La increíble historia del adelantado Español Hernando de Soto en Ultramar
Tan duros eran que la carne de pollo les parecía verdura.
La historia alucinante del adelantado Hernando de Soto en Ultramar
“E comimos gallina e otras legumbres”. Bernal Díaz del
Castillo. Gente de armas de este calibre comandó Hernando de Soto,
capitanes esforzados y de barba echada al hombro.
Hoy en estos días se celebra el 473 aniversario en el
que los ojos de Soto, de un Europeo, se posaban por primera vez sobre el
Missisippi. Ese río fangoso y lento del Sur de Norteamérica.
Desde la larguísima Pennsylvania Avenue, es posible ver
desde la distancia aquella enorme cúpula del Capitolio. Ese icono que
simboliza el poder y la democracia en el continente americano, la
primera vez que se le ve recuerda profundamente a San Pedro en el Vaticano o a Sant Paul en Londres.
Lo primero que sorprende al acercarse es la magnificencia de aquel
edificio neoclásico. Sin lugar a dudas, quienes eligieron el lugar para
su construcción sabían lo que hacían. Ubicado sobre una colina (Capitol Hill),
el efecto es el que buscaban cuando vas ascendiendo; hacerte sentir que
llegas a un lugar importante para el país. Sin lugar a dudas el
Capitolio lo es. Allí se encuentran actualmente la cámara de
representantes y el Senado Norteamericano, también el cuadro de Gálvez
sobre el que tanto hemos podido leer afortunadamente en los últimos
tiempos. En el templo de hombres ilustres de la nación americana, lo
hispano tiene cabida. Junto a sus hechos más significantes, merece la
pena ver que nos encontramos en aquel lugar de culto. Nada más llegar,
lo esperado. Mucha gente visitando el lugar, colas para el acceso a la
entrada que antes habrás tenido que reservar. Todos los días se realizan
visitas guiadas al edificio del Congreso de los Estados Unidos, y el
punto de encuentro para las mismas está en el moderno centro de
visitantes, que contrasta con la armonía de todo el edificio de línea
neoclásica. Uno de sus puntos neurálgicos y principales de la visita, es
el de la rotonda principal del capitolio y la galería de las Estatuas.
La gran rotonda como lo llaman. Allí los Americanos condensan toda su
historia. Y la condensan para poder mostrarla a las generaciones
venideras, para que sepan que fueron y que son. Es el principal lienzo
de bienvenida y de presentación del país, y en el mismo nos encontramos
una historia muy nuestra, por eso la traemos a espejo de navegantes.
Junto a los Jefferson, Eisenhower, Luther King y demás
presidentes históricos de la nación , juntos a sus estatuas en aquel
ovalo, nos encontramos con dos historias ”Españolas”, que para los
Americanos es de singular importancia en lo referente a su nacimiento.
De hecho, posiblemente sin que se hubiesen dado las mismas, posiblemente
la nación americana no existiría. O quizás lo hiciese de otro modo.
Estas son las paradojas del destino y la historia. España esta presente
en el nacimiento de la historia americana y las historias de sus
protagonistas prácticamente en el olvido.
En aquel lugar uno entra para aprender historia. Mientras se pasea serenamente, se “merienda” al General Washington, en un cuadro apoteósico, renunciando a su cargo de generalísimo de los ejércitos de los Estados Unidos o
a la mismísima declaración de independencia norteamericana, en su
versión más oficial. Entre tanta historia, la primera potencia del mundo
occidental , sorprende y hasta es curioso hallarse frente a una
historia que narra los acontecimientos de un paisano extremeño .Y es así
de fácil, con aquel óleo, en aquel corazón simbólico de la historia
estadounidense, entre enmienda y bandera norteamericana se hace en parte
justicia a un pasado, el hispano. Es curioso. pocos españoles recuerdan
ya que viajar por California, Florida o Nueva Orleans es hacerlo por su propio pasado. Que fácil se ha olvidado lo que supuso para el mundo conocido España. De Soto para Estados Unidos. Balboa para el Pacífico. Orellana para el Amazonas. Cortés para México. Pizarro para Perú. Valdivia para Chile. Doña Mencía para Paraguay. Mendaña o las Salomón. Legazpi o Filipinas. Cómo suenan a América pueblos como Trujillo, Toledo, Cáceres, Jerez de los Caballeros, Badajoz, Alburquerque, Guareña, Don Benito. Y así es posible conocer a una Toledo en Ohio. O una lluviosa Oviedo en la tórrida Florida. E incluso la paradoja de encontrarnos un pueblo abandonado en mitad de Estados Unidos que se llama Madrid, como nuestra concurrida capital. ¿Has estado en la Segovia de Colombia? ¿En la Pontevedra de Argentina?.
