los romances más peculiares de la Reina.
«Clamaban los liberales Que la reina no paría ¡Y ha parido más muñecones Que liberales había!»
«¿Es que deseas que aborte?»
Descartado Francisco de Asís como padre, quien en 1857 ya había aprendido a aceptar su papel de absoluto títere en la Corte, las fechas y los rumores del periodo apuntan a que el padre habría sido el capitán Enrique Puigmoltó, un militar valenciano hijo del conde de Torrefiel. Una carta fechado en Madrid el 14 de octubre de 1857, del monseñor Giovanni Simeoni, encargado interino de los Negocios de la Santa Sede, revela una conversación que no deja lugar a dudas sobre la paternidad de Puigmoltó: «...que el general Narváez había hablado fuertemente con Isabel II de la obligación de acabar con el escandalo (el romance con el militar valenciano), que habiéndose sido en estos últimos meses tan enérgicas las expresiones, que la misma Reina, llorando, le repuso: "¿Es que deseas que aborte?”».Su romance con la Reina, que duró cerca de tres años, valió al militar toda clase de condecoraciones y prebendas. Tras la concesión del título de vizconde de Miranda, Puigmoltó recibió la medalla de la Gran Cruz de San Fernando de primera clase. Forzado a alejarse de la Corte –donde todos le suponían padre de Alfonso XII, quien fue conocido con el sobrenombre de «Puigmoltejo»– el favorito de la Reina se refugió en su nativa Valencia, comenzando allí una meteórica carrera política que le llevó de diputado a brigadier. Nueve años antes de morir en 1900, recibió la Cruz de San Hermenegildo por los servicios prestados a la Corona.