sábado, febrero 01, 2014

Papa Francisco: «¿Nos avergonzamos de verdad de los escándalos de sacerdotes ?»


En su referencia más vigorosa al escándalo de los abusos sexuales cometidos por sacerdotes, el Papa Francisco preguntó con fuerza si nos avergonzamos sinceramente, pues el problema no será erradicado mientras haya indiferencia o encubrimiento de las conductas delictivas.

En su homilía de la misa de las siete de la mañana, el Papa se refirió también al coste económico de los abusos cometidos por una minoría que ha empañado la buena fama de todos. En Estados Unidos las indemnizaciones superan los dos mil millones de dólares y han llevado a la bancarrota a diez diócesis.

El Papa preguntó: «Pero… ¿nos avergonzamos? Ante tantos escándalos que no voy a mencionar individualmente, pero que todos sabemos… ¡Y sabemos dónde son! Escándalos que han hecho pagar tanto dinero. Está bien: debe ser así…».

Aparte del dolor por las víctimas, al Papa le duele la falta de arrepentimiento, y volvió a preguntar «Pero, ¿nos hemos sentido avergonzados por esos escándalos, por esas derrotas de sacerdotes, de obispos, de laicos?».

El Papa no hizo un diagnóstico sociológico sino tan sólo religioso, haciendo notar que esas personas «no tenían una relación personal con Dios. Tenían una posición de poder en la Iglesia, e incluso de comodidad, pero no una relación con la Palabra de Dios».

Sin llegar a citarlas, el Papa dijo que le venían a la cabeza las palabras de Jesús sobre los causantes de escándalo, y confirmó que «aquí el escandalo se ha producido: toda una decadencia del pueblo de Dios, llegando incluso a la debilidad y la corrupción de los sacerdotes ».

Pan envenenado

Refiriéndose al daño causado a los fieles, el Papa comentó «¡Pobrecillos! ¡Pobrecillos! No les damos de comer el pan de la vida y de la verdad. ¡Y llegamos a darles de comer tantas veces alimento envenenado!».

El Papa reflexionaba sobre los problemas de las últimas décadas a la luz de las lecturas de la misa del día, que relatan la tibieza del sacerdote judío Elí, la corrupción de sus hijos, también sacerdotes, y una situación de frialdad religiosa general en la que la Palabra de Dios era «rara».

Ante una primera derrota militar ante los filisteos, los israelitas deciden traer al campo de batalla el Arca de la Alianza, pero la traen como una cosa «mágica», como «una cosa externa» y, naturalmente, no les ayuda: sufren una segunda derrota más grave y los filisteos se adueñan del Arca. El Papa se refirió a quienes, sin vivir una religiosidad interior, repiten simplemente: «Pero yo llevo una medalla… Pero yo llevo una cruz… Sí, sí. Igual que estos israelitas llevaban el Arca…».