CALANDRIA NACIONALISTA
La
viudez reciente, en general, es un período de alta vulnerabilidad. De
aislamiento, entre otras cosas, que debilita especialmente en la elección de
nuevas relaciones sociales y personales. Si no cuentan con el apoyo de familia
y amistades sólidas, los viudos tienden a hacer macanas. La Calandria no
resultó inmune a esa extendida regla. Y, como tantos, comenzó a recorrer
asiduamente los senderos más vulgares de su nueva
situación.
Lo
primero fue ensalzar al Pingüino muerto. “Ni un sí ni un no” en una larga y
vaya a saber cuán respetuosa –dicen- relación matrimonial. Cálidas anécdotas
de amistades que parecerían ensanchar “urbi et orbi” el acotado mundo
santacruceño, donde transcurrió fructíferamente el autoexilio de su moderada
militancia –y también moderada, dicen- asistencia universitaria. Un genio de
estadista que, más que por las mañas, no se le había descubierto en vida. Y un
mimetismo con los fenómenos naturales (el viento, el frío, las corrientes de
aire) que quién sabe si el otro hubiera reconocido. Como siempre se ha sabido,
lo sublime y lo ridículo tan próximos y tan peligrosos. Lo cierto es que, a
medida que ha ido pasando el tiempo, ni los súbitos sollozos ni las emociones
que se ven venir convencen demasiado a nadie. Como tampoco el luto prolongado
que parece más destinado a reducir crecientes redondeces propias de la escasez
de hormona tiroidea, asentadoras en la cara pero no en otros asientos, que a
reforzar la condición solitaria de la Calandria.
Todo
eso sería, a pesar de su encumbrada posición, más o menos disculpable en ella.
Lo malo son sus relaciones peligrosas. No sólo la que la une al emplumado
pavón, pícaro y torpe como pocos según se va viendo, al que otorgó el
sucesorio. Lo grave es la
ignorancia con que se embala detrás de todo pájaro que le prometa sujeción y
le cante lo que quiere escuchar. Pero, claro, eso está en su
naturaleza.
La
Calandria, sin saberlo, es casi tan cuartelera como los milicos a los que
execra. Cuartelera en el sentido de haber vivido un pequeño mundo,
especialmente en el sentido intelectual, que la hace ajena a cualquier visión
no esquemática. Vive del “relato” porque necesita del “relato” para sentirse
segura. Ella, que con el Pingüino se ufanaba de no haber leído ningún libro,
está ahora presa de cuatro ideas que no la dejan ver la realidad. Y, entonces,
los que se la cuentan rápido y más o menos modernizada, la deslumbran. Aunque
sean irremediables teóricos alejados de esa misma realidad que deberían
ayudarle a gobernar. Así son, y así seguirán siendo, los papelones que
reiteradamente hace con sus elegidos. Así, irremediablemente, contribuirán a
engranar cada uno de los mecanismos necesarios para el funcionamiento armónico
de la patria.
Es
un asunto de naturaleza: la Calandria no tiene canto propio; toma el que le
viene a mano. Pero eso es la negación completa del realismo necesario para
conducir, y esa también la razón profunda por la que la Calandria no puede ser
nacionalista.
Sólo
para algunas cabezas poco claras –y entre nosotros, nacionalistas, también las
hay- el Nacionalismo puede parecer una ideología. Al contrario, con la base
del más absoluto respeto por libertad de espíritu, el Nacionalismo es el
realismo político puesto en marcha. Y como el realismo conduce inevitablemente
a la verdad profunda del alma humana, provoca a la vez el odio cerril de
quienes se empecinan en no creer en el alma, o en quererla
matar.
Pero
no hay caso, a la Calandria eso no le importa. Necesita una ideología,
necesita el guión que le permita seguir haciendo su papel, necesita del
“relato”. Y se rodea de un conjunto de teóricos macaneadores que, claro, matan
todo lo que operan.
Así
de atada, así de encerrada está la Calandria. Por supuesto, cuando uno está
encerrado tiende a volver a su naturaleza. Sí: a su naturaleza de piba de
barrio. Que podría no estar nada mal, si no chocase con un contradictorio y
tardío afán por mutar a señora del Barrio Norte. Desde todos lados se puede
alcanzar la virtud y, mismo, la elegancia. Pero el disfraz es disfraz y, como
cuenta un tango inspirado, “lo queman los rayos del sol”. Mudarse a la
Recoleta no es suficiente, doña Calandria: hay cantos que no se pueden robar
sin caer en el ridículo.
El
hornero, que es trabajador y por eso piensa en cada detalle e intuye todo el
resto, se dio cuenta de este drama íntimo de la Calandria. En el fondo le dio
un poco de lástima; pero, mucho más, le dio miedo porque el resentimiento
creciente que tanta contradicción provoca puede llegar a ser muy grave cuando
se tienen que tomar decisiones de gobierno. Odiar al que se admira y admirar
secretamente al que se odia es una ecuación muy complicada. Y él, a quien una
vida modesta y plena le ha brindado el más claro juicio, se imaginó terribles
situaciones en la medida en que no le encontraba freno: la reproducción
ilimitada del virus de lo artificial puede terminar en enfermedad mortífera.
Se
lo quiso comentar al tero, que ya está harto y andaba gritando lejos para que
no le descubrieran y asaltaran el nido. El otro apenas le dio tiempo para
explicaciones y se largó cortito, como si lo hubiera
adivinado:
“No tiene remedio, amigo, la
señora es de Tolosa,
Se
mira y le gustaría convertirse en otra cosa.
Y
si uno no quiere ser el que es, y listo el pollo,
Todo
lo que hace después se transforma en un embrollo.”