martes, septiembre 04, 2012

El día que Manolete cogió a «Islero»

Toros

El día que Manolete cogió a «Islero»

«El Monstruo» cordobés llevaba la muerte escrita en la cara antes de saltar al ruedo de Linares. Estaba cansado de torear, pero necesitaba una muerte de héroe

Día 28/08/2012 - 15.51h

La leyenda dice que Manolete llevaba la muerte escrita en la cara antes de saltar al ruedo de Linares. Que en su traje de luces cabían dos como él, cada vez más delgado y blanco que estaba. Que llevaba tiempo jugándose la vida en los ruedos. Que estaba cansado de torear y al final de la temporada se cortaba la coleta. Que el miura asesino tenía que ir a Murcia y no a su encuentro. Que había citado a «Islero» a suerte contraria aquel fatídico 28 de agosto de 1947. Que «El Monstruo» necesitaba una muerte de héroe.
Manolete llevaba tiempo queriendo dejar los ruedos. «Qué ganas tengo de que llegue octubre», repetía una y otra vez. La presión se había hecho insoportable para él, con una afición cada vez más exigente. «El público solo está contento conmigo si voy camino de la enfermería». Manuel Rodríguez Sánchez siempre llevaba al ruedo sus problemas, con una madre venerada que nunca toleró a su amor, Lupe Sino, rechazada también por el entorno del torero.
La entrevista concedida en julio a José María Carretero, «El Caballero Audaz», en el diario «Jornada» era reveladora. «Me retiro profesionalmente al final de la temporada». «La existencia que llevamos los toreros es muy triste. De un lado para otro, sin descansar en ninguna parte, cargados de angustias, llevando a cuestas la vergüenza de las tardes malas cuando el público se convierte en una fiera ululante, de terrible crueldad». «Siempre con una interrogación: Dios mío, ¿cómo quedaré en esta corrida? ¿Me matará un toro esta tarde?». «Y si la muerte me llega nunca me cogerá en ese momento feo de la cobardía, sino con el gesto rabioso del luchador».
«Islero», el quinto toro de la tarde de Linares, saltó al ruedo negro, entrepelado, bragado y con poca casta. La crónica del día de ABC cuenta que Manolete vio enseguida las malas condiciones del toro, pero, con un amor propio desmedido, lo muleteó por bajo, parándose en unos tremendos derechazos y cinco manoletinas tremendas, dos ayudadas por alto. Entró a matar un poco sesgado, de dentro a fuera, marcando mucho el volapié, y en el mismo tiempo arrancó el toro, que le clavó el asta derecha. La cornada fue seca, se lo llevó hacia arriba, le dio la vuelta y lo tiró al suelo.

Cornada grave

En la tarde de Linares todo se precipitó. Las asistencias se equivocaron de puerta al sacarlo del ruedo y tuvieron que desandar camino de la enfermería, mientras manaba un chorro de sangre de la pierna del diestro. La sala de curas era la propia de una plaza pequeña de la España de posguerra. La sangre del matador chorreaba el colchón hasta gotear. El doctor Fernando Garrido hizo lo que tenía que hacer, cosió venas y arterias, y logró cortar la hemorragia.
Manuel Rodríguez quedó estabilizado. Incluso pidió dar unas caladas a un cigarrillo. Muy débil, lo trasladaron, como un cortejo fúnebre en vida, al hospital de los Marqueses de Linares. Hay consenso en que la posterior transfusión de un plasma defectuoso, inyectado por un doctor amigo, Luis Jiménez Guinea, acabó con el torero. En cuanto se lo suministró con toda la buena fe, Manolete suspiró un «no veo», y expiró de inmediato a las cinco y tres minutos de la madrugada del día 29 de agosto, después de diez horas de agonía.
Las malas lenguas, sin embargo, siempre culparon a los médicos de no haber tajado por lo sano para salvar la vida. «No había cojones para cortarle la pierna a Manolete. ¿Y sabe usted por qué? Porque nadie se imagina a Dios con una pierna menos», recoge el periodista Tico Medina en su libro «El día que mataron a Manolete».

Nuevo toreo

En los años cuarenta, Manolete era la mayor fama nacional de España. Manolete era el dios de los ruedos. A partir de él el toreo adquirió una estética nueva, rompió los moldes del toreo clásico. Antes de él, nadie toreaba como él; después de él, todos querían torear como él. Hace de la extrema ligazón, quietud y aguante su seña. Todo solemnizado y dramatizado con la seriedad del diestro. Tanto como su figura taurina, desde 1939 a 1947, pesa todavía la sombra del «Califa IV».