viernes, noviembre 17, 2006

Paracuellos, todas las memorias


SE cumplen setenta años del asesinato de miles de prisioneros a manos de fuerzas republicanas en la localidad madrileña de Paracuellos de Jarama y el recuerdo de aquel horrible capítulo de la Guerra Civil española cobra hoy un especial significado, forzado por la política de «memoria histórica» impulsada por la izquierda y patrocinada por el Gobierno socialista. Paracuellos es en la España de 2006 -como hoy abordamos en nuestro suplemento D7-, además del doloroso recuerdo de un crimen atroz, muy presente aún en la vida de muchos españoles, un contrapunto implacable a la ligereza con la que Rodríguez Zapatero ha abierto la atronadora caja de las memorias históricas. Memoria, como puede comprobar el presidente del Gobierno, tienen todos, no sólo la izquierda y no sólo para incoar juicios retrospectivos que no pueden ya juzgar a nadie por lo que pasó, pero que buscan imputar a la derecha democrática de este país la culpa de una guerra y de una dictadura, eximiendo a la izquierda de cualquier responsabilidad.
Lejos de ser sólo una frivolidad -una más- del jefe del Ejecutivo, basada en su desconocimiento de la Historia y de los sacrificios de la Transición, el revisionismo de la Guerra Civil, de sus causas y consecuencias, pretende una impugnación del consenso constitucional, que la izquierda quiere ensombrecer con la tacha de ser poco más que un apaño al que se vio obligada para evitar la prolongación de la dictadura del general Franco. Lo que hoy explica el ensalzamiento de la II República y la ensoñación de sus valores, de forma arteramente acrítica, no es sino una dolosa estrategia de negarle a la convivencia constitucional de 1978 el fundamento de la justicia y de la reconciliación.
No se trata, por tanto, de buscar un reequilibrio en el conocimiento de nuestro pasado -ya logrado ampliamente por la clase académica-, sino de romper las reglas del juego que suturaron las consecuencias de aquella Guerra Civil gracias a la generosidad de quienes la ganaron y la perdieron, haciendo real la apelación a la paz, la piedad y el perdón que formulara Azaña. No han sido los que combatieron, ni sus hijos, que luego pactaron la Transición, los que han reabierto heridas con más empeño que las fosas, sino nietos oportunistas que, por resentimiento de causas desconocidas, se sienten ajenos al esfuerzo de convivencia que culminó en 1978.
Paracuellos también se apunta a la memoria histórica, como también podría hacerlo la más brutal persecución religiosa del siglo XX. Pero ¿qué gana España con ello?, ¿qué pueden aprender las nuevas generaciones de este reflujo crispado que alienta una política revanchista? Nada, salvo que siempre hay en España quienes están dispuestos a no extinguir su cainismo. ¿Producto todo de la inconsistencia ideológica del actual PSOE? Es posible, pero más probable es la explicación de que este Gobierno promueve una segunda Transición que, despojada de cualquier transacción con la derecha, satisfaga el «ahora nos toca a nosotros» que una parte de la izquierda se calló en 1978, esperando a mejor ocasión. Y así, fomentando la discordia con media España por la memoria histórica y queriendo, sin poder hacerlo, deslegitimar a la derecha, es como la izquierda ha creído posible crear el escenario que le permita una transformación social por las bravas, desde la familia a la educación, una dilución del valor de la historia común para satisfacer a los nacionalistas y, en definitiva, un paulatino cambio de régimen en el que todo es cuestionable, desde la Monarquía parlamentaria a la unidad nacional.
El fallo de esta estrategia es que la memoria no es privativa de una ideología y que, tras 28 años de democracia constitucional, la derecha democrática -la política y la social- no ha sido el adversario silencioso y vencido que esperaba encontrarse la izquierda tras la derrota electoral del 14 de marzo de 2004. Por eso, Zapatero y su Gobierno dan hoy a Paracuellos algo más que un significado histórico: lo convierten en la explicación imbatible de por qué el consenso de 1978 fue -y sigue siendo- el mayor logro de todos los españoles, que quisieron cancelar su pasado de discordias y resentimientos como los que ahora promueve el PSOE. Si hay una memoria histórica a la que se deba la democracia, ésa es la de las víctimas del terrorismo.