El
Gobierno ha decidido establecer una nueva restricción a las
importaciones. Las autorizaciones no automáticas de importación, el
tener que exportar un dólar por cada dólar importado y las
postergaciones de los pagos de importaciones han sido insuficientes para
enfrentar el serio problema externo y de tipo de cambio que tiene la
economía argentina. Otro fracaso de Moreno. Fracasó en frenar la
inflación y ahora está fracasando por el lado del sector externo.
Claro
que el Gobierno nunca va a reconocer que el problema de tipo de cambio
real que ha generado es culpa suya. Por el contrario, en su discurso
para defender el creciente proteccionismo, como es su costumbre, apelará
a la defensa de los puestos de trabajo. Importar bienes destruye la
producción local y el gobierno está defendiendo los puestos de trabajo
argentinos.
Siguiendo
esta línea de argumentación recordé aquella historia que contaba
Bastiat sobre el informe al rey que había formulado un asesor en el cual
proponía obligar a los trabajadores a utilizar solo la mano izquierda
para resolver los problemas de pobreza.
El
razonamiento del asesor del rey es más o menos así: "Cada uno es más
rico mientras más trabaja". "Mas se trabaja mientras más dificultades
hay que vencer". "Ergo, cada uno es más rico mientras más dificultades
tiene que vencer."
Siguiendo
este razonamiento agrega el asesor: "Figurémonos, señor, el número
inmenso de obreros que será necesario para hacer frente al conjunto del
consumo actual, suponiéndolo invariable (suposición que hacemos siempre
cuando comparamos sistemas diversos de producción) en la época en que
los obreros de todas clases se vean reducidos a su mano izquierda. Una
demanda tan considerable de trabajo no puede menos de producir subida
considerable de salarios, y el pauperismo desaparecerá de la nación como
por encanto". En definitiva, para ser más prósperos y ricos la idea que
se le proponía en el informe al rey era cortarles la mano derecha a los
trabajadores o atárselas para que solo puedan trabajar con la mano
izquierda, considerando que los informes médicos indicaban que la
mayoría de los trabajadores usaban la mano derecha (eso sí que es tomar
decisiones económicas en base a información precisa en su máxima
pureza). Como todo será más dificultoso, habrá más trabajo. Al haber más
trabajo se contratará más gente y al contratarse más gente desaparece
la desocupación y aumentan los salarios.
Las
nuevas medidas proteccionistas apuntan, justamente, a establecer la
mayor cantidad de obstáculos a la producción, porque cuánto más
obstáculos haya para producir, más trabajoso será la producción de
bienes, por lo tanto habrá más trabajo y mejor estará la gente. A esta
altura del partido todo parece indicar que el gobierno considera que
cuántos más obstáculos establezca para producir, habrá más trabajo y
creceremos a tasas chinas haciendo de la Argentina un país feliz. Hacer
de la economía argentina una maraña de regulaciones que ponen trabas a
la producción es la genialidad que ha inventado el Gobierno, al punto de
creer que, semejantes ocurrencias, ya estarían mereciendo que alguien
postule a las actuales autoridades al premio Nobel de Economía.
Es
más, si las restricciones a las compras de dólares, las licencias no
automáticas para importar y ahora las DJAI no alcanzan, entonces, además
atarle la mano izquierda a la gente también puede ser insuficiente.
¿Qué podría hacer el Gobierno para mejorar su intervencionismo? Obligar a
los trabajadores a no usar las manos y trabajar con los pies porque lo
importante no es tener muchos bienes y servicios a precios competitivos
en el mercado, eso destruiría puestos de trabajo, sino generar la mayor
cantidad de trabajo posible aunque sea ineficiente. Para eso está la
frondosa imaginación de Moreno en materia de complicar la producción. Su
función no es generar más riqueza, sino mucho trabajo, y para eso tiene
que complicar lo más posible el sistema productivo.
