lunes, mayo 10, 2010

APORTES SOBRE LAS INVASIONES INGLESAS...

LA REVISTA DEL FORO
                                           SUPLEMENTO ESPECIAL
                                                    
                                  jueves, 06 de mayo de 2010

                  
COLUMNISTA
   
DR. JORGE H. SARMIENTO GARCÍA


APORTES SOBRE LAS INVASIONES INGLESAS, LA FARSA DE BAYONA Y LA REVOLUCIÓN DE MAYO                 APORTES SOBRE LAS INVASIONES INGLESAS, LA FARSA DE BAYONA Y LA REVOLUCIÓN DE MAYO


APORTES SOBRE LAS INVASIONES INGLESAS, LA FARSA DE BAYONA

Y LA REVOLUCIÓN DE MAYO


I

En 1763 Portugal fundó el Virreinato del Brasil, trasladando su capital de Bahía a Río de Janeiro “para mejor operar hacia el Sur”. Antes, en 1762, por orden del Rey Jorge III y de su ministro Pitt “El Viejo”, el comodoro Mac Namara atacó el puerto de La Colonia, siendo vencido por Pedro de Cevallos y, en 1765, Byron se instalaba clandestinamente en las islas Malvinas. Descubierta la ocupación, por orden de Carlos III el gobernador de Buenos Aires, Francisco de Paula Bucarrelli, envió una flotilla comandada por Juan Ignacio de Madariaga, quien rindió a los ingleses en 1770.

Estos hechos ponen de manifiesto que los británicos, en connivencia con los portugueses, querían apoderarse de la llave del Estuario del Plata, y también de la “Gibraltar del Sur”, para asegurar sus comunicaciones con Australia y Asia.

Ante ello, el 1 de agosto de 1776 el mismo Carlos III procedía a crear el Virreinato del Río de la Plata, desgajándolo del Virreinato del Perú, nombrando como su primer virrey a Pedro de Cevallos.

Y la creación del Virreinato del Río de la Plata obedeció a las siguientes causas esenciales:

-El constante peligro que significaba Portugal para la banda oriental del río Uruguay.
-La amenaza de otras potencias en el extenso litoral fluvial y atlántico.
-La necesidad de vigilar mejor el vasto territorio dependiente hasta entonces  del Virrey del Perú.
-La creciente actividad comercial desarrollada por Buenos Aires y su zona de influencia.
-La conveniencia de perfeccionar la organización política y administrativa de las colonias.

Y como veremos, lo cierto es que lo que se conoce como República Argentina no podría entenderse sin el Virreinato del Río de la Plata.

Éste tuvo una duración efímera: tan sólo 34 años; y en 1776, coincidiendo con su creación, se produce la revolución norteamericana, a raíz de la cual trece colonias inglesas constituirán el primer territorio americano independiente, estallando por otra parte y en 1789 una revolución en Francia que tendría alcance mundial.

II

Enfrentado Napoleón que llegará a ser emperador de los franceses con la nación británica, desde 1801 la España estaba prácticamente atada como Estado títere a la Francia y, en consecuencia, enfrentada con Inglaterra, la que, habiendo perdido sus colonias norteamericanas y habiendo afirmado su superioridad naval luego de la batalla de Trafalgar en 1805, combate en el que derrotó a la armada franco-española, dirigía sus miradas hacia las colonias de España.

Buenos Aires venía creciendo: el contrabando, en especial con Portugal a través de la Colonia del Sacramento, favorecía tal crecimiento, como también la obra de sus primeros y mejores virreyes, Ceballos y Vértiz.

Todo ello motivó los episodios conocidos con el nombre de invasiones inglesas, que tuvieron lugar entre el 25 de junio de 1806 y el 9 de septiembre de 1807, cuando Inglaterra intentó apoderarse de ambas márgenes del Río de la Plata, aprovechando su dominio de los mares y la debilidad de España.  

Estas invasiones tienen sus antecedentes. No es que el gobierno británico haya entrevisto la posibilidad de adueñarse de Buenos Aires de buenas a primeras y obrado en consecuencia, sino que se tuvieron en cuenta dos factores, la debilidad de las defensas coloniales y el apoyo que una tal operación tendría entre la población nativa, deseosa de sacudirse creía el yugo que la oprimía. Además, justificaba la invasión no autorizada en un primer momento por el Almirantazgo la captura de la recaudación impositiva correspondiente a Chile y Perú (unos 5.000.000 de pesos de plata), atesorados en Buenos Aires ante la imposibilidad de ser enviados a España por la guerra en desarrollo.

