EL NACIONALISMO
Editorial del Nº 96
EL NACIONALISMO
Sea porque la confusión campea por doquier; sea porque el primado de la mentira ha batido todos los límites concebibles, o sencillamente porque la hipnosis causada por los medios es cada vez mayúscula, lo cierto es que no pocos sectores insisten en fustigar al gobierno acusándolo de nacionalista. Mientras el gobierno —sabedor de que el mote tiene una carga ideológica ajena a su ideario— se limita a posar de patriota, con penosas fintas de compadrito que no logran ocultar su naturaleza unánimemente cipaya.
Así sucedió con ocasión de los treinta años de Malvinas: todo cuanto oficialmente se dijo fue funcional a los intereses británicos. Y así sucedió asimismo con la reciente kirchnerización de Y.P.F., parodia nacionalizadora sólo comparable a la compra de los ferrocarriles que hiciera Perón en su primer mandato. Cuanto ejemplo pudiera ponerse de patriotismo cristínico arrojaría el mismo saldo.
La patria a la que sirven estos delincuentes no es La Argentina sino exactamente su contracara. Un país donde los jueces regentean burdeles, los funcionarios decuplican sus patrimonios, los degenerados se ayuntan legalmente, cada cual elige su genitalidad a la carta, y tanto el pasado cuanto el presente están concebidos para homenajear a los terroristas y condenar a quienes lo enfrentaron. “Un país sin mañana, sin jefe y sin poeta”, profetizaba Castellani, quedándose muy corto esta vez.
Si propios y extraños, liberales y marxistas, quisieran hallar un símbolo próximo de la distancia insalvable que media entre este modelo incalificable y el genuino Nacionalismo, podrían acudir a las palabras pronunciadas en el Senado por Roxana Latorre, cuando el pasado 9 de mayo se dio sanción definitiva al proyecto filoeutanásico oficial. La referida senadora —explícitamente aliada del gobierno— repitió las palabras del indigno español Pablo Simón Lorda, que dicen para su escarnio: “morir en combate defendiendo la patria, el rey, la religión o la ley, pudo ser el ideal de muerte digna hace siglos. Morir asumiendo el dolor como imagen del Cristo sufriente, lo fue hace no tanto. Pero en nuestra sociedad rica y moderna, morir dignamente significa morir con el mínimo sufrimiento, informados si se desea; morir rechazando los tratamientos que uno no quiere”. A su turno, la bestia servil de Aníbal Fernández, agregaba entre sus hedores habituales que “hay que terminar con aquella vieja concepción del dolor para conquistar el cielo”.
No hay margen para comentarios ni exégesis. Cualquier análisis huelga, que la ramplonería no admite glosas, ni el cinismo paráfrasis, ni el estercolero disquisiciones. Solamente vamos a recordar en prietas líneas lo que todos saben —empezando por nuestros enemigos— pero que fingen ignorar para incrementar el caos espiritual en que vivimos.
Y lo bien sabido es que el Nacionalismo —tenga los defectos o aciertos que tuviere— está en las antípodas del progresismo con que dan en calificar y en sustantivizar la naturaleza del modelo vigente, desde la primera angoleña por adopción hasta el último de sus corifeos. Está en el extremo opugnador de este monumento al latrocinio, la contranatura, la perversión democrática, el histerismo y la criminalidad montoneril, que han levantado los Kirchner en la última década. Monumento abyecto y ultrajante del que son víctimas muchedumbres de compatriotas, a quienes se obliga a vivir en una nación negada al Decálogo, al más elemental decoro y al ejercicio básico de la compostura.
El Nacionalismo del que nosotros nos sentimos herederos y continuadores, quiere saber vivir y morir combatiendo por aquellos bienes que insensatamente dan por superados los agentes de la tiranía: la Cruz de Cristo y la Patria Argentina, el Rey de los Cielos y la soberanía espiritual de nuestra tierra.
Quede asentado en estas páginas, para que nadie ose mañana, impunemente, adulterar los significados políticos trascendentes.
Antonio Caponnetto