En
el razonamiento del Gobierno no cabe la posibilidad de la división del
trabajo, por la cual unos producen aquellos bienes en que son más
eficientes, y con los ingresos de su trabajo compran otros bienes que
ellos no pueden producir con tanta eficiencia. Bajo la división del
trabajo, el médico cura a los pacientes y con sus ingresos compra los
alimentos, su ropa y demás bienes que necesita. Bajo la filosofía del
Gobierno, que ve con recelo las importaciones, lo que nos propone es que
el médico, además de curar a sus pacientes, también confeccione su ropa
y fabrique sus zapatos. Eso es riqueza para el Gobierno porque es mucho
trabajo. Trabajo al divino botón, pero trabajo al fin. Y cuantos más
obstáculos le pongan al médico para producir, mejor nivel de vida
tendrá. Es más el zapatero y el sastre tendrán que aprender medicina
para curarse a sí mismos. Además el sastre tendrá que aprender a
confeccionarse sus zapatos y el zapatero su indumentaria. Todos serán
felices, más capacitados en todas las ramas de la producción y mejorarán
su nivel de vida autoabasteciéndose. Eso es liberación y no la
dependencia denigrante de intercambiar bienes y servicios.
En
la filosofía del Gobierno no cabe la posibilidad que el jardinero
trabaje, con el fruto de su trabajo compre dólares y con esos dólares
adquiera un televisor de mejor calidad y a mitad de precio de los que se
venden localmente gracias al modelo. ¿Qué derecho tiene el jardinero a
usar el fruto de su trabajo como mejor le plazca? El jardinero es un
desalmado que atenta contra el trabajo nacional al querer comprar un
televisor más barato y de mejor calidad. Es un antipatria egoísta. Hasta
tal vez le quepa la nueva ley de terrorismo por asustar a la gente con
caída en las ventas de televisores de producción local.
Veamos,
si el jardinero, con el fruto de su trabajo, pudiese comprar un
televisor de mejor calidad a mitad de precio podría, por ejemplo,
comprar el televisor y un Balckberry. Obviamente el jardinero estaría en
mejores condiciones económicas porque podría tener el televisor y el
Blackberry. Pero, de acuerdo al razonamiento del Gobierno, tener el
televisor y el Blackberry implica dejar desocupada a la gente, de manera
que el jardinero estará mejor si solo tiene el televisor. Porque
recordemos que, según el razonamiento del Gobierno, lo importante
siempre es trabajar con la mayor cantidad de trabas posibles y acceder a
la menor cantidad de bienes con ese mayor trabajo.
Tampoco
se le ocurre al Gobierno pensar que el jardinero tiene derecho, con el
fruto de su trabajo, a comprar dólares, porque eso es atentar contra la
moneda nacional. Si el jardinero compra dólares y no quiere los pesos es
un antipatria. Tal vez el Gobierno debería preguntarse: ¿por qué la
gente prefiere los dólares a los pesos? En su ego no entrará la
posibilidad de evaluar que la moneda que produce el BCRA es de mala
calidad, más bien esa actitud del jardinero encaja con alguna teoría
conspirativa para crear miedo en la gente y generar un golpe de mercado,
pensado y desarrollado en los centros internacionales de poder, el
Consenso de Washington y el FMI.
En
definitiva, lo que nos propone el oficialismo con sus restricciones a
la compra de divisas y bienes importados es lo siguiente: los dólares me
los quedo yo y ustedes se limitan a tener pesos para que pueda
cobrarles más fácil el impuesto inflacionario. En lo que hace a comprar
productos importados, ni lo piensen porque eso atenta contra los puestos
de trabajo domésticos, y lo importante no es tener acceso a más y
mejores bienes y servicios, sino trabajar con los mayores obstáculos
posibles. Por eso, más que ministerios de producción y comercio
exterior, podrían haberle puesto Ministerio de Obstrucción de la
Producción y el Comercio, porque obstruyendo el comercio y la producción
es como progresan los países de acuerdo a las nuevas teorías económicas
desarrolladas en estas tierras, donde un coro de incondicionales
siempre estará dispuesto a aplaudir el discurso desde el atril, por más
inconsistente e insólito que sea el razonamiento.
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