domingo, mayo 01, 2016

DROGA  Y  DENGUE
          CULTURA Y MOSQUITO

                                                Hugo Esteva

A comienzos de los años noventa, cuando arrancaba la epidemia del SIDA y quedaba claro su origen occidental en el turismo homosexual masculino entre Estados Unidos y Europa, escribí una nota en el diario ”La Prensa” en que advertía sobre “El SIDA y la droga que vienen”. Tuvo tan poca trascendencia que he olvidado hasta dónde podría encontrar una copia en la montaña desordenada de mis papeles. Pero el pronóstico se cumplió tal cual y, aunque no tuviera mayor mérito porque ya estaba vigente en el hemisferio Norte, la referencia viene al caso porque la negativa a aceptarlo surgió de inmediato.
Es más –y esto pretende ser testimonio, no “auto-referencia”-, empezar a decir en reuniones científicas acerca de la relación entre virus HIV y Cirugía lo que brevemente desarrollaré aquí, fue suficientemente incorrecto desde el punto de vista político como para que de inmediato dejaran de invitarme a tales exposiciones. Eso a pesar de haber dirigido y realizado personalmente las primeras biopsias pulmonares para diagnosticar infecciones oportunistas en enfermos infectados por SIDA, con el riesgo de contagio pertinente pero obligado por la condición de cirujano del hospital universitario.
Lo sencillísimo que desarrollé y reitero, es que la epidemia del SIDA (podría agregarse la de la drogadicción) fue la primera en que no escuché de mis colegas la definición clásica: una epidemia cuenta con un agente causal, un vector y una población víctima. Tal lo que sucede con el dengue, o con la fiebre amarilla: un virus como agente causal, una población expuesta como víctima, y un vector –en este caso un mosquito- que la transmite. Cuando no se puede eliminar al agente causal, y así sucede con estos virus, hay que atacar al vector. Lo singular es que en la epidemia del SIDA, donde el agente es el virus de la inmunodeficiencia humana adquirida (HIV) y la víctima inicial la población homosexual masculina promiscua, nadie habla del vector. Como tampoco se hace con el aumento epidémico de la drogadicción. Porque el vector transmisor es, en esos casos, la cultura. Y pocos están dispuestos a pagar el precio de denunciar a la cultura ambiente.
En efecto, desde la ambigüedad de las palabras hasta la oscuridad de las definiciones interesadas, nuestros ambientes intelectuales, nuestros medios de comunicación y, poco a poco, nuestra vida cotidiana se han llenado de la hipocresía que implica no llamar a las cosas por su nombre. Baste sólo recordar que son las minorías degeneradas las que han impuesto la definición de varios géneros donde Dios y la naturaleza han ubicado solamente dos sexos. Pero hay mucho más, porque toda la imaginación del “marketing” se ha ido poniendo al servicio de la promoción de esas mismas degeneraciones. O de los vicios que conducen a la muerte.
Porque, y debemos repetir lo que demostramos tiempo atrás, hasta las organizaciones internacionales supuestamente dedicadas a la promoción de la salud, como la OMS,  usan de campañas necesarias –combatir el tabaquismo- para ocultar que no luchan contra la drogadicción o que la apañan.
A través de falsos ídolos populares, a través de la música, a través de mensajes audiovisuales sutiles que nuestros nietos captan mucho mejor que nosotros, a través de un arte cada vez más vacío y complaciente con “lo que hay”, la sociedad occidental se cava su propia fosa. Y queda indefensa ante la siempre acechante invasión que ya no espera.
No digo nada nuevo. Pero vale la pena recordar el rechazo que provocó Benedicto XVI cuando lo expresó con claridad y calidad no igualables, en Ratisbona hace una década.
De ahí que no quepa asombrarse porque la importación de espectáculos musicales que requieren de drogas sintéticas para su disfrute, se cobre vidas de jóvenes cuyo entorno los impulsa a no poder ver el color de la vida sin una “previa” de estupidización mediante alcohol o fármacos estimulantes. Pero sí hay que tener claro que esos asesinatos masivos a merced de pequeños errores de cálculo o de excesos en la ambición económica que empiezan a multiplicarse al compás de la música electrónica, no se detienen sólo con procedimientos policiales. Menos con fuerzas de seguridad cómplices de los estrategas de la muerte. El combate se da en la cultura y requiere de autoridades capaces de ponerse coloradas frente a los vientos del mundo.
Da trabajo contener al mosquito vector del dengue, que aprovecha los inviernos moderados para preservar sus larvas y se adapta frente a los insecticidas. Pero mucho más trabajo y trabajo mucho más  sutil ha de costar vencer al vector cultura que, de lo contrario, promete traernos más y más muerte por droga y pestes rosas.