miércoles, diciembre 21, 2011

SOBRE  EL  NEO-REVISIONISMO
El término “Revisionismo”, tan claro en sus orígenes entre nosotros, ha venido sufriendo una serie de tergiversaciones que difícilmente puedan calificarse de inocentes. De hecho, ha variado desde lo prohibido –cuando se trata de hacer “revisionismo” del “Holocausto”- hasta lo grotesco, como parece va a ser este que se anuncia con pompa a través de un instituto “ad hoc” programado por el gobierno kirschnerista.
El preciso artículo que firma Alvaro José Aurane en La Gaceta de Tucumán el 4 del corriente deja ver cómo el objetivo de este Instituto Nacional de Revisionismo Histórico Argentino e Iberoamericano, que lleva el nombre de Manuel Dorrego, va más allá de la reivindicación de figuras del pasado reunidas bajo el nunca bien definido campo de lo “nacional y popular”. Se huele con claridad que, bajo la mirada distraída de un Pacho O’Donnell que parece recién caído del nido cuando se refiere a su nueva función, los “intelectuales K” van a cobrar sueldo para reinventar una nueva “historia oficial”, a la medida de sus necesidades setentistas.
Todo lo contrario del Revisionismo Histórico cuyo nombre intentan utilizar. Porque aquél nació sin subsidios para enderezar la historia oficial, escrita según necesidad del liberalismo que ganó con Caseros e inyectada en la conciencia de por lo menos tres generaciones de argentinos hasta que el Nacionalismo la desterró tras la lucha intelectual más desigual y más noble que planteó el saber argentino de nuestro siglo XX. Ni el proto-revisionista Saldías, ni los que vinieron a partir del año treinta pretendieron construir masacote ideológico alguno. Bajo los mil matices de sus personalidades libres, produjeron un enorme monumento a la investigación sobre nuestro pasado que, eso sí, por ser libre y verdadero, no pudo sino terminar afirmando nuestra tradición hispánica y católica, antes combatida o sencillamente ocultada por los liberales desde el Estado. Así investigaron y escribieron los Irazusta, los Ibarguren, Vicente Sierra, Ernesto Palacio, Busaniche, Scalabrini…, sin sueldos ni diplomas oficiales, sin cobrar horas extra ni aguinaldo. Abrieron los ojos patrióticos de los que habían sido literalmente adoctrinados para acomodarse a las necesidades de la Argentina asociada al imperio británico. Quienes vienen de familias con cierto arraigo tienen claro que no otro fue el papel de las escuelas, los colegios y la Universidad hasta, inclusive, la época de Perón, cuando se seguía enseñando más de lo mismo. Y aunque aquella educación fuera en muchos aspectos infinitamente mejor que la actual, no dejaba de apartar a los estudiantes de las que eran las tradiciones de su tierra y de su sangre.
Ganada la calle por el revisionismo, la izquierda no tardó en intentar sumarse con su propio bagaje. Con la excepción de Jorge Abelardo Ramos, que se fue acercando con honesta intención espiritual –y por eso el “progresismo” lo ha pateado-, la maniobra falló porque no pudo sino ser ideológica a la manera del socio-comunismo del momento: la historia argentina no se explica por la lucha de clases.
Pero algo logró carcomer esa mentalidad que amuebló la azotea de tanto guerrillero y acompañantes. Lo cierto es que, una vez derrotados y expulsados, encontraron el campo orégano no sólo en Europa sino en Estados Unidos y, sobre todo, en sus organismos de Inteligencia, que arreciaron con la Doctrina de los Derechos Humanos, llovida a cántaros sobre gente que debería atenerse a cumplir con sus deberes. El resultado, hoy esparcido por nuestra América española pero también por buena parte del mundo, es este neo-revisionismo, que necesita contar una historia cambiada y parcial para justificar cómo va a cercenar toda libertad posible de los espíritus.
La Universidad de las Madres de Plaza de Mayo ha sido un ejemplo. Allí enseñan que la historia argentina arranca en los años “de plomo” y culmina en los logros actuales de las “madres” (exceptuando a Shocklender, se me ocurre). Pero la cosa habrá requerido ser más sutiles, por lo que el recién creado instituto va a escribir todo un texto a la medida del “progresismo”, nuevo nombre de la esclavitud. Son ellos mismos quienes nos han dado la pista, con esto de hablar de la importancia del “relato”. Que no es otra cosa que un cuento, y uno que huele a cuento chino.
Repiten la técnica de los viejos liberales. No nos olvidemos de que son sus sucesores en el materialismo. Sin embargo, ya les va a tocar a ellos ser a su vez revisados. Y, como siempre, no van a poder con la Verdad.
                                                                                  Hugo Esteva