viernes, octubre 12, 2007

El juicio a Von Wernich

La Nación, 11 de octubre de 2007

Editorial I

El juicio a Von Wernich

La condena a reclusión perpetua impuesta al sacerdote católico Christian Federico von Wernich por el Tribunal Oral en lo Criminal Federal N° 1 obliga a considerar una serie de cuestiones coadyuvantes de inocultable gravedad para la salud moral, social e institucional de la República. Pero fuerza también a tener en cuenta que las diferentes cuestiones involucradas no deben ser mezcladas ni confundidas unas con otras, sino analizadas, por separado y con la mayor racionalidad posible, en el contexto que a cada una le corresponde. De lo contrario, se corre el riesgo de alentar una lectura tumultuosa de los hechos y se entorpece la necesaria comprensión de los distintos conflictos a los que el fallo se refiere.

En primer término, no se puede perder de vista el hecho de que la sentencia marca la culminación de un proceso judicial en el que se juzgaron "delitos de lesa humanidad cometidos en el marco del genocidio que tuvo lugar en la Argentina", según lo reconoce el propio tribunal en su fallo, con un lenguaje que, aunque discutible en algunas de sus variables terminológicas, desnuda el significado político y hasta ideológico de los sucesos que se han juzgado.

En segundo lugar, el hecho de que la condena haya recaído sobre un sacerdote que cumplía funciones como capellán de la policía agrega un elemento conflictivo que afecta básicamente a la comunidad católica argentina en el núcleo más íntimo y sensible de sus sentimientos y de sus creencias.

En tercer término, es innegable que el proceso judicial fue vivido por la opinión pública en general como un "caso testigo" emblemático referido al trágico proceso de violencia que desgarró el país en los años 70. Es indudable, en tal sentido, que el juicio a Von Wernich transcurrió, sobre todo en sus tramos finales, bajo la presión de turbulencias mediáticas cada vez más intensas, que fueron intensificando la connotación política de los valores en juego.

Más allá del horror que provoca la magnitud de los delitos atribuidos al condenado y del desconcierto que suscita su condición de ministro de la Iglesia, corresponde examinar una por una las distintas cuestiones de orden moral e institucional que se plantean.

En lo que concierne a la condición sacerdotal del condenado, es obvio que se trata de un tema de conciencia reservado a la jurisdicción de los órganos de la Iglesia. En tal sentido, ha sido elocuente el comunicado emitido anteayer por la Comisión Ejecutiva del Episcopado, según el cual los pasos que da la Justicia para el esclarecimiento de estos hechos trágicos deben servir para renovar los esfuerzos en favor de la reconciliación nacional y son un llamado a alejarnos "tanto de la impunidad como del odio o del rencor".

También la Comisión Nacional de Justicia y Paz manifestó su dolor por la colaboración o complicidad que algún integrante de la Iglesia pudiera haber llevado a efecto en relación con el secuestro, la tortura o la desaparición de personas. Ayer se conoció un tercer comunicado eclesial, proveniente del obispo de la diócesis de 9 de Julio, cuyo presbiterio integra el sacerdote condenado. Allí se formulan consideraciones iluminadoras sobre el crimen que puede perpetrar por acción u omisión un sacerdote de la Iglesia Católica, con referencias acertadas al significado del arrepentimiento y del perdón, y con lamentaciones por el daño que la división y el odio ocasionaron en el pasado a la sociedad argentina.

En cuanto a los insidiosos excesos mediáticos que acompañaron el proceso, cabe lamentar que los tribunales de justicia deban cumplir su cometido, en tantos casos, bajo la presión de condicionamientos emocionales difíciles de resistir. A menudo se tiene la impresión de que la persona juzgada por la Justicia ha sido condenada de antemano por la "muchedumbre anónima e iletrada", como en los procesos bárbaros y a menudo sombríos de la Edad Media. Corresponde lamentar, asimismo, que ciertos medios -y determinados voceros del oficialismo- hayan aprovechado la coyuntura del juicio a Von Wernich para atacar solapadamente a la Iglesia. No está de más recordar, en ese sentido, que la Iglesia fue la primera institución que, tras los oscuros años de violencia que padeció la Argentina, asumió públicamente una valiente actitud de autocrítica y proclamó su cuota de responsabilidad institucional por las omisiones y los errores en que pudo haber incurrido.

No debe faltar, por último, al término de este doloroso proceso, una reflexión renovada sobre la necesidad de impulsar decididamente la reconciliación de los argentinos y de concentrar el esfuerzo nacional en la construcción de un futuro cada vez más libre de rencores e iluminado por las coincidencias.