El terror que infundió Stalin acabó con él
El terror que infundió Stalin acabó con él
Día 05/03/2013 - 11.03h
El dictador agonizó durante horas sin que sus más próximos se atrevieran a atenderle. Los médicos del Kremlin estaban encarcelados y los que al final acudieron le trataron con temor
El 5 de marzo de 1953, «a las 21,50
horas (hora española: 19,50), dando síntomas de creciente insuficiencia
cardiovascular y respiratorias, J.V. Stalin falleció», rezaba el
dictamen transmitido por Radio Moscú. Habían pasado cuatro largos días
desde que encontraran al dictador ruso de 73 años tendido sobre la
alfombra de sus habitaciones en la «dacha» (casa de campo) de Kuntzevo,
cercana a Moscú. Había sufrido una hemorragia cerebral, pero nadie le
atendió durante horas por el terror que le infundía y aún después ni los
médicos se atrevieron a tratarlo para que no les culparan de su muerte.
El 28 de febrero había invitado al ministro de asuntos interiores Lavrentiy Beria y a los futuros primeros ministros Georgy Malenkov,Nikolai Bulganiny Nikita Kruscheva
una de sus habituales sesiones cinematográficas cuyas listas de
invitados indicaban el favor del tirano soviético. La cena que siguió a
la proyección de la película se alargó hasta que a las cuatro de la
madrugada Stalin se retiró a sus aposentos.
Los guardias no advirtieron ningún
movimiento en el estudio y las habitaciones de Stalin durante horas.
Hacia las seis y media de la tarde se encendieron las luces, pero nada
más. La preocupación de su guardia personal fue en aumento mientras
discutían entre ellos si alguno debía ir a ver a Stalin. Con el pretexto
de entregarle el correo, el comandante delegado de la «dacha»,
P.Lozgachev, entró finalmente y encontró a Stalin tendido en el suelo.
«¿Qué pasa, Camarada Stalin? En respuesta oí un sonido incoherente»,
relató después este empleado que llamó con urgencia a otros guardias.
Entre todos lo tendieron en un sofá y lo arroparon. «Debía de haber estado tirado allí, desamparado, desde las 7 ó las 8 p.m.»,
reveló después Lozgachev quien se quedó junto a Stalin hasta que a las
tres de la mañana oyó un coche que se acercaba. «Me sentí mejor, creí
que al fin habían llegado los médicos y podría dejar a Stalin en sus
manos. Pero me equivocaba: eran Beria y Malenkov».
Beria aseguró entonces que Stalin dormía y ordenó que dejaran de molestarle, según los testimonios que recogió Vladimir Soloviov. El historiador ruso reflexionaba en 1993 en ABC:
«Ninguno de los allegados a Stalin quería salvarlo. Todos querían que
muriera. ¿Miedo? ¿Paranoia? ¿O no era más que la apreciación sensata y
equilibrada de la situación? ¿Simple instinto de supervivencia?».
No han faltado desde entonces teorías
que implican a Beria, el jefe de los servicios de seguridad, en un
complot para provocar su muerte. Unas sostienen que no envió ayuda
inmediatamente de forma intencionada. Según el historiador ruso Vladimir
P. Naumov y Johathan Brent (Universidad de Yale), Stalin habría sido envenenado con warfarina,
un matarratas que le habría provocado la apoplejía. Kruschev afirmó en
sus memorias que Beria llegó a alardear de haberlo matado diciendo: «¡Yo
lo maté! Los salvé a todos ustedes». Al parecer, éste temía ser
eliminado en una de las purgas de Stalin.
Hasta el día siguiente no llegaron
los médicos. «Estaban enormemente nerviosos. Sus manos temblaban
muchísimo, no podían quitarle la camisa al paciente y tuvieron que
cortarla con tijeras. Luego de echar un vistazo, diagnosticaron una
hemorragia interna. Empezaron a tratarlo: una dosis de alcanfor,
lixiviaciones, oxígeno. Ni pensar en tratamiento quirúrgico. ¿Qué cirujano habría cargado con semejante responsabilidad cuando Beria no dejaba de hacer preguntas como: «¿Garantiza que el camarada Stalin vivirá?», se preguntaba Lozgachev.
Ninguno de los doctores conocía a Stalin. Era la primera vez que lo examinaban y no era de extrañar su temor. «Todos los médicos del Kremlin estaban tras las rejas para entonces»,
relataba Soloviov. El tirano ruso los había mandado arrestar con la
sospecha de que participaban en una conspiración sionista. En los
últimos años la paranoia del mandatario soviético se había disparado.
Vasily, el hijo
de Stalin que «como de costumbre estaba achispado», según el
historiador ruso, al enterarse del tiempo que se había tardado en
atender a su padre gritó: «¡Ustedes mataron a mi padre, hijos de puta!»
Antes de que Stalin falleciera, sus sucesores ya se repartieron los puestos que ocupaba el dictador. Su hija, Svetlana Alliluyeva que se cambiaría el nombre por el de Lana Peters
y años después huiría de la URSS, censuró el comportamiento de Beria.
«¿Cuáles eran sus pasiones? La ambición, la crueldad y el poder, el
poder el poder...», señalaba al recordar cómo escupía para luego
mostrarse como el más leal y más atento en los momentos en que Stalin
recobraba la consciencia.
Casi al final, el tirano abrió los ojos. «Era una mirada horrible, llena de locura de cólera tal vez o de pavor ante la muerte»,
relató Svetlana Alliluyeva. «Aquella mirada se posó en todos durante
una fracción de segundo. y entonces levantó su mano izquierda, que aún
podía mover, y no sé si señaló vagamente por encima de nosotros o nos amenazó a todos.
El gesto era incomprensible pero amenazador, y no sé a quién o a qué se
dirigía. Un momento después su alma, con un esfuerzo final, se libró de
su cuerpo». Para Kruschev, Stalin señaló un cuadro con una niña que
alimentaba a un corderito refiriéndose a él mismo, que en esos momentos
era alimentado con una cuchara «como ese corderito».
El cuerpo del dictador, en cuyas purgas murieron unos 10 millones de personas, fue embalsamado y colocado en el mausoleo de Lenin hasta que en 1961 fue retirado a instancias de Kruschev y enterrado junto a la muralla del Kremlin.