Mas decidió el virrey Rafael de Sobremonte, sensatamente, retirarse hacia Córdoba, abandonando la capital del Virreinato a fin de organizar desde aquélla el rescate, llevándose las cajas reales; y la decisión de resistir de los rioplatenses fue unánime, obrando entonces como súbditos del rey Fernando, en una reacción fulminante y organizada que montaron Santiago de Liniers, Ruiz Huidobro, Martín de Álzaga y Juan Martín de Pueyrredón.

Así, los argentinos nacieron a la vida histórica antes de su emancipación de España. Las Invasiones Inglesas constituyeron asimismo la expresión de nuestras relaciones seculares con Gran Bretaña. El 6 de setiembre de 1806, Liniers daba a conocer un bando para convocar a los vecinos de 16 a 50 años a fin de organizar la milicia, y al producirse la Revolución de Mayo las incipientes fuerzas armadas en Buenos Aires eran totalmente formadas por hijos del país. Los cuerpos criollos eran los Patricios, Arribeños (así se llamaba a los soldados procedentes de las provincias interiores), Patriotas de la Unión, Húsares de Pueyrredón, Cazadores Correntinos, Granaderos Provinciales. También se formó un cuerpo de artilleros en el que sirvieron pardos y morenos. Destacamos dos hechos importantes: el pueblo criollo en armas se improvisa en Ejército para combatir la invasión británica; y la palabra ´argentino` se creará por esa misma razón. López y Planes, autor de nuestro himno, escribirá un poema titulado ´Triunfo argentino` para cantar esa victoria nativa. Así quedan bautizados los hijos del Plata (del latín ´argentum`) para siempre. La milicia se hará Ejército y el nativo se hará argentino al nacer ambos para la historia en lucha con Inglaterra.

Estos trances tuvieron entonces consecuencias inesperadas: los hijos de la tierra colonial, los criollos, habían podido constatar su capacidad de lucha y la ineficacia del gobierno de los españoles, e intervinieron activamente en el período siguiente al destronamiento del rey de España Fernando VII por parte del emperador Napoleón, en 1808, negándose el pueblo a obedecer a José Bonaparte, hermano de Napoleón, instalado por éste en el trono metropolitano.

Ahora bien, al ser Liniers que por presión popular sucedió a Sobremonte de nacionalidad francesa, y debido a sus simpatías bonapartistas, se inclinó hacia el bando francés. La Junta de Sevilla creada para mantener la resistencia contra los franceses decidió en 1809 que éste debía entregar el poder a un nuevo virrey, Baltasar Hidalgo de Cisneros.

El 25 de mayo de 1810, los integrantes del Cabildo abierto de la ciudad (que había sido convocado el día 22) decidieron deponer al virrey e instauraron un gobierno provisional, la Primera Junta de Gobierno, que actuaba en nombre de Fernando VII.

A partir, entonces, del 12 de Agosto de 1806, los criollos toman el poder e inician así la conquista de Buenos Aires, que quedará completada el 25 de Mayo de 1810, con la toma del gobierno en Buenos Aires y el nacimiento de la guerra emancipadora.

En este punto, hay que considerar un parangón iluminador del estado del Virreinato hacia 1800. Entonces, el Río de la Plata tenía cinco veces más territorio que los EE.UU., contaba con el doble de sus recursos financieros y económicos, y su población era apenas un poco menor. Poseía, con mayor valor que lo anterior, una clase dirigente ilustrada y prudente pensemos en letrados como Castelli o Belgrano, en militares como Saavedra o Balcarce, en clérigos como el Deán Funes o Castro Barros, o en comerciantes como Mateu o Larrea, junto a un pueblo apacible pero valeroso, como se acababa de demostrar en 1806 y 1807, cuando las invasiones inglesas a Buenos Aires. Luego, no es exacta la leyenda negra de cuño racista y auto-denigratorio acerca de la incapacidad innata de los criollos para gobernarse por el excesivo o prolongado tutelaje ibérico (por supuesto que los criollos, que detentaban gran parte de las magistraturas, querían todas para sí, por aquello de que el hambre se despierta comiendo). Y más falso aún es que existiera un generalizado rechazo hacia lo hispánico, ya fuera en lo político como en lo cultural. Pero el Río de la Plata, estaba al cabo de los tres siglos de la dominación española en excelentes condiciones para operar la instalación de un gobierno por sus propios medios, cuando las circunstancias lo permitieran o aconsejaran; en el decir de Saavedra, cuando “las brevas maduraran”.