La ciudad de Córdoba, en Argentina es mucho más grande en población que
la Córdoba original, la española, esa bella ciudad al sur de andalucía.
Igual sucede con la Valencia venezolana y la del Mediterráneo. ¿A ver si eres capaz de encontrar Cádiz, Santander o Pamplona en las islas de Filipinas?.En
la bandera de Arizona los trece rayos de sol, que representan los trece
condados del estado, son amarillos y rojos en recuerdo de la
bandera española y en el escudo oficial de la ciudad de Los Ángeles, el
mismo que llevan los coches de policía que hemos visto en innumerables
películas, en donde aparece la bandera de Castilla León por el mismo
motivo. Olvidamos que pasear por estas ciudades es pasear por nuestro pasado. El más cercano.
Pero sigamos con la gran rotonda del Capitolio, abarrotada por
grupos de escolares y turistas. Algún policía que da paseos en su ronda y
un suelo siempre brillante en una atmósfera llena de explicaciones,
audioguías y silencio. Entre las columnas de los personajes notables de
la historia americana, sobresaliendo entre presidentes, nos encontramos
con los grandes lienzos del “Descubrimiento de America por
Colón”, y el del “descubrimiento del Missisipi por parte de Hernando de
Soto”, piezas centrales de nuestro relato de hoy. Sobre el
primero, y dado que afortunadamente es bien conocido -incluso en espejo
de navegantes hemos podido trabajar sobre el mismo-, pasaremos página.
Nos centraremos en Hernando de Soto. En su alucinante historia y
exploración, una historia digna de contarse. Una aventura de ultramar.
La historia de Hernando de Soto, es uno de esos
“periplos” de libro. En las historias de aventuras, en el inconsciente
popular, siempre nos disponen al típico explorador anglosajón. Salacot
en mano, bigote de alcurnia y fieltro de rigor descubriendo las
cataratas Victoria o el desierto de Jartum que se precie. Leer e imaginar a David Livingstone, Richard Francis Burton o John Hanning Speke después de dos largos viajes desde Zanzíbar,
o la exploración posterior conjunta de los lagos de África central para
buscar las fuentes del Nilo, es sencillamente excitante.
Particularmente el señor Burton ocupa para mi un lugar muy especialSu
sed de curiosidad, erudición y pasión por la vida hace grande al ser
humano, siempre recordare su afición en tierras lejanas.. La de visitar
las tumbas de los personajes que admiraba. Como le ocurría al señor George Patton cuando
recorría con sus fuerzas blindadas el norte de África. Salvando los
tiempos. Como no va ser excitante, leer las epopeyas que montó el
general Charles Gordon, cuando fue enviado al Sudán
en 1883 para combatir la insurrección del Mahdi. El ilustre militar
permaneció 320 días en Jartum esperando refuerzos. Lo que se dice
argumento de película épica a la antigua usanza. Entre uniformes hechos
jirones, falta de agua y alimentos. Finalmente perdió la vida
convirtiéndose en héroe. Ya en el siglo XX, en 1916, Thomas Edward Lawrence hará
todo lo posible para que triunfe la revuelta árabe en contra de los
turcos, y ya sabemos lo que inspira Lawrence a esta altura de la
película. En la mar se nos dispone al sempiterno Cook de turno. Y es curioso. Todo esto es apasionante de conocer. De imaginar. De leer, pero todo esto ocurrió 300 años después que Ponce de León desembarcase en Florida, Legazpi o Urdaneta en las Filipinas, o el propio Hernando de Soto en Florida. Olvidamos
que las primeras rutas de navegación las abrieron las proas de las
naves Españolas, siglos atrás. Que fueron después las manos de los
mareantes o los pilotos, cálamo en mano, las que tiraban de líneas para
dibujar las islas. Penínsulas o ríos desconocidos hasta el
momento. Parece que todo esto lo hemos olvidado. Hemos olvidado que los
Españoles fuimos los primeros que descubrimos el mundo. ¿Y donde están
sus mitos?. ¿Dónde están sus figuras legendarias?. ¿Dónde están
las visitas guiadas, publicaciones, estudios, divulgación y recuerdo en
la sociedad actual?.
