miércoles, agosto 02, 2006

“EL NÚMERO DE LOS TONTOS ES INFINITO”

Gacetilla Nº 29 / 06 31 de julio de 2006


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“EL NÚMERO DE LOS TONTOS ES INFINITO”

¿Cómo puede ser que estos políticos ignorantes y deshonestos, consigan votos?. Son pocos votos en proporción al electorado (Kirchner arrebató la presidencia sólo con el 17.8% del padrón), pero no dejan de ser algunos millones.¿Cómo es posible que convenzan a tantos si no son capaces de hilar ni siquiera un argumento que tenga la más mínima dosis de racionali-dad?
A contrario sensu, ¿cómo puede ser que los argumentos más sólidos y más irrefutables no convenzan ni siquiera a un intelectual habituado a razonar y que los opositores de esta tiranía, que son mayoría, seamos tan torpes y carezcamos de todo poder de persuasión?
Un gran psicólogo político de principios del siglo XX nos da algunas pistas para entender este fenómeno. Entender un problema es empezar a resolverlo. Gustave Le Bon, en su libro "La psychologie politique et la défense sociale" (Edit. Flammarion, París, 1910) dice que los princi-pios de las convicciones populares son cuatro:
1) El prestigio que sugiere y se impone;
2) La afirmación sin pruebas que dispensa de toda discusión;
3) La repetición que hace aceptar como ciertas las cosas afirmadas y
4) El contagio mental que torna rápidamente poderosas las convicciones individuales más débiles.
Esta breve enumeración contiene los elementos fundamentales de la gramática de la per-suasión...Los factores de persuasión no se dirigen sino a los sentimientos, es decir, a los móviles habituales de nuestra conducta" (op. cit. pag. 136).


Apliquemos esos principios a nuestra situación política y veremos que se cumplen al pie de la letra.
¿Qué es "prestigio" en la Argentina decadente del año 2006? Es tener plata o poder, aunque uno sea un delincuente. Una persona de bien, por más que sea inteligente, honrada y confiable, si no tiene poder ni dinero, no tendrá prestigio. A lo más que puede aspirar es a una cierta condescendencia benévola y una cierta atención sin compromiso.
Lo que diga un diario prestigioso, un opinador famoso de la televisión, un millonario o un personaje "reconocido" de la política, será persuasivo, aunque contradiga la más ele-mental evidencia. Lo que diga un "don nadie" le entrará al ciudadano por una oreja y le saldrá por la otra, sin hacer mella en su dura corteza cerebral.
La afirmación sin pruebas -segundo principio- está dotada de una gran dosis de vero-similitud a los oídos del tonto. El hecho de que el que afirma no se haya molestado en proveer-las es una señal para el tonto de que aquello es de primera evidencia. Si hubiera alguna duda ad-misible -piensa- el que lo afirma hubiera presentado alguna prueba. No lo hizo, luego (¡lógica impecable!) aquello no admite discusión.
Por ejemplo, en estos días, la versión de una supuesta "recuperación económica" del país. El tonto la cree píamente aunque esté desocupado o pasando las angustias de un empleo precario o tenga un oficio sin clientes, esté tapado por las deudas y asfixiado por los impuestos. Y con la misma ceguera cree las estadísticas del INDEC en que se funda la especie, aunque sepa que ese organismo estatal está en manos de la tiranía y publica las estadísticas que le mandan publicar. Hasta hubo un escándalo público a ese respecto, pero el incauto no lo registró o no quiere acor-darse.
Otra regla de la persuasión publicitaria es la repetición. Un aviso pasado cada tres horas en una radio, no tiene ningún efecto. El mismo aviso, aunque ofrezca la mercadería menos útil y de más dudosa calidad, si es repetido cada diez minutos por todos los medios de difu-sión, producirá un "boom" de ventas de aquella basura.
La mentira de nuestra pretendida prosperidad, a fuerza de ser repetida, ha terminado por convertirse en un axioma. Nadie la discute o, mejor dicho, la discutimos algunos "outsiders" desprestigiados como yo que, para peor, ni siquiera somos economistas y usamos argumentos "banales" como "inseguridad jurídica", "desocupación", "despilfarro del Tesoro en robos de fun-cionarios y sobornos a la plebe", "coimeros en el gobierno", "insoportable carga impositiva que impide el ahorro", "anemia del sistema bancario", "repudio de la deuda pública y deshonestidad del Estado", "precariedad de los servicios públicos por el atraso de las tarifas", "inflación ram-pante", "falta de inversión", "retiro de inversores extranjeros", etc. etc. etc.
Otro ejemplo. La repetición ha conseguido hacer creer que Kirchner es un hombre de ca-rácter, con mucha autoridad, con una idea clara de lo que quiere lograr y una gran habilidad polí-tica. No hay más que oirlo, verlo actuar y mirarle la cara para darse cuenta que es un "minus habens". Pero no se quiere ver lo que los repetidores no dicen ni muestran...
El contagio de las opiniones difundidas según el método antedicho termina de consoli-dar la convicción general deseada por los manipuladores. "Stultorum infinitus est numerus"


(Eccles. 1,15) ("el número de los idiotas es infinito") dice la Sagrada Escritura. Cuanto más sean, mayor será el contagio hasta convertirse en una epidemia. "Todos lo creen, todos lo hacen, to-dos lo dicen", son argumentos decisivos para los culpables de su tontera.
- ¿Cómo puede decir semejante cosa?: ¡¿"Culpables de su tontera"?!" -exclama alguien fari-saicamente escandalizado. Le respondo al posible objetante con otra sentencia de la Biblia: "Cogitatio stulti peccatum est" ("los pensamientos del tonto son pecado") (Prov. 24,9). Lue-go, la opinión errada de los tontos es culpa suya y no pueden excusarse con su propia tontera.
- Lo peor es que a muchos de estos les va monetariamente bien. Peor para ellos y para los otros, porque, como vimos, eso les da prestigio y sus estupideces son, por eso mismo, con-vincentes. Pero también peor para ellos porque como dice la sabiduría inagotable de la Sa-grada Escritura, "prosperitas stultorum, perdet illos" (Prov. 1, 32) ("la prosperidad de los ton-tos es su perdición").
Y así llegamos a lo que quería probar y es que la Argentina se pierde no porque no haya argumentos para liberarla de la tiranía sino porque los mejores argumentos se estre-llan contra la imbecilidad colectiva que, en cambio, adhiere con servilismo y enfermiza credulidad a todas las mentiras que les llegan apoyadas en los cuatro pilares de la opinión se-ñalados por Le Bon.
Estar solo, no convencer a nadie, remar contra la corriente, decir la verdad contraria de la mentira que repite el "infinitus numerus stultorum" es una honra. Lástima que eso, por ahora, no sirve para que nuestra Patria se salve de la tiranía. Tal vez algún día Dios se apiade de nosotros y empecemos de nuevo a pensar y a razonar como ciudadanos responsables. Para ese entonces, los argumentos que hoy le estamos diciendo a la pared tendrán quien los oiga y saque sus conclusio-nes.
Cosme Béccar Varela
Publicación 728
e-mail: correo@labotellaalmar.com


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