INSTITUCIONES
DEL ACTO DE ROSARIO A LAS INSTITUCIONES
Día radiante, multitud, buen ánimo. Mucha gente joven. La familia Kirchner ha logrado el milagro de volver a interesar a los argentinos por la política. Puede estar orgullosa la pareja, la modorra globalizada de los 90 ha sido llamada a su fin. Lo hicieron: 300.000 argentinos viajaron desde todas partes para decirles que NO desde Rosario.
De eso se trató, muy por encima de las retenciones a la soja, como se ocupó en advertir más de un orador. Con matices, por supuesto, hay otra cara del país, la verdadera, emergiendo con la crisis del campo.
La llaneza, la natural inteligencia, el discurso claro de Alfredo De Angeli representa eso. Y sobresale porque es el contraste más evidente respecto de la arrevesada dialéctica de los loros Fernández, que dan vueltas y vueltas a las palabras –siempre vulgares, no confundir- con tal de no decir la verdad. Tal cosa y el tono falso de la presidente en cada discurso, son el marco de una actitud gubernamental que sólo se entiende si se acepta que guarda intereses disimulados y un resentimiento que escapa por todas las rendijas. Los primeros se vinculan con el afán de controlar la economía a favor de un plan de apropiación por parte de los Kirchner y sus grupos financieros afines, seguramente apoyados desde afuera también. Lo segundo les sale del alma y los hace inevitablemente caminar hacia el abismo: no se puede querer tan poco a una parte tan grande del pueblo que se gobierna. Porque, además, al resto de gente que se arrea de un acto al otro resulta evidente que se lo desprecia.
El gobierno ha chocado contra la realidad. Y su propia torpeza, pero también esa enjundia para la mentira que lo distingue, han llevado el conflicto más allá del precio de la soja y el novillo. El ejercicio de la mentira ha conducido a la verdad, y ese fue el tono dominante en Rosario. La multitud allí concentrada quiere a la patria. Pero a una patria encarnada en su trabajo y en su derecho concreto de hijos.
Por eso es legítima la adhesión a la causa del campo por parte de quienes no necesariamente comparten los intereses económicos en juego. Hombres de izquierda y de derecha, con discursos discernibles, han confluido en la intuición de que esta gente circunstancialmente en el poder atenta contra algo eterno, que nos ha venido faltando a todos en estos tiempos de globalización: la madre común bajo cuya mirada se pueden dar todas las discusiones, pero que sólo cobija a quienes se sienten definitivamente ligados al nido ancestral.
De ahí que este movimiento originado en el hartazgo del campo tenga mucho que ver con la guerra de las Malvinas: todo argentino de bien entiende la legitimidad de la causa, más allá de los circunstanciales errores.
Surge así, por su misma condición superior, que la causa de la producción requiere de un encauzamiento político. No a la manera de la pequña política a que nos acostumbraron los partidos, sino al modo de las grandes políticas de Estado capaces de enderezar el rumbo de una nación. Porque en ese punto estamos.
El sistema de representación a través de los partidos políticos ha llegado a su extremo final, transformando a la república en una monarquía bastarda; avergonzada de sí misma, pero con todas las peores características de las monarquías decadentes: rey despótico, corte adulona y corrupta, empecinado aislamiento de la realidad popular. Aquí ni siquiera hay virtud alguna en los monarcas como para demorar la rebelión que se avecina. De ahí que haga bien la gente del campo en ir a golpear las puertas de intendentes y gobernadores. No porque de ahí pueda esperarse nada, sino porque ese es el sitio para señalar que se requiere otro tipo de representatividad.
La reforma centralista de la Constitución, planeada por Alfonsín y Menem, y donde Cristina tuvo un papel principal entre las actrices de reparto, no puede dar por resultado sino esto. Y los izquierdistas “champagne” que nos gobiernan (los unitarios de estos tiempos, como los definiera el recordado Luis Alberto Barnada) no pueden sino hacerlo despóticamente, como lo hacen. Van a profundizar en esa huella, pero así también van a quedar colgados con las ruedas girando en el aire, a menos que llueva y se empantanen...
El acto del campo en Rosario lo insinuó al ponerse bajo la bandera del federalismo. Tal debe ser el camino frente a este persistente atentado a lo que somos los argentinos en profundidad. Pero recorrer ese rumbo requiere de concretas medidas instrumentales que hagan de la nuestra una república genuina, con soberanía sobre sí misma. Se trata de replantear nuestras instituciones centrándolas en las provincias a partir de las localidades. De hacerse representar por aquellos a quienes se conoce, en quienes se confía y a quienes al mismo tiempo se puede controlar. Es invertir por completo el actual régimen electoral irresponsable, verticalista y dedocrático que Kirchner maneja como nadie. Ni un punto menos. Si eso no sucede va a venir la disolución. Que ni está lejos ni deja de tener importantes fogoneros internos y externos.