III

El acontecimiento que marcó a fuego la relación entre la metrópoli y los reinos independientes de la corona de Castilla, y que hizo de disparador de toda la revuelta hispanoamericana, sucedió dos años antes del estallido, en Buenos Aires, de lo que luego pasó a la historia como el principio de una revolución. El episodio tiene nombre: “la farsa de Bayona”.

Escribe Richard Herr que hacia fines de 1807, “España estaba gobernada por un galán frívolo (el ministro Manuel Godoy), una reina lasciva y un rey cornudo”; y Napoleón Bonaparte describió a la familia real española, esto es, a la reina María Luisa, al rey Carlos IV, y al Príncipe de Asturias, Fernando, con estas palabras: “la madre era adúltera, el padre consentido, el hijo traidor”.

Cuando, según el Tratado de Fontainebleu, España autorizaba la entrada de un ejército imperial que se dirigía a Portugal, país que se negaba a aceptar el embargo continental de Francia a Gran Bretaña, en la corte de Carlos IV se desenvolvió una oscura y por momentos escandalosa intriga cuyos protagonistas fueron el monarca; su mujer, la reina María Luisa; el favorito de ambos, Manuel Godoy y el príncipe heredero, Fernando.

Comenzó en el Palacio de Aranjuez, donde la destitución de Godoy ante el reclamo popular por haber firmado aquel tratado arrastró, al propio tiempo, la de Carlos IV, quien en presencia de toda su corte abdicó a favor de su hijo.

Fernando VII –sobre el que volveremos asumió el trono en medio de la algarabía española y la desconfianza del emperador de los franceses. Napoleón, entonces, poco menos intimó al joven monarca, recién estrenado, que marchara a Bayona a entrevistarse con él. Por cuerda separada hizo conducir a la misma localidad a Carlos IV, a María Luisa y al inefable Godoy, donde unos se acusaron a otros, mostrando su peor perfil. Fernando terminó manifestando que la abdicación de su padre no había sido libre, devolviéndole las prerrogativas reales y éste renunció a la corona, que entregó a Napoleón, quien convocó al rey de Nápoles, su hermano José y allí en Bayona, el 7 de junio de 1808, lo hizo coronar rey de España e Indias por un congreso manifiestamente ilegítimo.

Pero la península se levantó en armas contra los franceses. El 25 de septiembre de 1808, en Aranjuez, se constituyó una Junta Central cuyo cometido era gobernar el reino, como depositaria de la autoridad soberana mientras el monarca estuviese preso. Las Cortes que habrían de reunirse en Cádiz a partir de 1810, declararon “único y legítimo rey de la nación española a don Fernando VII de Borbón”, así como nula y sin efecto la cesión de la corona a favor de Napoleón, explicando su ausencia de España hasta 1814 su sobrenombre de “El Deseado”.

La Junta Central se debió trasladar a Sevilla por el avance de las tropas fancesas y, cansada entre otras cosas de las acusaciones que le hacían sus enemigos, cedió la poca autoridad que le quedaba a un efímero Consejo de Regencia establecido en Cádiz.

En 1814, acabada la guerra, Fernando VII regresó a España, instaurando un gobierno de carácter absolutista.

Bien dice Díaz Araujo que Fernando era “un sujeto digno de estudios psiquiátricos, quien de haber sido ´el deseado`, cuando estaba preso en Valencia (donde se dedicaba a tejer calcetas), pasó a ser ´el odiado`, tanto en la Península como en América. Si el adjetivo ´estúpido` le cabe a un gobernante, ése tal fue Fernando VII. Y fue ese mismo Fernando VII quien, el 30 de mayo de 1816, ordenó la expulsión del ministro argentino plenipotenciario Bernardino Rivadavia quien había ido a rendirle pleitesía. Datos anteriores y similares a éste, conocidos en el Río de la Plata, provocaron la Declaración del 9 de julio de 1816, de Tucumán”.

Ahora bien, en España, luego de una obediencia inicial a la Junta de Sevilla, “las Juntas” surgieron como hongos; y el 25 de Mayo de 1810 los patriotas, en nombre del pueblo y por el peso de las armas, se imponen al virrey del Río de la Plata y lo desalojan del mando, adueñándose de la ciudad de Buenos Aires.

