miércoles, diciembre 05, 2007

ARTÍCULOS DE MI VIEJO ARCÓn(51)Juanelo.

ARTÍCULOS DE MI VIEJO ARCÓN…(51).El Director.

JUANELO TURRIANO Y LOS RELOJES DEL EMPERADOR.

Por ANTONIO DELGADO: DEL “ Mundo Hispano “.


Uno de los personajes de la corte del Emperador Carlos cuya fama ha llegado hasta hoy con más notoriedad fue Juanelo Turriano. Era aquellos tiempos de grandes descubrimientos geográficos y gloriosas batallas; sin embargo, Juanelo , al servicio del más poderoso monarca de su tiempo, consiguió la fama , no en bélicas acciones ni conquistando nuevas tierras en las lejanas Indias, sino como constructor de relojes y realizador de fantásticas obras hidráulicas.

Había nacido en Cremona a principios del siglo XVI, y entró al servicio del Emperador el día 13 de junio de 1529. Ya no lo abandonó durante toda su vida, estuvo junto a su lecho de muerte en Yuste ,y siguió después trabajando para su hijo, el rey Felipe II. Cincuenta y cinco años de incansable labor fue el tributo de este hombre para aquellos dos monarcas españoles.

El Emperador Carlos era un gran aficionado a las Matemáticas y a la Mecánica, ciencias poco desarrolladas por entonces, hasta que hubo quien criticó agriamente al Emperador por estas aficiones .Cuatrocientos años después, estas curiosas aficiones descubren un interés por la ciencia práctica por parte del Emperador, muy al estilo de ahora.

Monarca el más poderoso de su tiempo, vencedor de Europa, ésta le brinda sus mejores genios, sus pintores, sus arquitectos y hasta sus poetas, quienes acuden a la corte movediza, casi trashumante, para ponerse a su servicio. Así , cuando vencido Francisco Iº de Francia , iba a firmarse la Paz de Cambray y era mayor la gloria y el poder de Carlos, Juanelo Turriano comenzó a construir sus relojes y sus obras hidráulicas para el Emperador, a cuyo servicio alcanzó el título de “ matemático y relojero mayor de Su Majestad.

Para entonces un reloj mecánico de cierta exactitud era el ápice de la perfección a que había llegado la inteligencia humana en sus conocimientos de la mecánica. El reloj, esa maquinaria hoy la más generalizada y usada por el hombre, era en aquellos tiempos raro y costoso mecanismo, y una catedral o un palacio que lo tuvieran instalado en su fachada se admiraban como cosa maravillosa.

No quedan datos de los relojes que el Emperador obtuvo de su relojero mayor, título que hace pensar en otros relojeros más al servicio del Rey.

Juanelo Turriano cobraba por dicho empleo 200 ducados anuales, más el importe, según tasación, de las obras que realizaba. El de Cremona debió ser muy hábil en su oficio, ya que entre notros trabajos se cita un reloj en cuyo trazado y construcción empleó veinte años y que marcaba las horas y minutos, el curso del sol, de la luna y de los planetas, con aparición de los signos del Zodíaco y de algunas estrellas importantes.

Juanelo Turriano se avecindó en la imperial Toledo, que todavía ostenta la capitalidad de España y donde, al edificar la nueva puerta de la Bisagra, el Emperador había ordenado esculpir en su frontispicio el gigantesco escudo del águila bicéfala

En Toledo conoció Juanelo el histórico y agobiante problema de la secular escasez de agua en la ciudad, donde el oficio de azacán o aguador estaba en extremo generalizado. Todavía, hasta hace muy pocos años era frecuente encontrar por su empinadas calles a los aguadores arreando a sus borriquillos, que cargados de panzudos cántaros, acarreaban el agua desde lejanas fuentes y se dejaban retratar por los sorprendidos turistas .Entonces Juanelo Turriano ideo un complicado artilugio que, movido por la corriente del Tajo, elevaba sus aguas hasta la máxima cota de la ciudad, el Alcázar, fortaleza-palacio reconstruída por el mismo Carlos, quien decía que nunca se sentía tan Emperador como cuando habitaba entre sus muros.

