El arzobispo de La Plata, monseñor Héctor Aguer,
dedicó su comentario televisivo semanal, en el programa "Claves por un
Mundo Mejor" emitido por el Canal 9 TV el sábado 24 de junio, a "nuestra
dolorosa y tremenda corrupción” y si bien reconoció que la Iglesia la
viene denunciando “la cuestión no se arregla por allí. Se arregla con un
cambio moral de la sociedad argentina, con una intolerancia santa y
sabia respecto de que hay cosas que no pueden ser permitidas y que deben
ser sancionadas como corresponde, y a su tiempo, y no 20 o 30 años
después”.
“La palabra corrupción -comenzó diciendo- entró en nuestro lenguaje cotidiano. Antes no era así. Recuerdo que cuando era niño no se hablaba de corrupción y ahora todo el mundo habla de este asunto. Con razón, porque algo pasó en tantos años”.
Enseguida explicó que el diccionario de la Real Academia dice que corrupción es la “acción y efecto de corromper” y que el término corromper presenta varias acepciones; la tercera acepción dice: “sobornar a alguien con dádivas o de otra manera”. "Es esta acepción -dijo monseñor Aguer- la que normalmente está siendo puesta en juego cuando uno habla diariamente de corrupción, o cuando lee los diarios o cuando sigue las noticias por Internet, etc.”.
“El otro día -contó el prelado- un amigo mío, alemán, me llama desde su país por algunas noticias que había leído sobre cómo se van descubriendo casos de corrupción. A propósito, me atreví a preguntarle: ¿en Alemania hay corrupción? y me respondió: 'Sí, algo hay, pero muy chiquita'. Creo que ahí está la diferencia, entre un poquito de corrupción y la corrupción generalizada, por lo menos en muchos ambientes, y en variadas estructuras del Estado. Además, habría que computar ese fenómeno extraño de que la justicia federal se distrae durante una década, o más de una década, mira para otro lado como si no pasara nada y, de golpe, es diligente para atender denuncias e iniciar procesos”.
“Otra cosa curiosa -agregó el arzobispo- es nuestro sistema judicial, que con sus complicaciones facilita que se pueda recusar al juez que le toca a uno, y esas recusaciones demoran una eternidad. Lo más común es que cualquier 'perejil' que con una bandita atraca a alguien con un arma en la mano se traga seis, siete, ocho años de cárcel porque el juicio viene en seguida, pero las grandes corrupciones que, como dice la Real Academia, consisten en sobornar a alguien con dádivas o de otra manera (sabemos muy bien de qué estamos hablando) estas grandes corrupciones, por lo general, no se pagan. Ahora dicen que se van a pagar, que están empezando a pagarse. Hay que esperar a ver qué sucede”.
Y añadió: “Un elemento sociocultural tiene que ver con lo que ocurre y es que hubo una suerte de tolerancia generalizada. Ahora todo el mundo está sobresaltado con la cuestión de la corrupción, pero es verdad que hubo una gran tolerancia, porque sin ella es inexplicable que la Argentina haya podido llegar a un grado tal de corrupción”.
“Corrupción -prosiguió monseñor Aguer- significa alteración. Hay alteración de las instituciones: concretamente porque aquí todos sabemos que la justicia, la policía, los poderes del Estado están afectados de este mal. Además, para colmo de males, el fenómeno de la droga, del narcotráfico añade un ingrediente particular. El hecho de que los que deben conducir la sociedad no sólo desde el gobierno sino desde instituciones importantes sean gente corrupta, eso es algo tremendo”.
“La magnitud de la corrupción -sostuvo el prelado- es una de las causas fundamentales por las cuales el país anda a los tumbos. No nos engañemos, porque es así. Esto que decía mi amigo alemán sobre la diferencia de dimensión es muy importante. La corrupción es posible porque somos humanos, falibles, caemos en el pecado, pero que exista un poquito de corrupción o que una sociedad esté ampliamente corrompida, que las instituciones estén corrompidas o que los ‘lobbies’ hayan penetrado de tal manera en las instituciones de una sociedad que ni siquiera se puede hacer justicia, o que la justicia demore una eternidad en ejercerse, deja a todos en la indefensión”.