Ha escrito Raymond Carr: “No es que los americanos se levantaron contra España: España se apeó de América, absorbida por sus luchas, incluidas las domésticas entre liberales y absolutistas.

El 20 de mayo el brigadier Cornelio Saavedra le expresaba al virrey Cisneros: “Señor, son muy diversas las épocas del 1 de Enero del año 9 (cuando Saavedra había apoyado al virrey) y la de Mayo de 1810, en que nos hallamos. En aquélla existía la España, aunque ya invadida por Napoleón; en ésta toda ella, todas sus Provincias y Plazas están subyugadas por aquel conquistador, excepto sólo Cádiz y la isla de León ... Y ¿qué, señor? ¿Cádiz y la isla de León son España? ¿Este inmenso territorio, sus millones de habitantes, han de reconocer soberanía en los comerciantes de Cádiz y en los pescadores de la isla de León? Los derechos de la Corona de Castilla, a que se incorporaron las Américas, ¿han recaído en Cádiz y la isla de León, que son parte de una de las provincias de Andalucía? No, señor. No queremos seguir la suerte de España, ni ser dominados por los franceses: hemos resuelto reasumir nuestro derecho, y conservarnos por nosotros mismos”.

Circunscripta la opinión al momento inicial de Mayo, la tesis de Juan Manuel de Rosas, fundada en la de su primo y testigo Tomás Manuel de Anchorena, en modo alguno es arbitraria: “¡Y cuán glorioso es para los hijos de Buenos Aires haber sido los primeros en levantar la voz con un orden y una dignidad sin ejemplo! No para sublevarnos contra las autoridades legítimamente constituidas, sino para suplir la falta de las que, acéfala la nación, habían caducado de hecho y de derecho. No para rebelarnos contra nuestro soberano, sino para conservarle la posesión de su autoridad, de que había sido despojado por un acto de perfidia. No para romper los vínculos que los ligaban a los españoles, sino para fortalecerlos más por el amor y la gratitud, poniéndonos en disposición de auxiliarlos con mayor éxito en su desgracia”.

Pensamos que la ruptura de la continuidad no nació de la conspiración hecha por un partido independentista en perjuicio del rey de España. Si Carlos IV y Fernando VII no hubiesen sido los infelices protagonistas de Bayona y no hubiesen dejado jirones de su dignidad real en el camino de Aranjuez a la localidad testigo de la farsa, no habría estallado un movimiento cuyo sentido inicial no habría sido otro que la autonomía respecto de unas autoridades metropolitanas que se atribuían derechos de gobierno de origen dudoso.

En rigor, como explica Clarence Haring, profesor en Harvard, “de no haber surgido la circunstancia de las guerras en Europa, y de haber existido la posibilidad de que Fernando VII, después de su restauración hubiera acordado a sus súbditos una moderada libertad política y económica, el imperio se habría conservado, al menos por un tiempo. Las guerras de la independencia fueron esencialmente guerras civiles. Uno de los rasgos más llamativos de todo el movimiento fue la prueba de lealtad a España, que dio gran parte de la población. En muchas regiones, el núcleo de las fuerzas realistas estaba constituido por hispanoamericanos... En un principio, la mayoría de los criollos que tomaron y condujeron los movimientos revolucionarios no se mostraron propensos a romper por completo con España. Fácilmente podía haberse llegado a una reconciliación, otorgándose un tratamiento justo y razonable y adecuadas concesiones de autonomía... Se convirtió gradualmente en un movimiento contra la autoridad española por la fuerza de las circunstancias imperantes en Europa”.

En verdad, la independencia nació de tres causas: a) las discrepancias entre españoles sobre el poder a conferir al rey, b) el interés de la monarquía francesa restaurada en evitar reiteraciones más o menos revolucionarias en sus fronteras, y c), fundamentalmente, la personalidad del rey.

IV

Mas, fuese lo que fuera, bien se ha expresado que el 25 de Mayo se inicia el establecimiento de un nuevo Estado, siendo Buenos Aires su primer ámbito espacial, arrebatado a los dominios de su adversario el Virreinato del Río de la Plata, cuyo desmembramiento comienza a partir de ese momento.

Era necesario extender los ideales del movimiento a toda la España americana y ampliar el territorio a lo que había sido de jurisdicción virreinal, buscando el consenso popular, sin perjuicio del empleo de la fuerza de las armas.

