La Defenestración de Praga: la matanza que se evitó con un «milagro» en forma de montón de estiércol
El 23 de mayo de 1618, la ira de la aristocracia local, de color protestante, estalló contra los dos gobernadores imperiales, Jaroslav Martinitz y Wilhelm Slavata, como muestra de descontento por el ascenso de un Emperador que amenazaba con finiquitar los privilegios de la parte no católica de Bohemia
Los ruegos de Jaroslav Borita von Martinitz para que le facilitaran, al menos, un confesor encolerizaron al grupo de hombres armados que habían irrumpido en el castillo de Hradschin, en Praga, con la intención de matar a los representantes del Emperador Fernando II. El 23 de mayo de 1618, la ira de la aristocracia local, de color protestante, estalló contra los dos gobernadores imperiales, Jaroslav Martinitz y Wilhelm Slavata, como muestra de descontento por el ascenso de un Emperador que amenazaba con finiquitar los privilegios de la parte no católica de Bohemia, hoy República Checa. En tanto la religión era la sustancia del conflicto, la demanda de un confesor católico antes de morir envalentonó todavía más al grupo armado.Como narra el historiador Peter H. Wilson de forma magistral en el arranque de «La guerra de los Treinta Años» (editado en castellano por Desperta Ferro Ediciones), que saldrá a la venta el próximo 28 de febrero, los cinco hombres armados arrojaron de cabeza a Martinitz por la misma ventana en la que colgaba Slavata, quien minutos antes había corrido la misma suerte. A la vista de sus habilidades felinas, los agresores causaron heridas en las manos de Slavata para que se soltara, de modo que también cayó con pesadez sobre una distancia de 17 metros. Slavata se golpeó la cabeza, sin graves consecuencias, contra el alféizar de una de las ventanas inferiores; mientras Martinitz se levantó con apenas raguños. A continuación, los atacantes la tomaron con Philipp Fabricius, secretario de Slavata, al que lanzaron por la ventana de la misma manera.
Sorprendentemente, los tres «defenestrados» (del verbo «defenestrar», 1. tr. Arrojar a alguien por una ventana) sobrevivieron a la caída y huyeron del lugar mientras a sus espaldas silbaban los proyectiles. Según la tradición, los tres cayeron suavemente sobre un montón de estiércol depositado en el foso del castillo. Su supervivencia se vislumbró en los círculos católicos como una señal de que la voluntad divina estaba del lado de su fe.
Slavata, ayudado por Martinitz, logró refugiarse en la residencia del canciller de Bohemia. La intervención de la esposa del canciller, una mujer de armas tomar llamada Polyxena, impidió que el grupo de revoltosos remataran al herido Slavata. El secretario Fabricius, por su parte, escapó hacia Viena, corazón de la Monarquía de los Habsburgo, a poner sobre aviso al Emperador de que una rebelión estaba en ciernes.
El episodio en el castillo vendría a llamarse Segunda Defenestración de Praga –la primera se emplaza en 1419– y está considerada la causa, o al menos el detonante, de la Guerra de los 30 años, un conflicto que causó ocho millones de muertos y cambió por completo las fronteras de Europa. En el mencionado libro, que Desperta Ferro pondrá a la venta en España tras numerosos reconimientos internacionales, Peter H. Wilson recuerda que «la guerra ocupa un lugar en la historia alemana y checa similar al que las guerras civiles ocupan en Gran Bretaña, España y los Estados Unidos o las revoluciones en Francia y Rusia: un momento determinante, de trauma nacional que dio forma al modo en el que los países se definían y se situaban en el mundo».