“Lo malo es que uno se acostumbra y trata de salvar su vida lo mejor que puede. Cuando a veces hablamos, sobre todo en las fiestas patrias, de la suerte del país, de su historia y de su futuro se me ocurre pensar si, por ejemplo, en el siglo XIX había o no corrupción. ¿Cuándo comenzó el declive? Ahora se van descubriendo casos y más casos. No sé si existe una conciencia alerta acerca de este mal pero es verdad que hay políticos que con todo coraje lo han denunciado, hay funcionarios que trabajan en eso ahora seriamente, y que la mayoría de la población es gente honrada, pero cuál será el resultado no lo sabemos”.
“¿Qué hace la Iglesia ante todo esto? se interrogó el pastor platense y respondió: “Lo denuncia. Cada tanto en los documentos del Episcopado aparece el tema de la corrupción, pero la cuestión no se arregla por allí. La cosa se arregla con un cambio moral de toda la sociedad argentina, con una intolerancia santa y sabia respecto de que hay cosas que no pueden ser permitidas y que deben ser sancionadas como corresponde, y a su tiempo, y no 20 o 30 años después”.
En la parte final de sus reflexiones monseñor Aguer señaló que “este es un asunto para reflexionar, porque así como existe la corrupción de los grandes avivados también está la corrupción cotidiana. No nos engañemos, el hábito de tratar de ‘meter la mula’ al prójimo también es corrupción y merced a ese y otro comportamiento de la misma especie se va configurando todo un clima social en el que la vigencia de una corrupción amplísima se hace posible. Esto equivale a la falta de verdad y, por tanto, a la falta de justicia, por no hablar de la falta de amor. Entonces, ¿qué queda de la convivencia en una sociedad?”.
“No quiero terminar con una nota pesimista, pero que esto existe hay que reconocerlo. Se puede superar. ¿Cómo se puede superar? Apoyándose en la honradez de tantísima gente. Estoy convencido de que la mayor parte de los argentinos es gente honrada pero sin embargo aparece con tanta prepotencia esta dimensión tremenda de la corrupción. ¿Estamos distraídos? ¿No nos hemos dado cuenta? ¿Hemos sido indebidamente tolerantes? Aquí hay algo que tenemos que pensar bien y cambiar”.+
“La palabra corrupción -comenzó diciendo- entró en nuestro lenguaje cotidiano. Antes no era así. Recuerdo que cuando era niño no se hablaba de corrupción y ahora todo el mundo habla de este asunto. Con razón, porque algo pasó en tantos años”.
Enseguida explicó que el diccionario de la Real Academia dice que corrupción es la “acción y efecto de corromper” y que el término corromper presenta varias acepciones; la tercera acepción dice: “sobornar a alguien con dádivas o de otra manera”. "Es esta acepción -dijo monseñor Aguer- la que normalmente está siendo puesta en juego cuando uno habla diariamente de corrupción, o cuando lee los diarios o cuando sigue las noticias por Internet, etc.”.
“El otro día -contó el prelado- un amigo mío, alemán, me llama desde su país por algunas noticias que había leído sobre cómo se van descubriendo casos de corrupción. A propósito, me atreví a preguntarle: ¿en Alemania hay corrupción? y me respondió: 'Sí, algo hay, pero muy chiquita'. Creo que ahí está la diferencia, entre un poquito de corrupción y la corrupción generalizada, por lo menos en muchos ambientes, y en variadas estructuras del Estado. Además, habría que computar ese fenómeno extraño de que la justicia federal se distrae durante una década, o más de una década, mira para otro lado como si no pasara nada y, de golpe, es diligente para atender denuncias e iniciar procesos”.