Por tales razones, el 25 de Mayo de 1810 es el punto de partida de nuestro conflicto armado contra el Virreinato del Río de la Plata y, en definitiva, contra el imperio español.

A las acciones bélicas iniciadas desde Buenos Aires, el virreinato contesta con su propia declaración de guerra. En efecto, Francisco Javier de Elío recibió del Consejo de Regencia el nombramiento de virrey en reemplazo de Cisneros. El 12 de enero de 1811 arriba a la Banda Oriental, pero la Junta de Buenos Aires desconoce su investidura y se inician las hostilidades. La campaña oriental se insurreccionó, y de Elío sufrió una serie de derrotas militares. El sitio de Montevideo por Artigas y Rondeau fue suspendido por un tarando firmado entre la Junta y de Elío, pero poco después se reanudaron las hostilidades, que continuarían hasta la rendición montevideana, cuando los efectivos navales bajo el mando del almirante Guillermo Brown, y los terrestres patriotas mandados por el general Carlos María de Alvear, lograron que se rindiera la plaza, con sus 5.000 soldados, 9.000 fusiles, 350 cañones y unos 10 barcos.

España no renunció, ni aún después de ser vencida terminantemente en todo el subcontinente sudamericano, a los derechos legítimos que, según entendía, le correspondían desde el Tratado de Tordesillas; y recién durante la presidencia de Mitre reconoció, sin cortapisas, la existencia e independencia de la República Argentina.

Desde mayo de 1810 y hasta junio de 1814, siguiendo el ejemplo de Buenos Aires, se segregaron del Virreinato del Río de la Plata además de la Banda Oriental del Uruguay, hasta la total desintegración del mismo:

a) Las Intendencias de Buenos Aires, Córdoba del Tucumán y Salta del Tucumán, para formar las Provincias Unidas del Río de la Plata.
b) Las Intendencias y Gobernaciones del Alto Perú, para incorporarse al Virreinato del Perú.
c) La Intendencia del Paraguay, realizando su propia revolución en mayo de 1811, para aislarse y transformarse en Estado independiente.
d) Las Misiones de los jesuitas, para convertirse en posesiones de sus vecinos, es decir, del Paraguay, las Provincias Unidas, la Banda Oriental y Portugal.

Es entonces razonable afirmar que el Alto Perú, el Paraguay, la Banda Oriental y las Misiones, no se segregaron del territorio de las Provincias Unidas del Río de la Plata, sino del territorio virreinal.

En consecuencia, también resulta apropiado sostener que la jurisdicción territorial del virreinato en su conjunto de 4.800.000 kilómetros cuadrados jamás fue patrimonio de las Provincias Unidas del Río de la Plata y tampoco de la República Argentina, que se forma y organiza en la segunda mitad del siglo XIX.

El gobierno de Buenos Aires anhelaba la integración de todas las dependencias del virreinato dentro del cuerpo político patriota en formación, aspiración que resultó frustrada por los designios contrarios del Alto Perú, el Paraguay y la Banda Oriental, comarcas a las que, no obstante los reiterados y sacrificados esfuerzos de las Provincias Unidas, fue imposible convencer, combatiendo simultáneamente con los españoles en todos los frentes y conteniendo, al mismo tiempo, las pretensiones del imperio lusitano en el Plata. Ergo, es correcto que no puede interpretarse la frustración de esa intención como la pérdida de territorios que nunca pertenecieron a las Provincias Unidas ni tampoco llegaron a dominar, salvo efímeramente y por imposición de las armas.

Bien se ha sostenido que la integración de los territorios de las que fueron luego las provincias, en la futura República Argentina, fue lograda en lucha contra los Virreinatos del Río de la Plata y del Perú, haciendo frente también al expansionismo artiguista y pese al centralismo absorbente de Buenos Aires, y que el territorio de la Argentina resultó de la unión, constitucional y definitiva, de los Estados provinciales, concretada luego de cincuenta años de incesantes guerras interprovinciales e internacionales.

La hazaña fue posible gracias a gobiernos apoyados por la heroicidad de pueblos y soldados.

Y merced a ese mismo esfuerzo, hermanado con el de otros criollos americanos, las armas de la Patria dieron origen en los dieciocho años siguientes al grito de mayo a la independencia y organización política de seis naciones sudamericanas: Paraguay, Chile, Perú, Ecuador, Bolivia y Uruguay, que abarcan en su conjunto 4.000.000 de kilómetros cuadrados pertenecientes a la antigua jurisdicción hispánica.