De un total de 19 pinturas que resumen la historia norteamericana, dos hispanas. Entre las estatuas de Lafayette y de Baker,
nos encontramos con el descubridor Español Hernando de Soto. El cuadro
que no servirá de excusa para adentrarnos en una evocadora aventura. A
Hernando de Soto le dió por mostrar flamante, por aquellos lares del
sur, el Pendón de Castilla. Y es que el tipo lo levanta y bien alto en
la pintura. Que para eso estaba descubriendo un nuevo mundo. Se sabe que
exploró al menos seis Estados, pero algunos expertos creen que hasta
diez: Florida, Georgia, Carolina, Tenesse, Missisipi, Arkansas, Luisiana y Tejas. En total un viaje de 4000 millas.
Se puede argumentar que en cuestión de exploración es uno de los
eventos más importantes de la historia de Estados Unidos, y el más
importante del Sudeste. De Soto fue el primer europeo que exploró la
vasta región del Sur de Estados Unidos. Fueron los primeros europeos en
cruzar aquel río, el Mississipi en 1542. Aquellos ríos que sirven de
fronteras. De hitos. De límites.
De Soto tiene el honor de ser recordado por ser el primer
europeo que cruzó este río, además de ser su ‘descubridor’ para los
occidentales. Hecho relevante que no quisieron pasar por alto
los fundadores de la patria norteamericana, ente otras cosas porque su
discurso de poder pretende basarse en una equivalencia. La colonización
de tierras incógnitas por Occidente, por los primeros Europeos, en
esencia, es la que con posterioridad harían ellos. De hecho, tras la Guerra México-Americana (1846-1848), en la que Estados Unidos ganó más de 500 mil kilómetros cuadrados de territorio, con la pintura de Powell, la de Hernando de Soto que tenemos ante nuestros ojos, sirve para invocar aspiraciones estadounidenses para el descubrimiento,la expansión y conquista. Es lo que tiene la iconografía e ideología imperial.
Además del lienzo, la cúpula del Capitolio, que queda mucho más arriba y
en cuyo interior posee una pintura (desde el interior incluso este
detalle nosque recuerda vivamente ese estilo del Vaticano), esconde de
nuevo otra escena del señor De Soto. El de su entierro. Vuelven a
incidir sobre este episodio que consideran capital. La figura de un
héroe que es enterrado, mientras descubre tierras incognitas.
Entre los siglos XVI y XIX la corona española estuvo presente
en todo el continente americano y pese a lo prolongado de ese dominio,
son muchas las sombras que envuelven todavía la presencia hispana en el
Nuevo Mundo. Mientras que la conquista y colonización de América del sur
y central es algo de sobra conocido, la presencia española en los
actuales Estados Unidos y Canadá ha caído en un extraño, y ciertamente
lamentable, olvido.
A la pequeña muestra de lo mucho hemos olvidado, habría que añadir
las grandes gestas y calamidades acaecidas, en muchos casos cubiertas de
tragedia que tendrían todos los tintes de best-seller. Personajes como
Vázquez de Coronado que llegó hasta la actual Kansas tras recorrer miles de kilómetros buscando las míticas siete ciudades de Cíbola. García López de Cárdenas, primer
europeo en llegar al Gran Cañón o Juan Ponce de León, descubridor de
Florida mientras, según cuenta la leyenda, buscaba las fuentes de la
eterna juventud. Mucho tiempo antes de que los colonos, ingleses
primero, estadounidenses después, marcharan hacia el oeste y entraran
en contacto con los nativos americanos, los españoles ya habían topado
con todas las grandes naciones indias: navajos, cheyennes, apaches,
comanches, sioux, arapahoes, pies negros etc e incluso con más de una se
firmaron acuerdos y tratados, porque era lo más inteligente y lo que
exigía el momento.
