Queridos familiares y amigos:
Acabo de reembarcarme después de haber bajado de este multitudinario
crucero en las Malvinas, en medio de un embrollo de sentimientos. Pero
prefiero transmitir esto ya, sin dejarme atrapar por ningún razonamiento
ulterior que lo reduzca.
Las Malvinas ocupadas por los kelpers son un mundo absolutamente
distinto del nuestro (¡qué novedad), sólo asimilable por la geografía.
Muy similar a la del continente a esta altura de la Patagonia pero,
hasta donde recuerdo, más linda porque tiene más agua, sea de entradas
del mar, sea de riachos y cursos que hacen más pintorescas las lomadas y
los pequeños cerros pedregosos. No hay árboles, salvo unos pocos no
nativos plantados alrededor de las escasas construcciones tipo granja.
Apenas llegados fuimos al cementerio de Darwin en una camioneta que
manejaba un ingeniero civil cuarentón, un poco básico pero agradable y
absolutamente natural. Es la séptima generación de su familia en las
islas y trabaja en obras públicas tipo caminos, a la vez que se hace
tiempo para estas changas con turistas. Estudió en Escocia y en el Sur
de Inglaterra. Tenía 7 años cuando el "conflict" y a su padre lo
internaron preventivamente como prisionero en la otra isla, pero dice
que lo trataron bien. No me impresionó para nada resentido.
El Cementerio pone los pelos de punta, cada cruz con un rosario blanco y
otro celeste enredados, más estampitas y mensajes que deja la gente, y
la protección de una imagen de la Virgen de Luján. Muchas visitas,
muchas emocionadas. Nuestro chofer dijo que el de hoy era un número poco
común. Por suerte encontramos la tumba de Alejandro Dachary, hijo de un
muy buen profesor concordiense a quien conocí y aprecié, y hermano de
un gran amigo de mis chicos, que es marino. Él era artillero militar y
murió cuando un misil entró por la boca del cañón con el que estaba
tirando. Además, los nombres de Estévez y de Giacchino, junto al de
muchos "soldados argentinos sólo conocidos por Dios". Ahí está todo eso,
obligándonos a volver.
Me acordé de todos los amigos, especialmente de los camaradas muertos.
Me acordé también de todos los traidores y de todos los que no supieron
estar a la altura. Me acordé también de toda esa basura política que no
existía y apareció para sacar provecho de las cenizas de la patria.
Todos esos desmalvinizadores civiles y militares. Y me acordé del coro
de imbéciles que sigue creyendo que aquello fue fruto de una locura,
cuando lo fue de cierta credulidad pero de enorme traición nacional e
internacional.
Y eso sigue. Ayer, como preparando la visita, un gallego que
habitualmente habla de geografía y del clima por los altoparlantes de
este barco largó una suerte de conferencia donde se dio el lujo de
contar la historia de las islas sin la menor referencia al gobierno de
Vernet, casi como si los ingleses de 1845 hubieran llegado pacíficamente
al desierto (quizás tenga la suerte de encontrármelo en un pasillo de
este edificio flotante). Ni hablar de los argentinos que siguen
perorando sobre la borrachera de Galtieri o sobre la imprudencia de
haber desafiado a la OTAN, ignorando todo y especialmente la trampa de
la que fuimos objeto.
Cae ahora el sol y el perfil de las islas se pone magnífico. Llama a que
la nación vuelva. Pero para eso tendrá antes que ser reconquistada
desde dentro. Sólo entonces será capaz de hacer entender a los mejores
habitantes locales, a quienes Inglaterra somete a singular austeridad
sobre todo intelectual, que la Argentina puede ofrecerles la generosidad
que probablemente en 1982 no supo siquiera insinuar. Porque así como me
consta que no se supo organizar una adecuada atención médica, con la
cual muy probablemente Giacchino no hubiera figurado en la lista de
muertos aunque pudiera perder una pierna, así tampoco me parece que se
planeó cómo hacer entender a los kelpers que la cosa no era contra ellos
sino a favor de la verdad histórica mantenida viva desde la época de
Rosas.
Claro que no sería justo ignorar los derechos individuales de quienes
llevan aquí más generaciones que el promedio de los argentinos de hoy
(sería una bestialidad semejante a la de los argelinos con los franceses
afincados desde más de un siglo y medio allí, cuya persecución ha hecho
desaparecer a Argelia misma: otra traición de De Gaulle). Pero tampoco
lo sería seguir la postura de quienes, a metros del puerto y por medio
de carteles manuscritos pegados a unas ventanas, exigen a los argentinos
-entre otras cosas- "pedir disculpas por la invasión" y "desistir de
los reclamos de soberanía" como condiciones para la paz.
A pesar de la amargura que he sentido hoy de a ratos, estoy contento de
haber llegado a las Malvinas. No ha hecho sino reforzar nuestra
convicción de siempre (y vuelvo a recordar a nuestros mejores amigos y
parientes). Pero ahora con una tranquilidad de conciencia singular: esto
será nuestro cuando volvamos a ponernos a la altura, aunque seguramente
no lo verá nuestra generación. Es el honor de nuestra patria y la clave
estética de nuestra supervivencia como nación independiente.
Abrazo:
Hugo Esteva