Ahora, por la representación
AHORA, POR LA REPRESENTACION GENUINA
“Fijate cómo vas a votar, mirá que después vas a tener que volver a tu provincia”, debe haber sido una de las expresiones más comentadas entre y sobre los legisladores que participaron de la polémica por las retenciones. En particular, se ha dicho que una hija del vicepresidente le hizo saber que, si no apoyaba a sus comprovincianos en el reclamo por el campo, ella no iba a poder caminar más por Mendoza. Así ha de ser, a pesar de que muchos de nuestros representantes oficialistas, quizás gracias a los ingresos extra que se les atribuyen por su heroica resistencia parlamentaria, prefieran hoy pensar en quedarse “anclados en París” al cabo de su mandato.
Sin embargo, uno no les aconsejaría ni siquiera el más dorado de los voluntarios exilios. ¿Ante quién podrían lucirse en París, en Nueva York o en Pekin? ¿A quién lograrían impresionar con sus autos importantes? ¿A quién con los relojes, las corbatas y los trajes que han aprendido dificultosamente a comprar durante su ejercicio legislativo? ¿Quién gustaría de sus chismes? ¿Qué pastillas tendrían que tomar para combatir la súbita, inevitable, nostalgia folklórica?
Más allá de cuál resultase la decisión de nuestros hacedores de leyes, la frase del comienzo, puesta de relieve por el conflicto, plantea la falla esencial de un sistema que se salvó por un pelo (o por un voto) de la hecatombe. El asunto es entrever cómo evitar que el cimbronazo del sistema se convierta en terremoto para la patria.
Por un lado, no cabe duda de que el mecanismo electoral que llevó a estos personajes al gobierno va a ser incapaz de resistir. El conjunto de la ciudadanía ha tomado conciencia de que, ante una situación seria, diputados y senadores pueden hacerse perdiz y –en altísima proporción- preferir la disciplina partidaria frente a la lealtad a sus pueblos. Algo va a haber que hacer para evitar una deformación tan grosera.
Por otra parte, la Argentina –socialmente aluvional todavía- no puede pensar hoy en otro modo de gobierno que la república. Ninguna opción distinta sería sino un invento de inmediato fracaso.
Así planteada la realidad, el único camino es enderezar el sistema republicano de su deformación. Y, a diferencia de los rígidos tutores que siempre duelen y limitan el crecimiento, debería encontrarse una terapéutica lo suficientemente plástica como para que la reparación dejase lugar al verdadero carácter de una sociedad esforzada por expresarse. Para eso no basta con la abolición de las “listas sábana”, que seguramente va a ser propuesta. Se trata de revertir las reformas centralistas de la Constitución de 1994 y de modificar la Ley electoral.
Un sistema republicano genuino debería permitir que los electores conocieran a los elegidos, y que los elegidos pudiesen ser removidos por los electores si al cabo de su mandato no hubiesen cumplido con sus compromisos. El distrito electoral original y sólo él debería ser respetado a rajatabla frente a una posible reelección. Y pertenecer a un partido político no debería ser condición indispensable para ser candidato, si se llenasen exigencias básicas para legitimar candidaturas de cualquier otro origen. Si las elecciones se abrieran sólo a representantes inmediatos –el equivalente a los concejales- ,entre ellos surgiesen los intendentes, de allí los gobernadores y finalmente en el seno de los gobernadores se seleccionase el presidente, nos encontraríamos ante una organización federal opuesta al centralismo de hoy. Norma parecida al pasado de nuestros cabildos y a la delegación limitada de poderes desde las provincias hacia el gobierno nacional, que invertiría al sistema unitario reforzado en 1994 a favor de los partidos políticos, agonizante hoy. Para diputados y senadores la necesaria proximidad y el distrito obligado para la reelección deberían mantenerse igual.
No se imagine ninguna ingenuidad tras este proyecto lego. Nace de la observación experimental de las malformaciones de nuestra “democracia”, especialista en dejar afuera al sufrido “demos”, salvo a la hora de pagar. ¿O acaso nadie recuerda a diputados y senadores que, cuando aparecieron colgados de las listas confeccionadas en los cafés adyacentes a los locales partidarios, jamás habían ganado una elección en su barrio ni en su pueblo? ¿O se ignora que esos mismos –luego próceres de las camarillas aporteñadas del Congreso- se mudan a la Capital o se quedan en sus provincias de acuerdo con las conveniencias electorales, pero siempre lejos de sus representados? ¿Hay, por lo demás, quien crea que de este modo puede combatirse la ya generalizada “borocotización”? ¿Hay quien suponga que con lo que tenemos van a dejar de aparecer pingüinos, calandrias, loros y zorros viejos de la galera de las “internas” del Régimen?
Tal como marchamos y gracias a los medios, es cada vez más fácil imponer candidatos por televisión. Y ya se sabe quién manda en esos medios. Un sistema de representación genuina, como el que se propone, fragmenta y hasta puede pulverizar semejante influencia, aunque no pretenda borrar del mapa el pecado original.
Es obvio que el “establishment” –y en particular la nueva oligarquía financiera, sintomáticamente apartada del conflicto rural a pesar de sus extensas posesiones- va a defender a muerte el estado de cosas que le ha servido para poner de rodillas a la patria. Su primera estrategia será ignorar el cada vez más generalizado reclamo. Después –como siempre- va a inventar un farolito de papel al que poner en lugar de los actuales.
Pero la lucha del campo, más allá de la voluntad de muchos de sus protagonistas, ha terminado de desnudar la hipocresía del Régimen. Y así como ni siquiera quienes apoyamos esa pelea tenemos derecho de atribuirnos nada de su triunfo, es nuestra obligación señalar sus mejores consecuencias y buscar sin alardes los mejores caminos futuros.
Está claro: la enorme mayoría de los argentinos quiere la verdadera libertad, quiere hacer cierto el siempre engañado federalismo, quiere salir del cerrojo de mediocridad que empequeñece a la nación. Representar genuinamente a esa mayoría es el desafío de hoy. Si, Dios mediante, logramos que así se haga deberemos agradecerle al campo una vez más.