El germen de la rebelión de Bohemia
¿Cómo se llegó al punto de arrojar por la ventana a los gobernadores como quien lanza pan a las palomas? Las guerras de religión en Alemania tienen la respuesta... Desde que la Paz de Augsburgo de 1555 puso en pausa las tensiones religiosas del Sacro Imperio Germánico, los luteranos fueron ganando más terreno sin que pudieran inmiscuirse ni la corte de Viena ni la de Praga, donde el Emperador Rodolfo II estableció a principios de su reinado su sede. El acuerdo permitió a los distintos príncipes del imperio elegir entre dos confesiones cristianas (luterana y católica) para que aquella fuera la religión «oficial» en sus estados. Claro está, que esta cesión en «tolerancia religiosa» excluía a otra fe cada vez más pujante.Los calvinistas, mucho más activos y militantes en los asuntos de fe que los luteranos, no estaban incluidos en la Paz de Augsburgo. La casa imperial e incluso algunos príncipes protestantes se negaban a aceptar a esta herejía fuertemente arraigada en el norte y este de Alemania. A la muerte del extravagante Emperador Rodolfo II, que contra todo pronóstico mantuvo la calma en el Imperio, los príncipes católicos y protestantes comenzaron a llenar sus arsenales y a levantar ejércitos de mercenarios en previsión a un conflicto que, nadie lo supo preveer entonces, iba a suponer una auténtica guerra civil europea.
El Reino de Bohemia, a donde Rodolfo II trasladó la corte imperial, emergió como el epicentro del conflicto. En 1617 heredó el trono de Bohemia el archiduque de Estiria, Fernando. Este sobrino del Emperador Matías se educó en el colegio jesuita de Ingoldstad y gozaba de una merecida fama de católico intransigente. Los parlamentarios protestantes de la Dieta de Bohemia, reunidos en Praga contestaron a su entronización, en 1618, destituyendo a Fernando y rechazando a sus enviados al sospechar que el futuro Emperador no pensaba respetar las concesiones religiosas de Rodolfo II y luego Matías.
La conocida como Defenestración de Praga escenificó el 23 de mayo de 1618 su descontento y el principio de la Guerra de los 30 años.
La fase más favorable para España
En lugar de Fernando de Estiria, la asamblea protestante coronó tras la Defenestración de Praga al elector Federico V del Palatino, el más destacado de los príncipes calvinistas. Su reinado fue breve, tanto como un invierno, de ahí que se le apodaran «el Rey de invierno».La muerte del Emperador Matías entregó toda la corona imperial a Fernando, que destinó la maquinaría militar de la Liga Católica, a cuyo frente estaba el Duque de Baviera, a la tarea de aplastar la rebelión de Praga. Y no se conformó Fernando II con la Liga Católica, pues en esas fechas reclamó también la intervención de su primo Felipe III de España. Fernando ofreció a España la soberanía sobre Alsacia a cambio de entrar en la guerra. Así aceptó la corte madrileña, revuelta con el ascenso al trono de Felipe IV, y toda una generación deseosa de recuperar el prestigio de las armas españolas tras un tiempo de repliegue.
Ambrosio Spínola, general en auge del Imperio español, dirigió un ejército de 10.000 infantes y 3.000 jinetes hacia lo que todos creían, holandeses incluidos, iba a ser la ocupación de Bohemia. No era así. En un brillante movimiento de distracción, Spínola cayó con los tercios sobre el Palatinado, dominio personal del elector Federico, y conquistó para España la mayor parte de este territorio, a pesar de enfrentarse a un ejército de más de 24.000 mercenarios. Dueño de las dos orillas del Rin, el general banquero envió parte de sus tropas, en concreto tres tercios de valones y uno de napolitanos, a unirse a los ejércitos de la Liga Católica, que se enfrentaron a los protestantes en la batalla de la Montaña Blanca (1620). La aplastante victoria imperial abrió las puertas de Praga a Fernando II, y con él a los padres jesuitas. El elector Federico tuvo que exiliarse y buscar refugio en La Haya.
La fase más favorable a la causa católica llegó así a su fin. Los años siguientes alumbrarían el esplendor protestante y el despliegue militar del revolucionario ejército sueco de Gustavo II Adolfo. «Vivimos como animales, comiendo cortezas y hierba. Nadie podía imaginar que fuera a ocurrirnos algo semejante. Mucha gente dice que no hay Dios», escribió una familia de campesinos de Suabia (Baviera) en la solapa de una Biblia en 1647.
La lucha derivó en una gran catástrofe europea. Dinamarca, Suecia, España, Francia, la República Holanda…. prácticamente toda Europa acabó involucrada en la Guerra de los Treinta años con tantas fases que la religión terminó por ser algo secundario en el tablero de juego.