El inglés al que Rommel salvó del pelotón de ejecución e invitó a cerveza y a tabaco
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El zapador Roy Wooldridge fue sorprendido cuando espiaba vestido de
paisano las defensas alemanas en una playa del norte de Francia
En la imagen, a la derecha, Roy Wooldridge
Roy Wooldridge tiene 95 años y que esté todavía vivo es un milagro. No
solo por su avanzada edad, sino porque debería haber muerto en mayo de
1944, unas semanas antes del desembarco de Normandía del 6 de junio. Si
sigue aquí es por la clemencia de un enemigo, y no uno cualquiera. Su
salvador fue
Erwin Rommel, el más célebre y prestigioso de los generales alemanes de la Segunda Guerra Mundial.
Wooldridge, zapador con grado de capitán en el Real Cuerpo de
Ingenieros británico, disfrutaba aquel verano de un corto permiso de
luna de miel en Londres. Al volver del teatro con su flamante mujer, en
el hotel le aguardaba un telegrama que le ordenaba presentarse
inmediatamente en su unidad. Un avión de reconocimiento aliado había
tomado fotos de las playas del Norte de Francia, pero en las imágenes no
se lograba vislumbrar bien qué defensas habían emplazado allí los
alemanes. Había que arriesgarse a pisar el terreno y el capitán
Wooldrige y un infante de Marina que lo escoltó fueron los elegidos. A
una milla de la línea de costa, saltaron a un bote y se acercaron
remando hasta la playa de Onival, en la Picardía francesa. El zapador
constató que había postes con minas antitanques en su extremo, regresó
para informar y volvió a tierra para seguir informando. Pero en el
regreso lo interceptó una patrullera alemana.
Los alemanes llevaron al prisionero inglés a una casa rural, donde lo
interrogaron durante dos semanas y logró guardar silencio sobre su
misión. Su destino parecía sellado. En octubre de 1942 Hitler había
promulgado la «Kommandobefehl», una orden de ejecución sumaria de todos
los comandos, milicianos sin uniforme o espías que fuesen capturados por
los nazis. El pelotón de fusilamiento era el único horizonte para
Wooldridge. No fue así. Una mañana fue trasladado a un castillo y
recibió la orden de lavarse y adecentarse, porque iba a ver «a alguien
muy importante».
«Rommel era un alemán bueno y un luchador limpio», afirma Wooldridge
Sus guardianes lo condujeron a un despacho donde lo aguardaban
Rommel, el legendario «Zorro del Desierto», al que el inglés reconoció
al momento, así como a su acompañante, Von Rundstedt, su ayudante de
campo. Ambos interrogaron a Wooldridge y le advirtieron que sería
ejecutado si no contaba qué hacía en suelo francés. Pero el inglés
tampoco habló esta vez. Tras las preguntas, Rommel le preguntó su
necesitaba algo. «Sí, una buena comida, una pinta de cerveza y un
paquete de tabaco», respondió el inglés. Los camareros personales del
general le sirvieron una abundante comida, su cerveza y le dejaron sobre
la mesa la cajetilla de cigarrillos alemanes. «No lo podía entender»,
ha contado el superviviente a la BBC, que el domingo emitirá su
testimonio. «Me salvé de morir en la guerra gracias a Rommel, que era un
alemán bueno y un luchador limpio». Wooldridge fue enviado del castillo
a un campo de prisioneros, donde pasó lo poco que restaba ya de la
contienda.
El final trágico de Rommel
El zapador es probablemente uno de los pocos soldados que pudo
conocer a los dos grandes antagonistas, el mariscal inglés Bernard
Montgomery y Erwin Rommel. Montgomery derrotó al «Zorro del Desierto» en
la segunda batalla de El Alamein, en Egipto. Pero nadie duda de que el
alemán era un estratega muy superior al inglés, cuya tozudez y
parsimonia han sido cuestionadísimas, hasta el punto de que muchos
historiadores sostienen que si Montgomery se hubiese movido más rápido
se habrían podido salvar muchas vidas aliadas tras el Desembarco de
Normandía. Wooldridge recibió la medalla de la Orden del Imperio
Británico precisamente por su comportamiento heroico en El Alamein,
donde contribuyó a despejar un campo de minas bajo fuego enemigo. Tras
la guerra, el zapador se dedicó a la docencia y llegó a ser el director
del
College de Arte y Tecnología de Derby.
Rommel, sospechoso de haber participado en el atentado contra Hitler, se suicidó
Como es bien conocido, la historia de Rommel (1891-1944) tiene un
final más trágico. Su coche fue bombardeado en Francia por los aliados y
el general sufrió gravísimas lesiones en el cráneo, de las que
sobrevivió tras una prodigiosa intervención quirúrgica. Cuando guardaba
convalecencia en su casa familiar en Alemania, se presentaron en el
domicilio militares de alto rango, acompañados de soldados de las SS,
que le dieron a elegir entre el suicidio o la deshonra de un juicio bajo
la acusación de ser cómplice del atentado fallido de Von Stauffenberg
contra Hitler en julio de 1944. Rommel les explicó brevemente la
situación a su mujer y a su hijo, y salió en un coche con sus
visitantes, que se detuvo a medio camino para que procediese a
suicidarse. Si formaba parte o no del complot para matar al genocida ha
sido objeto de muchos debates. También se ha discutido cuál era el grado
de compromiso real de Rommel con el nazismo. Pero la leyenda, que algo
tiene siempre de verdad, lo ha dejado en la historia como un caballero
en el campo de batalla, además de un prodigioso general, que solo fue
derrotado cuando quedó en clara inferioridad de medios materiales.