Esto merece incluso la pena imaginarlo detenidamente. Para todos es
bien fácil visualizar a todo un vaquero, al mas puro estilo John Wayne,
conversando con un indios de la pradera. Incluso a un todo casaca roja,
charlando amistosamente con un mohicano en un poblado junto a la ribera
del Hudson. ¿Pero seríamos capaces de ver a un todo un
extremeño, de Jarandilla de la Vera o de Zafra, con armadura completa y
morrión, departiendo junto a un tipi con un indio sioux?. Pues
se dió. Y fue tan real como las dos otras opciones, como tan real que
aún a día de hoy, siglos después ese mismo espíritu y esa letra, de esa
tierra se condensa en historias, en historiadores y en contados hombres.
Como es el caso para mí, al hablar de Extremadura; de Rafael Duarte.
Con la pequeña salvedad, que esta situación nos la encontramos
doscientos o trescientos años antes. Y eso tiene su mérito. La presencia
española e hispánica en América del Norte, en especial en lo que hoy
son los Estados Unidos, es inmensa y debería empezar a reconocerse como
merece pues se trata de historias dignas de ser contadas, conocidas y
recordadas con orgullo pues forman parte de nuestro pasado, de nuestra
historia. No se entiende bajo ningún concepto porque se han olvidado o
se pretenden hacer olvidar. En este punto, como siempre, no podemos
olvidar y recordar el papel de muchos profesores e investigadores,
especialmente universitarios, que desde hace año llevan piando en el
desierto. Alzando su voz desde sus departamentos o sus publicaciones,
desde sus Universidades, ya sea la de Olavide, la Complutense o la de Salamanca, por nombrar algunas . Este buen puñado de profesionales en vez de poner la pica en Flandes. La ponen en Texas. Y a modo de ejemplo, bien nos serviría la pica del doctor de la Complutense Fernando Martinez Lainez y el jurista Carlos Canales Torres, que con su publicación “banderas lejanas”, con amenidad y rigor documental, han servido de albandonazo para difundir esta historia tan desconocida por el público en general.
La campaña de De Soto, apuntaba alto. Con las alforjas llenas y tras contraer matrimonio con Isabel de Bobadilla,
parecía que podría sentar la cabeza. Pero la apacible rutina de casado
en la metrópoli no era para él. De modo que buscó la forma de lograr que
Carlos V le asignara un territorio por explorar al
otro lado del océano. Es lo que tenía la época, si te daba por explorar,
tenías cientos de millas por hacerlo. Aunque él prefería las
zonas de Ecuador y Guatemala, recibió finalmente un «asiento» (carta
real) para explorar la Florida, de la que sería adelantado, gobernador y
capitán general.Tenía los dineros suficientes como para
empeñarlos en una aventura, y sobre todo la experiencia necesaria para
atreverse con semejante reto. Su currículum vitae, en aquellos momentos
tenía varias importantes muescas que mostrar. De Soto empezaría su
carrera en Panamá, en 1514, a las órdenes de Pedro Arias de Ávila, célebre entre otros dudosos méritos por ejecutar al descubridor del Pacífico, Vasco Núñez de Balboa.
Su experiencia se fue dilatando posteriormente aún más, gracias a que
participó como lugarteniente de su paisano extremeño Francisco Pizarro
en la conquista del Perú, entre 1532 y 1535. Este saber de su oficio, le
llevo a preparar sesudamente, con tal de conseguir su éxito, la
expedición que a continuación contamos.
