ESCUCHAR A LA HISTORIA
Hugo
Esteva
Uno siempre supo que la guerra de la Triple Alianza contra el Paraguay debía
contarse entre los bochornos de nuestra historia. Supo siempre que hemos quedado
permanentemente endeudados con una nación que pudo haber sido parte de la
nuestra, o de la que –más justamente- pudimos ser parte, si se tiene en cuenta
que Asunción fue ciudad madre, fundadora de nuestro litoral. Pero se hace
imprescindible revisar todo aquello a la luz del magnífico libro “Guerra del
Paraguay. La Triple Alianza contra los países del Plata”, de Leonardo
Castagnino (La Gazeta Federal, Buenos Aires 2014, 2ª. Edición), para recibir una
lección incomparable sobre detalles y constantes que hacen a la geopolítica de
nuestra región con singular actualidad.
Ampliamente sabida era la proverbial capacidad periodística de Bartolomé Mitre
para trocar en triunfos literarios las derrotas que como conductor militar le
fueron habituales. Al fin y al cabo, algo se filtró de esa expresión de su
aliado y jefe de las tropas brasileñas, el marqués de Caxias, que escribió a su
gobierno: “¿Mas eu que fico fazendo aquí as ordenes de un homen que todo
poderá ser menos general?” (pág. 281). Pero su “tribuna de doctrina”, la
poco antes fundada como La Nación Argentina, manipulaba la información como
hasta hoy cuando, por ejemplo, llena páginas con las manifestaciones feministas
anti-Trump y calla por completo, como casi todos los medios políticamente
correcta de Occidente, la enorme que acaba de tener lugar en Washington contra
el aborto, organizada por las asociaciones pro-vida estadounidenses
(https://youtu.be/7lvY5qVgq8w) .
Sospechoso era el regalo de la casa de la calle San Martín, hoy museo, por parte
del “pueblo” al adusto presidente. Pero Castagnino pone nombres a ese “pueblo”,
citando a Sarmiento (pág. 466): “…su casa fue negociada por agentes y
obtenida la subscripción de los proveedores que mediante despilfarro de las
rentas han ganado millones, como Lezica, Lanús, Galván, que al fin costearon
casi en su totalidad…”. Fue ese mismo grupo de proveedores el que, sumando a
Rufino de Elizalde y algunos más, constituyó la sociedad anónima que transformó
a La Nación Argentina, en nuestro La Nación en 1879, al cabo de la guerra. Con
lo que , siguiendo la línea histórica, ya pueden estar hoy seguros los López y
los Báez de que sus descendientes se van a contar pronto entre lo más granado de
nuestra sociedad.
Y hay más, pero esta vez mostrando el más perverso rasgo de nuestro dos veces
Presidente, “ganador” de la contienda. Según informara el marqués de Caxias en
carta al emperador de Brasil en noviembre de 1867: “El general Mitre está
resignado plenamente y sin reservas a mis órdenes; él hace todo cuanto le
indico, como ha estado muy de acuerdo conmigo, en todo, hasta a que los
cadáveres coléricos sean lanzados desde la escuadra, como de Itapirú a las aguas
del Paraná, para llevar el contagio a las poblaciones ribereñas, principalmente
las de Corrientes, Entre ríos, y Santa Fe, que les son opuestas…” (pág.
496).
La
obra de Catagnino no se queda en el “racconto” histórico, por más preciso y
pormenorizado que sea. Pinta del modo más ameno lo que era el Paraguay
tradicional que el mariscal López defendía y el resultado de su destrucción.
Pero, además, explica desde el título (La Triple Alianza contra los países del
Plata) hasta qué punto la guerra fue funcional, bajo el eterno disfraz de
“libertad, democracia y progreso”, a los intereses de Inglaterra. Ahí caen los
cómplices más o menos pasivos, como Urquiza con su indefinición (equivalente a
su cobarde parálisis inmediatamente anterior, frente al sitio de Paysandú) y su
negocio de caballos; como Venancio Flores, el degollador uruguayo de Cañada de
Gómez; como Sarmiento, enorgullecido al decir: “La guerra del Paraguay
concluyó por la simple razón de que matamos a todos los paraguayos mayores de
diez años” (pág. 132).
Pero, además, el autor no se equivoca al precisar cómo esta masacre por la que
siempre estaremos en deuda frente a los paraguayos, es la culminación de un
proceso de enajenación que subyacía en la Independencia y tuvo su momento
decisivo en Caseros. Un proceso que sigue hasta ahora, con parecidos cómplices y
similar metodología.
Porque así como entonces se fundaba un periódico para fogonear la entrega y
destruir un país soberano, desarrollado y autoabastecido, tenemos hoy que
escuchar cotidianamente –bajo la pasiva ignorancia gubernamental- al último
hueco disfrazado de periodista hablar sin conocimiento ni fundamento alguno
sobre la “locura” de la guerra de Malvinas y el “alcoholismo” del general
Galtieri, escondiendo que se hubiese tenido que salir al cruce de la trampa
anglosajona que nos iba a birlar para siempre las islas y nuestra soberanía en
el Atlántico Sur y la Antártida.
Apenas una muestra más de cómo en los medios nacionales, públicos o privados, se
sigue construyendo el “relato” -ahora bajo el paraguas de los “Derechos Humanos”
tuertos- dispuesto a entregar la nación en nombre de alrededor de 22.000
“desaparecidos” inventados, de los que no se puede hablar a riesgo de ser
tratado de “procesista”, aunque uno lo haya combatido abiertamente cuando la
mayor parte de estos periodistas y funcionarios hoy tan conversadores habían
“desensillado hasta que aclare”. Falsos desaparecidos de los que, menos aún,
puede decirse que son el subproducto cultural de una agresión a la patria
exactamente edificada desde Cuba, teledirigida desde la entonces Unión
Soviética, y muy probablemente pergeñada también por la CIA y por parte de
nuestra siempre torpe SIDE, a la que todo se le va de las manos.
.
El libro de
Castagnino enseña desde la historia. Es cuestión de
escucharla.