“Otra cosa curiosa -agregó el arzobispo- es nuestro sistema judicial, que con sus complicaciones facilita que se pueda recusar al juez que le toca a uno, y esas recusaciones demoran una eternidad. Lo más común es que cualquier 'perejil' que con una bandita atraca a alguien con un arma en la mano se traga seis, siete, ocho años de cárcel porque el juicio viene en seguida, pero las grandes corrupciones que, como dice la Real Academia, consisten en sobornar a alguien con dádivas o de otra manera (sabemos muy bien de qué estamos hablando) estas grandes corrupciones, por lo general, no se pagan. Ahora dicen que se van a pagar, que están empezando a pagarse. Hay que esperar a ver qué sucede”.
Y añadió: “Un elemento sociocultural tiene que ver con lo que ocurre y es que hubo una suerte de tolerancia generalizada. Ahora todo el mundo está sobresaltado con la cuestión de la corrupción, pero es verdad que hubo una gran tolerancia, porque sin ella es inexplicable que la Argentina haya podido llegar a un grado tal de corrupción”.
“Corrupción -prosiguió monseñor Aguer- significa alteración. Hay alteración de las instituciones: concretamente porque aquí todos sabemos que la justicia, la policía, los poderes del Estado están afectados de este mal. Además, para colmo de males, el fenómeno de la droga, del narcotráfico añade un ingrediente particular. El hecho de que los que deben conducir la sociedad no sólo desde el gobierno sino desde instituciones importantes sean gente corrupta, eso es algo tremendo”.
“La magnitud de la corrupción -sostuvo el prelado- es una de las causas fundamentales por las cuales el país anda a los tumbos. No nos engañemos, porque es así. Esto que decía mi amigo alemán sobre la diferencia de dimensión es muy importante. La corrupción es posible porque somos humanos, falibles, caemos en el pecado, pero que exista un poquito de corrupción o que una sociedad esté ampliamente corrompida, que las instituciones estén corrompidas o que los ‘lobbies’ hayan penetrado de tal manera en las instituciones de una sociedad que ni siquiera se puede hacer justicia, o que la justicia demore una eternidad en ejercerse, deja a todos en la indefensión”.
“Lo malo es que uno se acostumbra y trata de salvar su vida lo mejor que puede. Cuando a veces hablamos, sobre todo en las fiestas patrias, de la suerte del país, de su historia y de su futuro se me ocurre pensar si, por ejemplo, en el siglo XIX había o no corrupción. ¿Cuándo comenzó el declive? Ahora se van descubriendo casos y más casos. No sé si existe una conciencia alerta acerca de este mal pero es verdad que hay políticos que con todo coraje lo han denunciado, hay funcionarios que trabajan en eso ahora seriamente, y que la mayoría de la población es gente honrada, pero cuál será el resultado no lo sabemos”.
“¿Qué hace la Iglesia ante todo esto? se interrogó el pastor platense y respondió: “Lo denuncia. Cada tanto en los documentos del Episcopado aparece el tema de la corrupción, pero la cuestión no se arregla por allí. La cosa se arregla con un cambio moral de toda la sociedad argentina, con una intolerancia santa y sabia respecto de que hay cosas que no pueden ser permitidas y que deben ser sancionadas como corresponde, y a su tiempo, y no 20 o 30 años después”.
En la parte final de sus reflexiones monseñor Aguer señaló que “este es un asunto para reflexionar, porque así como existe la corrupción de los grandes avivados también está la corrupción cotidiana. No nos engañemos, el hábito de tratar de ‘meter la mula’ al prójimo también es corrupción y merced a ese y otro comportamiento de la misma especie se va configurando todo un clima social en el que la vigencia de una corrupción amplísima se hace posible. Esto equivale a la falta de verdad y, por tanto, a la falta de justicia, por no hablar de la falta de amor. Entonces, ¿qué queda de la convivencia en una sociedad?”.
“No quiero terminar con una nota pesimista, pero que esto existe hay que reconocerlo. Se puede superar. ¿Cómo se puede superar? Apoyándose en la honradez de tantísima gente. Estoy convencido de que la mayor parte de los argentinos es gente honrada pero sin embargo aparece con tanta prepotencia esta dimensión tremenda de la corrupción. ¿Estamos distraídos? ¿No nos hemos dado cuenta? ¿Hemos sido indebidamente tolerantes? Aquí hay algo que tenemos que pensar bien y cambiar”.+