Y juzguen ustedes si lo hizo. Pocas campañas de exploración fueron
tan bien pertrechadas en un momento tan temprano del descubrimiento de
América. Se reunieron a más de 1000 hombres, 220 caballos y 29
sacerdotes. Y, sin embargo, la expedición fue un cumulo de inclemencias y
calamidades. En Florida no había oro, pero si muchos mosquitos y
pantanos. Además, los indios les eran hostiles. Esto lo debían saber
bien cuando Ponce de León fue muerto en el poblado de “bahía espero”. El
diagnóstico. Flechazo al canto. Y esto también después de que Pánfilo de Narváez
hollara esas tierras. Después de recorrer prácticamente todo el sudeste
americano, De Soto murió a orillas del Mississippi, preso de la fiebre y
tras sufrir durante cinco agónicos días. Ese es el momento que refleja
la metopa del Capitolio. Será por algo.
La pintura
El pintor estadounidense William Henry Powell (1823-1879) fue el último artista encargado por el Congreso para crear una pintura para la Rotonda del Capitolio . Reemplazó a Henry Inman,
su antiguo maestro. Su pintura llena de detalles nos invita a que la
analizamos detenidamente. Como De Soto y su enfoque de las tropas, los
nativos americanos miran con recelo, pero en voz baja antes de que sus
tipis, y un jefe sostiene en la pipa de la paz. La zona central de la
pintura se llena de luz y color. Como mandan los cánones, claramente
identificado partió en relieve dramático por las figuras del primer
plano en sombra y la oscuridad del bosque a la izquierda contrasta
fuertemente con el cielo brillante a la derecha.
En primer plano, armas, armaduras, artilleros en movimiento un
cañón. Muy al estilo de la época más que parecer una fotografía, que
también pudiera serlo, se asemeja a una alegoría militar. Una imagen
laureada de un episodio pasado en el que los milites pasean de aquí y
allá con sus pertenencias. Interesante detalle es el que nos encontramos
en una de las escenas, en las que un soldado envuelve una pierna
herida, lo que nos sugiere que el ataque de los indios. Ya hemos hablado
de Ponce de León y sus reminiscencias. La venda sangarnte en la cabeza,
junto al cañón rodante deja bien claro la acción de guerra. A la
derecha, un monje reza, ante un crucifijo que los hombres que están
erigiendo apresuradamente en el lugar. Por encima de este grupo y la
decoloración en el horizonte nos encontramos con el río Mississippi,
salpicado de canoas indígenas, pequeñas islas y un árbol que está
navegando aguas abajo. Powell basa su escena en las historias
publicadas, incluidas las de Theodore Irving de 1835 en su “La conquista
de la Florida por Hernando de Soto”.
En su periplo, Hernando de Soto alcanzó el territorio de los Apalachee y se apropiaron de su principal poblado, Anhaica, que convirtieron en su primer cuartel de invierno. En 1987, el arqueólogo Calvin Jones descubrió los restos de este campamento, situado cerca de Tallahassee,
la capital de Florida. Hasta ahora ha sido de los pocos testimonios de
aquella larga expedición. Quizás a los arqueólogos Europeos, con los
miles de años de historia, les parezca curioso observar como algunas
universidades norteamericanas investigan este pasado. El de su
nacimiento, con sumo detalle, al igual que en muchas ocasiones
encontramos a nuestros departamentos de antigua o medieval, conociendo
nuestras primeras colonizaciones. Al final se trata de historia. De esa
maravillosa disciplina que al final estudia sobre las personas y sus
hechos.
«Doblábaseles esta pena y dolor con ver que antes les era forzoso
enterrarlo con silencio y en secreto, que no en público, porque los
indios no supiesen dónde quedaba, porque temían no hiciesen en su cuerpo
algunas ignominias y afrentas que en otros españoles habían hecho, que
los habían desenterrado y atasajado y puestos por los árboles, cada
coyuntura en su rama. Por lo cual acordaron enterrarlo de noche, con
centinelas puestas, para que los indios no lo viesen ni supiesen dónde
quedaba. Eligieron para sepultura una de muchas hoyas grandes y anchas
que cerca del pueblo había en un llano, de donde los indios, para sus
edificios, habían sacado tierra, y en una de ellas enterraron al famoso
adelantado Hernando de Soto con muchas lágrimas de los sacerdotes y
caballeros que a sus tristes obsequias se hallaron”.
