A los Prisioneros Políticos asesinados en las cárceles de Argentina – Por Mario Sandoval
Queridos amigos,
Sé que ya no están para escucharnos, pero espiritualmente están vivos, nos dejaron recuerdos imborrables en cada momento de sus vidas. Gracias, porque vuestra presencia sigue cerca de nosotros, siempre nos acompañará, nos dará fuerza, nos guiará para obtener justicia en nombre de todos los prisioneros y perseguidos políticos.
Acepten el pedido de perdón por nuestra ausencia en los momentos cruciales, dado que no hicimos nada para impedir la persecución que ustedes vivieron, sufrieron y que abandonados por la sociedad murieron en silencio, en donde las obligaciones positivas del Estado fueron inexistentes. Solo la familia y reducidos amigos, estuvieron hasta último momento. Tenemos una deuda con vosotros.
Asumieron con honor la discriminación, las numerosas violaciones jurídicas, los ataques virulentos de militantes y asociaciones radicalizadas, como también el sufrimiento infligido por un Estado totalitario quien actuando en nombre de los derechos humanos utilizó mecanismos y métodos contrarios a los principios esenciales de justicia. Otra forma de terrorismo.
Hemos observados pasivamente, de manera indiferente y hasta cobarde, como se llevaron a cada uno de ustedes, violando sus derechos, atacando sus familias, destruyendo sus vidas. Preferimos mirar para otro lado, guardar silencio, no perder nuestros privilegios, dejar de lado nuestros valores y hasta asociarnos con el diablo por conveniencia. ¿Hasta cuándo dejaremos que ello continúe? ¡Ya en décadas recientes, ciudadanos ejemplares padecieron el sufrimiento inhumano hasta la muerte en las cárceles del pueblo de las organizaciones terroristas!
Ustedes acompañaron estoicamente la profecía: “No tengas miedo por lo que vas a padecer…. Permanece fiel hasta la muerte y te daré la corona de la vida”[1]. Esa conducta es un ejemplo, un honor para vuestras familias y la sociedad no debe olvidar que estos hombres y mujeres, deben ser recordados como víctimas de la venganza de un gobierno. Por ello, recordamos las oraciones de esperanza del obispo Louis Bougaud[2],quien en homenajes similares, expresó:
“El gran y triste error de algunos, incluso buenos, es el de imaginar que aquellos que la muerte se lleva nos dejan. No nos dejan. Se quedan.
¿Dónde están? ¿En la sombra? ¡Oh, no! Somos nosotros los que estamos en la sombra. Ellos están a nuestro lado, bajo un velo, más presentes que nunca. No los vemos porque una nube oscura nos envuelve, pero ellos nos ven. Tienen sus ojos hermosos llenos de gloria puestos sobre nuestros ojos llenos de lágrimas. Oh, consolación inefable, los muertos son invisibles, no están ausentes.
Yo he pensado mucho en lo que podría consolar mejor a los que lloran. Helo aquí: es la fe de pensar en esta presencia auténtica e ininterrumpida de nuestros seres queridos, que han muerto. Es la intuición clara, penetrante de que, por la muerte, no se han apagado, ni alejado, ni están ni siquiera ausentes, sino vivos, cerca de nosotros; felices, transfigurados sin haber perdido en ese cambio glorioso ni una sola delicadeza de su alma, ni la ternura de su corazón, ni una sola preferencia de su amor; habiendo, por el contrario, en sus dulces y profundos sentimientos, crecido cien codos. La muerte para los buenos es una subida en la luz, en el poder y en el amor. ¡Aquellos que, hasta ahora, no eran más que cristianos ordinarios, son perfectos; los que no eran más que hermosos pasan a ser buenos; los que eran buenos son sublimes!”