El fin de la dinastía de los Austrias en España aconteció a la muerte
sin descendencia de Carlos II «el Hechizado» (1661-1700), portador de
numerosos impedimentos físicos y, en definitiva, la guinda a cuatro
generaciones de escarceos con la endogamia. Sin embargo, durante un
tiempo los Austrias creyeron tener asegura la descendencia en la figura
del Príncipe Baltasar Carlos (1629-1646) que llegó a jurar como heredero ante las Cortes de Castilla.
Hijo del Rey Felipe IV de España y de su primera esposa Isabel de Francia, Baltasar Carlos de Austria fue bautizado el 4 de noviembre de 1629 en la madrileña Parroquia de San Juan. Acostumbrados a niños de salud quebradiza –producto de los muchos matrimonios entre primos–, la Familia Real celebró el buen estado del bebé que a los tres años juró ante la nobleza y las Cortes de Castilla como «Heredero de su Majestad» y «Príncipe destos Reinos de Castilla y León, i los demás de esta Corona a ellos sujetos, unidos, e incorporados, i pertenecientes».
A los 17 años, Baltasar Carlos ya había jurado como heredero al
Reino de Aragón y al de Navarra y nada hacía sospechar el final trágico
que tenía reservado este Príncipe de «las Españas». En 1646, en la
víspera del segundo aniversario de la muerte de la Reina Isabel de
Borbón, Felipe IV y Baltasar Carlos asistieron a una misa nocturna en su
memoria. Aquella misma tarde el Príncipe se sintió enfermo y al día
siguiente, sábado 6 de octubre, tuvo que quedarse en cama mientras el
Rey acudía al funeral. El martes 9 de octubre, a las ocho de la mañana,
el arzobispo de Zaragoza administró el viático y pocas horas después
falleció. La enfermedad responsable de una muerte tan fulminante fue la
viruela, que junto con la peste bovina son las únicas enfermedades
totalmente erradicadas de la naturaleza por el ser humano.
Aunque Felipe IV todavía no era consciente, la muerte de Baltasar
Carlos iba a desencadenar una serie de sucesos que llevarían al ocaso de
su dinastía en España. Un agrio final para una familia que llevó a
España a su momento más álgido, y cuyo desenlace albergó trazos de
venganza bíblica, pagando por todos los excesos y vicios que creían
indultados por el tiempo. Felipe IV fue un rey despreocupado, en abuso interesado por los placeres de la carne,
que al principio del reinado delegó en validos el gobierno del entonces
mesiánico Imperio Español. Sin embargo, su dios creyó caprichoso
dotarle de un reinado lo bastante largo como para que pudiera contemplar
impotente de qué forma todo su legado saltaba en añicos y le obligaba a
rehacerlo a toda prisa.
Además de perder Portugal, la guerra contra Francia, la de Flandes y por poco el Principado de Cataluña,
Felipe IV extravió en pocos años a su esposa y a su bizarro heredero. A
partir de entonces, el Monarca, que había evitado incurrir en
consanguineidad cansándose con una princesa francesa, Isabel de Borbón,
tuvo que improvisar una solución de urgencia, a sabiendas de que su
primera esposa y su hermano el belicoso Cardenal-Infante Fernando
–posible candidato a la sucesión– también habían fallecido en ese mismo
lustro, dejando en jaque la corona.
Felipe IV se casó con su sobrina de 12 años, Mariana de Austria,
dando como heredero de la Monarquía Hispánica –de tres barones sólo él
llego a edad adulta– al funesto Carlos II con el mayor coeficiente de
endogamia de la dinastía, un 0,254. Precisamente, Mariana de Austria,
hija del emperador Fernando III, estaba encaminada a casarse con
Baltasar Carlos.
Hijo del Rey Felipe IV de España y de su primera esposa Isabel de Francia, Baltasar Carlos de Austria fue bautizado el 4 de noviembre de 1629 en la madrileña Parroquia de San Juan. Acostumbrados a niños de salud quebradiza –producto de los muchos matrimonios entre primos–, la Familia Real celebró el buen estado del bebé que a los tres años juró ante la nobleza y las Cortes de Castilla como «Heredero de su Majestad» y «Príncipe destos Reinos de Castilla y León, i los demás de esta Corona a ellos sujetos, unidos, e incorporados, i pertenecientes».
La enfermedad responsable de una muerte tan fulminante fue la viruela
Felipe IV se casó con su sobrina de 12 años dando como heredero al funesto Carlos II
Carlos II «el Hechizado»
Carlos «el Hechizado» portaba toda clase de impedimentos físicos y
mentales que le inhabilitaban no solamente para ejercer el poder –por
momentos fue un pelele-, sino que hicieron imposible que pudiera
garantizar la sucesión: era estéril. Fue, junto al primer hijo de Felipe
II, el máximo exponente de la endogamia que acostumbraba a practicar la
familia para mantener las alianzas entre los distintos reinos
Habsburgo. El coeficiente de Consanguinidad de Carlos II, según estudios
modernos (Alvarez G, Ceballos FC, Quinteiro C, «The Role of Inbreeding
in the Extinction of a European Royal Dynasty»), era de 0,253, similar
al que puede producirse en relaciones entre hermanos o entre hijas y
padres.