El grito silencioso
El grito silencioso
Yo imagino que el grito de esos pobrecitos que son asesinados antes de nacer,
debe llegar hasta Dios.
Madre Teresa de Calcuta
El doctor Gerome Lejeune, uno de los mayores genetistas de la historia, fue invitado por el Senado de Francia hace unos veinte años, para que ofreciese su documentada opinión sobre el tema del aborto. Una de las opiniones fuertemente arraigada en dicha cámara, era la que sostenía que hay embarazos que deben ser interrumpidos, cuando los antecedentes o el pronóstico parecen ser irreversiblemente malos. Cuando se le otorgó la palabra al Dr. Lejeune, planteó un caso: "Tenemos —dijo— un matrimonio en el que el marido es sifilítico terciario incurable, y además decididamente alcohólico. La mujer está desnutrida y sufre tuberculosis avanzada. El primer hijo de esa pareja muere al nacer; el segundo sobrevive, pero con serios defectos congénitos. Al tercer hijo le ocurre lo mismo y se le suma el hecho de ser infradotado mentalmente. La mujer queda embarazada por cuarta vez. ¿Qué aconsejan ustedes hacer en un caso así?". Un senador del bloque socialista manifestó categóricamente que la única solución para evitar males mayores, era practicar un "aborto terapéutico" inmediato. Lejeune hizo un largo y notorio silencio; bajó la cabeza por unos segundos en medio de su expectante mutismo; volvió a alzarla y dijo: "Señores Senadores, pónganse de pie, porque este caballero acaba de matar a Ludwig van Beethoven".
El hecho real al que acabo de referirme, podría aplicarse a otros muchos de similares circunstancias, que tuvieron después por protagonistas a personajes muy célebres en la historia de la humanidad, lo que desmonta de forma irrefutable la justificación de un asesinato bajo el mal llamado “aborto terapéutico”.
Y es que, como decía en el primer artículo que dediqué a este tema, “Cuando nace un niño, nace un mundo nuevo”, y su aniquilación, constituye la destrucción irreparable de parte del futuro del universo. Es igual que llegue a ser un genio o no. Lo verdaderamente importante, es que es un ser humano único e irrepetible, que vivirá si le dejamos, en un mundo que puede o no ser exactamente igual al nuestro, pero que siente y que padece, que tiene sus ilusiones y sentimientos, que ama y le gusta sentirse amado y que en el fondo, desea ser aceptado y hará todo lo posible por integrarse en nuestra sociedad.
Demagógicamente se suele argumentar por aquellos que fomentan la cultura de la muerte —aborto y eutanasia— que es inhumano no legalizar el "aborto terapéutico"; que este debería realizarse cuando el embarazo pone a la mujer en peligro de muerte o de un mal grave y permanente
Terapéutico procede de "terapia", que significa curar y el aborto, no solamente no cura nada, sino que mata directamente a un ser humano inocente e indefenso y produce unas secuelas sicológicas en la madre, que perdurarán durante toda su vida. Por otro lado, el código de ética médica, señala que en el caso de complicaciones en el embarazo, deben hacerse los esfuerzos proporcionados para salvar a madre e hijo y nunca tener como salida la muerte premeditada de uno de ellos, porque eso convertiría a los médicos —cuya misión es preservar la vida curando las enfermedades— en sicarios a sueldo.
Pero, de momento, no es mi intención demostrar las falacias del incongruente y ¿mal informado?, “progresismo”. Porque el asesinato, jamás puede constituir ninguna forma de progreso.
El objetivo de mis últimos artículos, es concienciar a quien tenga la oportunidad de leerme, del valor que tiene toda vida humana; del decisivo y noble papel que desempeña la mujer en la transmisión de la existencia; concienciarla de que, a quien lleva —no lo que lleva— dentro de su vientre, no es su propio cuerpo —simplemente está alojado en él— y por tanto, no tiene el menor derecho a decidir sobre una vida que no es la propia; del irremediable daño que de por vida se haría así misma, de atentar contra la inocente criatura que ella misma ha creado; de que alumbrando a ese nuevo ser, justifica su propia razón de ser como mujer, que es la más noble misión y la culminación del privilegio de que la dotó la naturaleza. En definitiva, porque la muerte solo significa destrucción, una vez más, quiero transmitir un mensaje positivo de amor, fe, fortaleza y esperanza.
Sin embargo, no podemos ignorar la existencia de un opresivo y arbitrario “progresismo” que persigue el logro de una sociedad amorfa, mediante la despersonalización del individuo, la eliminación del “tú” y el “yo”, con todo lo que de excepcional conllevan estos conceptos; la supresión de “marido” y “mujer”, sustituyéndolo por cónyuge A y B. Partiendo de este principio, en el trascendente acto de la procreación, ya no seremos “padre” y “madre”, sino progenitor “A” y “B”. Realmente ¿nos estamos dando cuenta de la profunda gravedad que constituye esta perversión del lenguaje y a donde nos puede conducir esta deshumanización en el futuro, si llegamos a aceptarlo como algo normal y cotidiano? Entre otras muchas consecuencias, si con el paso del tiempo, esta forma de pensar prende en la sociedad, se producirá un vacío insensibilizador que nos conducirá a la nada, con capacidad de contagiarlo todo, lo que permitirá al Estado, el adueñamiento de los derechos fundamentales del ser humano, convirtiéndose en señor absoluto y manipulador de cuerpos y conciencias, último fin del totalitarismo laicista.