Situado el Alcázar a 90 metros sobre la escarpada orilla del río, recibía el agua después de un complejísimo trasiego de ruedas, palancas, cazos, canales, cucharas y caños, todo en continuo movimiento. Al hombre de hoy, que tan sencilla y vulgar encuentra la bomba hidráulica, le es difícil imaginar aquel complicado mecanismo, mitad inmenso reloj, mitad descomunal noria, que hubo quien llamó la octava maravilla del mundo y que por más de sesenta años, movida a impulsos del Tajo, elevó diariamente 400 cargas de agua hasta el Alcázar, desde donde se distribuía a la ciudad. Ahora sólo unas ruinas a la orilla del río son testigos de aquella famosa obra, comúnmente llamada “ artificio de Juanelo “, citada en el verso de casi todos los poetas del Siglo de Oro español, ya elogiosamente, como Cervantes, Valdivielso, Tirso de Molina o por Lope de Vega, el cual, en su comedia El amante agradecido , se expresaba así :

Veré Valencia, que es bella

Y desde allí iré a Madrid;

Pasaré a Valladolid

Que ya está la corte en ella,

En Salamanca veremos

Amigos con quien oí

La gramática y de allí

A Toledo volveremos

Veré la Iglesia mayor,

De Juanelo el artificio…

Ya jocosamente ,como lo hiciera Quevedo, quien dedica estos versos al artificio y a Juanelo, que no era de Flandes, como en sorna dice el poeta:

vi. el artificio espetera ,

Pues con tantos cazos pudo

Mecer el agua Juanelo,

Como si fueran columpios,

Flamenco dicen que fue,

Y sorbedor de lo puro :

Muy mal con el agua estaba

Que en tal trabajo la puso.

La fama poética de la máquina llegó hasta hoy ,cuando tituló el poeta español Fernando Allué su libro de poesías dedicado a Toledo Con artificios de las altas ruedas

Vivía Juanelo Turriano detrás del claustro de la catedral toledana en la que todavía se llama calle del Hombre de Palo raro nombre debido precisamente al mismo Juanelo, quien, anticipándose cuatro siglos a los constructores de robots y otros ingenios eléctricos , fabricó
un autómata de madera que todos los días recorría solo la tortuosa calle, llegando hasta la puerta del Palacio Arzobispal, donde el autómata, como si de otro estudiante, ganapán o mendigo de aquellos tiempos se tratara , recibía la cotidiana ración de sopa y huevo que allí se repartía y, después de hacer una cortés reverencia, regresaba a casa de su amo con paso seguro y tiesa postura.

LOS “ PIES DE JUANELO “ A MEDIO CAMINO.

Extraordinarios, casi fabulosos, son también los llamados “ pies de Juanelos “.Se supone que Felipe II encargó a Juanelo como arquitecto de obras hidráulicas, la construcción del Palacio de

Aranjuez que estuviera a salvo de las frecuentes crecidas del río Tajo, que inundaban aquel Real



Sitio ,entonces el relojero ideó levantar el palacio sobre cuatro grande columnas, cuya altura sería suficiente para mantener fuera del alcance de las aguas los aposentos de la edificación; para que dichos pies derechos resistieran inconmovibles el embate de las aguas, Juanelo los proyectó de una sola pieza. Los gigantescos fustes de las cuatro columnas fueron labrados con el granito de una cantera de los montes de Toledo, de uno no llegó a concluirse su labra, más terminados los otros tres, dio comienzo el transporte de los mismos hacia su destino, destino al cual nunca llegaron, porque la imaginación fabulosa de Juanelo no había previsto que trasladar semejantes bloques de piedra con los medios que disponía a la sazón era empresa punto menos que imposible; así, luego de recorridas unas pocas leguas, fueron quedando los pétreos rollos, uno a uno, inmóviles, tendidos como gigantes vencidos, al borde del camino. yz el polvo levantado por los arrieros y trajinantes durante cuatrocientos años había casi sepultado los famosos “ pies “, cuando hace poco tiempo fueron desenterrados y reanudaron su marcha, durante cuatro siglos interrumpida; los que hemos visto pasar aquellos gigantescos cilindros de piedra por la carretera, con sus casi 15 metros de largo y casi un metro y medio de diámetro, camino al Valle de los Caídos, a cuya entrada hoy montan su pétrea guardia, transporte efectuado con medios excepcionales y modernísima técnica, cómprendemos las dificultades con que tropezaría el buen Juanelo para transportar sus “ pies “ sin otro medio que el tren de rodillos y tiro de bueyes.

Cuando el Emperador Carlos V se retiró a Yuste para preparar su postrera conquista, la del más allá, Juanelo Turriano, que había de sobrevivir a su señor veintisiete años, le acompañó en su retiro; y es fama que en Yuste el relojero de Cremona ayudó al Emperador a construir un reloj y a mantener y reparar el medio centenar de relojes que consigo había llevado al monasterio el Rey. Porque después de abdicar el gobierno de cien Estados en su hijo Felipe, el achacoso Carlos, amante aún del orden, del método y de la autoridad, entretenía el tempo midiéndolo con sus relojes y regulando la marcha de aquellas máquinas, en el vano empeño de que todas marcaran el mismo segundo con exacta regularidad.

Aquel gran Monarca, que había aspirado a que todos los pueblos de Europa marcharan sincronizados por la misma fe en la salvación en la salvación de su propia alma y ensayando un postrer orden, no para los hombres, sino para las máquinas.

ANTONIO DELGADO.