Hispania, que procede de la palabra fenicia «
I-span-ya»
(«Tierra de metales»), fue la denominación que los romanos pusieron a
la provincia romana que ocupaba la totalidad de la península Ibérica.
Como es habitual con los nombres elegidos por los romanos, la
delimitación no respondía a la realidad tribal y se trataba de una
decisión meramente geográfica. Hoy en día, aquella provincia romana está
ocupada por tres entidades políticas distintas, Portugal, España y el
Principado de Andorra, cuyas formas actuales costaron siglos de luchas y
alianzas.
Si bien
la Monarquía visigoda
buscaba la creación de un reino unificado en toda la península Ibérica,
los visigodos compartían originariamente el territorio con los suevos,
instalados en el noroeste («Galliciense Regnum»), y los bizantinos, que
controlaban zonas del sur. Por esta razón, tras unificar la mayor parte
del territorio de la España peninsular a fines del s. VI, el rey
Leovigildo sólo pudo proclamarse monarca de «Gallaecia, Hispania y
Narbonensis». No desistieron los visigodos en su empeño de crear
conciencia de una única entidad política y de una monarquía cristiana,
como bien recogen las obras históricas del arzobispo San Isidoro de
Sevilla –hijo de padre hispanorromano y de madre goda– que en el libro
«Historia Gothorum» eleva a España a la categoría de Primera Nación de
Occidente. «De cuantas tierras se extienden desde el Occidente hasta la
India, tú eres la más hermosa, oh sagrada y feliz España, madre de
príncipes y de pueblos», reza el texto de San Isidoro de Sevilla, que se
convirtió en lectura obligatoria para todos los príncipes cristianos
que habitaron la península durante la Edad Media.
El rey Leovigildo sólo pudo proclamarse monarca de «Gallaecia, Hispania y Narbonensis».
Así, la idea de una única entidad «hispana» pervivió en la
mitología e imaginario de los escasos núcleos donde la invasión árabe no
consiguió penetrar. Pocos años después de
la batalla de Guadalete,
711, nada quedaba del Reino Visigodo, salvo pequeños reductos liderados
por nobles norteños. A partir de este punto, la denominación de España
se entendía, según el bando, como los reinos cristianos o como la zona
musulmana. Por ejemplo, en tiempos del rey Mauregato de Asturias fue
compuesto el himno «O Dei Verbum» en el que se califica al apóstol
Santiago,
patrón de la España cristiana, como «dorada cabeza refulgente de “Ispaniae"».
La creación de los estados modernos
Heraldo de los Reyes Católicos
No fue hasta el comienzo de la Edad Moderna, con la reducción del
poder de la nobleza y el clero, cuando surgen los primeros embriones de
estados modernos por toda Europa y los españoles ven cumplida su vieja
pretensión. El intento corrió a cargo de los Reyes Católicos,
Fernando de Aragón e Isabel de Castilla,
que unificaron las dos coronas más poderosas de la península en 1469 y
cuyos descendientes heredaron una algarabía de reinos ibéricos que se
conocían, entre otras denominaciones, como «las Españas». El
Descubrimiento de América y la Conquista de Granada, ambos hechos
acontecidos en 1492, están considerados simbólicamente como el origen de
la España moderna.
Sin embargo, en opinión de muchos historiadores la unión dinástica no
es un hecho suficiente para hablar de una única entidad política,
puesto que no existía una integración jurídica. Los Reyes Católicos
unificaron la política exterior, la hacienda real y el ejército, pero lo
hicieron respetando los fueros y privilegios de sus reinos.
«Los reinos cristianos compartían la idea de reconstituir la unidad política perdida»
«A mediados del siglo XV, en la Península Ibérica no quedaban más
que cuatro reinos cristianos: Portugal, Castilla, Aragón y Navarra. Los
cuatro se consideraban originales, distintos, pero hermanos: todos eran
españoles. A pesar de las diferencias políticas, existía una solidaridad
indudable, compartían la idea de reconstituir la unidad política
perdida. Los enlaces matrimoniales estaban destinados a recuperar la
unidad peninsular y la boda de Isabel de Castilla y Fernando de Aragón,
en 1469, puso los cimientos de ese proceso», argumenta el hispanista
Joseph Pérez, quien no duda en
otorgar una configuración, identidad y conciencia de España a partir de la unión dinástica.
De una forma u otra, la palabra España pierde su significado
meramente geográfico con la unión dinástica. Y aunque todavía no se
puede hablar de sólo un reino,
la dinastía de los Habsburgo ya utiliza entonces la designación de Rey de España para hacer referencia a sus posesiones en la península Ibérica. Así,
Felipe II es denominado desde su nacimiento Príncipe de España.
El 80% de la población era castellana
A raíz de la unión dinástica comenzaron a surgir voces críticas
contra la preeminencia de Castilla sobre el resto de reinos que formaban
España. Los historiadores catalanes han acusado tradicionalmente a
Castilla de apropiarse de la identidad española. En la práctica, la
población castellana suponía el 80% de la población y ocupaba tres
cuartas partes del territorio peninsular en el momento de la unión
dinástica. No es de extrañar, por tanto, que el timón de esta nueva
entidad tuviera protagonismo castellano, así como que los escritores
castellanos de la época no hicieran distinción entre castellanos y
españoles. El historiador Henry Kamen, en su libro «
España y Cataluña: Historia de una pasión»,
recuerda que no se trata de un fenómeno aislado puesto que «en otros
países de Europa los regentes políticos del centro territorial,
económico o político han tendido siempre a identificarse como el
verdadero estado y despreciar a las zonas periféricas».
«España es una nación discutida y discutible», recitó José Luis Rodríguez Zapatero
Sin embargo, la creación de un estado-nación español, tal y como
lo entendemos hoy en día, fue un proceso mucho más lento que exigió
siglos de un intenso intercambio cultural y comercial entre las regiones
españolas. Con la llegada de
la dinastía de los Borbones tras la guerra de Sucesión, Felipe V se puso al frente por primera vez del Reino de España.
«España es una nación discutida y discutible», recitó durante su
presidencia José Luis Rodríguez Zapatero en una de sus más polémicas
declaraciones. Pero, discutida o no, ¿desde cuándo podemos hablar de
nación española? La mayoría de historiadores apuntan a la Guerra de
Independencia, en concreto a
la Constitución de Cádiz de 1812,
como el nacimiento de la idea de España como nación. En plena invasión
napoleónica, la promulgación de una constitución de corte liberal dejó
recogido en su artículo 1 a la «Nación española» como «la reunión de
todos los españoles de ambos hemisferios». El resto del convulso siglo
XIX dio forma –con la pérdida de las colonias,
las Guerras Carlistas y las sucesivas crisis políticas– al concepto de nación española que tenemos en la actualidad.