Quienes patrocinan, fomentan y legislan basándose en estos bastardos e insolidarios intereses ideológicos y económicos, están colocando a España en la primera línea del sacrificio infantil, presentando el aborto como un derecho y liberación de la mujer. Una liberación que, al marginar a los padres, deja sola a una niña de dieciséis, diecisiete años —al fin y al cabo una adolescente que necesita la protección de quienes verdaderamente la aman y deben velar por protección y por su bien— aterrada por las consecuencias de una relación sexual inmadura, para que elija sola un futuro en el que solo estará acompañada de por vida, por la angustia, el sentimiento de culpabilidad, la ansiedad, los terrores nocturnos, la depresión, los trastornos de alimentación o de su vida sexual futura, secuelas que habitualmente aparecen y permanecen, incluso años después de haber abortado.
La ministra de ¿Igualdad?, Bibiana Aído, dijo el 18 del pasado mes de mayo: "Un feto es un ser vivo, pero no podemos hablar de ser humano". [1]
Lo que una mujer lleva en su seno materno desde el mismo instante de la concepción, es un nuevo ser humano en desarrollo y no solamente un ser vivo. Como si de un embrión o un feto humano, pudiese surgir una salamanquesa.
El Dr. Bernard Nathanson, ginecólogo norteamericano, cuenta en su autobiografía haber realizado más de 60,000 abortos. En su libro confiesa que era un paria en la profesión médica. “Se me conocía como el rey del aborto… Llegué incluso a abortar a mi propio hijo", declaró el médico en una conferencia llorando amargamente. Ese suceso cambió su vida. Dejó la clínica abortista y pasó a ser jefe de obstetricia del Hospital de St. Luke´s. La nueva tecnología del ultrasonido hacía su aparición en el ámbito médico. El día en que Nathanson escuchó el corazón del feto en los monitores electrónicos, comenzó a plantearse por vez primera "qué era lo que estábamos haciendo verdaderamente en la clínica". Decidió reconocer su error y en la revista médica The New England Journal of Medicine, escribió un artículo sobre su experiencia con los ultrasonidos, reconociendo que en el feto existía vida humana desde el mismo momento de la concepción. Incluía declaraciones como la siguiente: "el aborto debe verse como la interrupción de un proceso que de otro modo habría producido un ciudadano del mundo. Negar esta realidad, es el más craso tipo de evasión moral". Había llegado a la conclusión de que no había nunca razón alguna para abortar: “…el aborto es un crimen”. Con los ultrasonidos hizo un documental que llenó de admiración y horror al mundo. Se titulaba "El grito silencioso". Nathanson había abandonado su antigua profesión de "carnicero humano". Hoy, Bernard Nathanson, es un judío convertido al catolicismo.
Por activa y por pasiva, Bibiana Aído, la ministra que ha promovido el nuevo proyecto de Ley del aborto, ha tratado de justificar el mismo, argumentando que es para evitar que vaya a la cárcel aquella mujer que aborte. Ciertamente no se conoce un solo caso en que por este hecho se haya aplicado tal condena, pero sí es cierto que la mujer que aborta, queda para siempre aprisionada entre rejas; las rejas morales de su propia culpabilidad, que en algún recoveco de su alma, le aprisiona y no le deja dormir.
En cualquier tipo de circunstancias en las que se produzca un embarazo, la respuesta no está en el raciocinio, si no en las indescriptibles sensaciones de amor y de ternura que ese nuevo ser que la madre alberga dentro de sí misma, le hace sentir.
Cuando una mujer se encuentra ante un embarazo en circunstancias adversas, hemos de tener en cuenta que es un ser humano, que tiene que enfrentarse, en medio de su íntima soledad, al dilema de escoger entre la Vida o la muerte; ahora le llaman “Derecho Reproductivo”. Este dilema no lo comparte, lo decide en medio de la desesperación, la angustia y el miedo, y cuando finalmente decide por la muerte del hijo, lo hace en medio de un dolor indescriptible, sin que nadie le informe adecuadamente de que la vida le ofrece otras salidas y de que en ese momento se está embarcando en la nave de un drama, en la que se verá prisionera y navegará durante el resto de sus días.
Hundir en ese abismo a una criatura que se enfrenta a una incertidumbre tan trágica, no es otorgarle un “derecho”, ni abrirle las puertas de una embaucadora “liberación”: es una auténtica villanía, tras la que se esconden infames intereses.
Todos los científicos y clase médica, coinciden en el hecho incuestionable en que, ante el atroz ataque que un bebé sufre el transcurso de un aborto provocado, el niño reacciona ante el dolor e incluso emite lo que muchos han llamado, el “grito silencioso”. Silencioso porque no se escucha fuera de su hábitat natural, pero que su infinito dolor ante la salvajada que con él se está cometiendo, nunca dejará de escuchar el corazón de su madre.
La Divina Naturaleza, hizo del vientre de la mujer, el más fértil campo destinado a dar el más maravilloso y sobrenatural fruto de la creación. No permitamos que tan prodigioso origen de la vida, el aborto lo convierta en un lóbrego ataúd, reino eterno del dolor y del silencio.
César Valdeolmillos Alonso