Como entre los Españoles, creciese el primer temor y la sospecha
que habían tenido, acordaron sacarlo de donde estaba y ponerlo en otra
sepultura no tan cierta, donde el hallarlo, si los indios lo buscasen,
les fuese más dificultoso, porque decían que, sospechando los infieles
que el gobernador quedaba allí, cavarían todo aquel llano hasta el
centro y no descansarían hasta haberlo hallado, por lo cual les pareció
sería bien darle por sepultura el Río Grande y, antes que lo pusiesen
por obra, quisieron ver la hondura del río si era suficiente para
esconderlo en ella. En mayo de 1539, justo antes de
partir a la que sería su última aventura, Soto había firmado su
testamento, dando poder notarial a su esposa Isabel de Bobadilla. En el
documento especificaba cómo quería ser enterrado: debían construir una
lujosa capilla donde se ubicaría su sepulcro, muy decorado, en la iglesia de San Jerez de los Caballeros en Sevilla,
el pueblo de su infancia, con los restos de sus padres a cada lado.
También ordenó que se colocara sobre su tumba un paño fino, con la cruz
roja de la Orden de los Caballeros de Santiago.
“El contador Juan de Añasco y los capitanes Juan de Guzmán y Arias Tinoco y Alonso Romo de Cardeñosa y Diego Arias, alférez general del ejército, tomaron el cargo de ver el río y, llevando consigo un vizcaíno llamado Ioanes de Abbadía,
hombre de la mar y gran ingeniero, lo sondaron una tarde con toda la
disimulación posible, haciendo muestras que andaban pescando y
regocijándose por el río porque los indios no lo sintiesen, y hallaron
que en medio de la canal tenía diez y nueve brazas de fondo y un cuarto
de legua de ancho, lo cual visto por los españoles, determinaron
sepultar en él al gobernador, y, porque en toda aquella comarca no había
piedra que echar con el cuerpo para que lo llevase a fondo, cortaron
una muy gruesa encina y, a medida de la altura de un hombre, la
socavaron por un lado donde pudiesen meter el cuerpo. Y la noche
siguiente, con todo el silencio posible, lo desenterraron y pusieron en
el trozo de la encina, con tablas clavadas que abrazaron el cuerpo por
el otro lado, y así quedó como en una arca, y, con muchas lágrimas y
dolor de los sacerdotes y caballeros que se hallaron en este segundo
entierro, lo pusieron en medio de la corriente del río encomendando su
ánima a Dios, y le vieron irse luego a fondo”.
En La Habana, en lo alto del Castillo de la Real Fuerza, fue
construida una estatua por Isabel de Bobadilla, basándose en la leyenda
que señala que, tras la ida de De Soto a Florida, la mujer lo estuvo
esperando en ese castillo durante años hasta que supo de su muerte, tras
lo cual habría fallecido ella también al no ser capaz de sobreponerse
al dolor que esta desgracia le produjo. Esta estatua es actualmente
conocida como La Giraldilla, y es considerado como uno de los símbolos más importantes del pasado hispano en la Habana. El almirante Juan de Bitrián y Viamonte,
quien gobernó Cuba entre 1630 y 1634, ordenó su fundición en bronce. La
estatua original está en el Museo de La Habana para protegerla del
deterioro por su exposición al medio ambiente, siendo acrualmente la
expuesta en el castillo una réplica. Y luego esta una antigua espada
española que tiene que ver con estas andanzas. Data nada más y nada
menos que del siglo XVI, descubierta en 1901 y que se encuentra en la
actualiadd en el museo de historia de Kansas en Topeka.
Queríamos terminar este artículo con ella, pues encierra buena parte
del espíritu de esta historia. Se presume proveniente de la expedición
de Francisco Vázquez de Coronado que descubrió el
actual territorio de Kansas desde 1540-1541 aproximadamente. Otro
adelantado. En la hoja reza esta inscripción en castellano….” No me saques sin razón; no me embaines sin honor”. El mismo honor del que nos hablaba Blasde Lezo. Del mismo honor que reclamó Bernardo de Gálvez. Del mismo honor con el que murió Hernando de Soto. El descrubridor del Missipsippi.