domingo, junio 17, 2012

CALANDRIA  NACIONALISTA
                                   Hugo Esteva

La viudez reciente, en general, es un período de alta vulnerabilidad. De aislamiento, entre otras cosas, que debilita especialmente en la elección de nuevas relaciones sociales y personales. Si no cuentan con el apoyo de familia y amistades sólidas, los viudos tienden a hacer macanas. La Calandria no resultó inmune a esa extendida regla. Y, como tantos, comenzó a recorrer asiduamente los senderos más vulgares de su nueva situación.
Lo primero fue ensalzar al Pingüino muerto. “Ni un sí ni un no” en una larga y vaya a saber cuán respetuosa –dicen- relación matrimonial. Cálidas anécdotas de amistades que parecerían ensanchar “urbi et orbi” el acotado mundo santacruceño, donde transcurrió fructíferamente el autoexilio de su moderada militancia –y también moderada, dicen- asistencia universitaria. Un genio de estadista que, más que por las mañas, no se le había descubierto en vida. Y un mimetismo con los fenómenos naturales (el viento, el frío, las corrientes de aire) que quién sabe si el otro hubiera reconocido. Como siempre se ha sabido, lo sublime y lo ridículo tan próximos y tan peligrosos. Lo cierto es que, a medida que ha ido pasando el tiempo, ni los súbitos sollozos ni las emociones que se ven venir convencen demasiado a nadie. Como tampoco el luto prolongado que parece más destinado a reducir crecientes redondeces propias de la escasez de hormona tiroidea, asentadoras en la cara pero no en otros asientos, que a reforzar la condición solitaria de la Calandria.
Todo eso sería, a pesar de su encumbrada posición, más o menos disculpable en ella. Lo malo son sus relaciones peligrosas. No sólo la que la une al emplumado pavón, pícaro y torpe como pocos según se va viendo, al que otorgó el sucesorio.  Lo grave es la ignorancia con que se embala detrás de todo pájaro que le prometa sujeción y le cante lo que quiere escuchar. Pero, claro, eso está en su naturaleza.
La Calandria, sin saberlo, es casi tan cuartelera como los milicos a los que execra. Cuartelera en el sentido de haber vivido un pequeño mundo, especialmente en el sentido intelectual, que la hace ajena a cualquier visión no esquemática. Vive del “relato” porque necesita del “relato” para sentirse segura. Ella, que con el Pingüino se ufanaba de no haber leído ningún libro, está ahora presa de cuatro ideas que no la dejan ver la realidad. Y, entonces, los que se la cuentan rápido y más o menos modernizada, la deslumbran. Aunque sean irremediables teóricos alejados de esa misma realidad que deberían ayudarle a gobernar. Así son, y así seguirán siendo, los papelones que reiteradamente hace con sus elegidos. Así, irremediablemente, contribuirán a engranar cada uno de los mecanismos necesarios para el funcionamiento armónico de la patria.
Es un asunto de naturaleza: la Calandria no tiene canto propio; toma el que le viene a mano. Pero eso es la negación completa del realismo necesario para conducir, y esa también la razón profunda por la que la Calandria no puede ser nacionalista.
Sólo para algunas cabezas poco claras –y entre nosotros, nacionalistas, también las hay- el Nacionalismo puede parecer una ideología. Al contrario, con la base del más absoluto respeto por libertad de espíritu, el Nacionalismo es el realismo político puesto en marcha. Y como el realismo conduce inevitablemente a la verdad profunda del alma humana, provoca a la vez el odio cerril de quienes se empecinan en no creer en el alma, o en quererla matar.
Pero no hay caso, a la Calandria eso no le importa. Necesita una ideología, necesita el guión que le permita seguir haciendo su papel, necesita del “relato”. Y se rodea de un conjunto de teóricos macaneadores que, claro, matan todo lo que operan.
Así de atada, así de encerrada está la Calandria. Por supuesto, cuando uno está encerrado tiende a volver a su naturaleza. Sí: a su naturaleza de piba de barrio. Que podría no estar nada mal, si no chocase con un contradictorio y tardío afán por mutar a señora del Barrio Norte. Desde todos lados se puede alcanzar la virtud y, mismo, la elegancia. Pero el disfraz es disfraz y, como cuenta un tango inspirado, “lo queman los rayos del sol”. Mudarse a la Recoleta no es suficiente, doña Calandria: hay cantos que no se pueden robar sin caer en el ridículo.

El hornero, que es trabajador y por eso piensa en cada detalle e intuye todo el resto, se dio cuenta de este drama íntimo de la Calandria. En el fondo le dio un poco de lástima; pero, mucho más, le dio miedo porque el resentimiento creciente que tanta contradicción provoca puede llegar a ser muy grave cuando se tienen que tomar decisiones de gobierno. Odiar al que se admira y admirar secretamente al que se odia es una ecuación muy complicada. Y él, a quien una vida modesta y plena le ha brindado el más claro juicio, se imaginó terribles situaciones en la medida en que no le encontraba freno: la reproducción ilimitada del virus de lo artificial puede terminar en enfermedad mortífera.
Se lo quiso comentar al tero, que ya está harto y andaba gritando lejos para que no le descubrieran y asaltaran el nido. El otro apenas le dio tiempo para explicaciones y se largó cortito, como si lo hubiera adivinado:
            “No tiene remedio, amigo, la señora es de Tolosa,
Se mira y le gustaría convertirse en otra cosa.
Y si uno no quiere ser el que es, y listo el pollo,
Todo lo que hace después se transforma en un embrollo.”