lunes, marzo 01, 2010

Invitación Misa AFAVITA y otros

COMUNICADO DE AFYAPPA Nro 04 / 10

Invitación a Misa Mensual por las Víctimas del Terrorismo.





La amnistía, una posibilidad abierta

Alberto Solanet
Para LA NACION (miércoles 24/02/2010)

Es común a casi toda la dirigencia política afirmar la necesidad de que se arribe a un acuerdo parecido al Pacto de la Moncloa, denominación que se ha generalizado como consecuencia del acuerdo alcanzado en España luego de la muerte de Franco.
Un pacto así no sería otra cosa que un acuerdo nacional o, como alguien lo ha insinuado, una reedición del Acuerdo de San Nicolás.
Parece indispensable dar este paso, mediante el cual se convendrían políticas de Estado, orientadas al bien común, cuya aplicación pueda proyectarse en el tiempo, con independencia de los sucesivos gobiernos, que se obligarían a respetarlas. Ahora bien, ese "gran acuerdo" lleva implícito, como premisa necesaria, la concreción de una amnistía general, que clausure definitivamente la situación de encono, la venganza, la persecución implacable y todas las secuelas de la guerra contra la subversión ocurrida en nuestro país hace más de treinta años.
Pero hasta allí parecen no llegar nuestros dirigentes. En cuanto se pronuncia la palabra "amnistía", no demoran mucho en rasgarse las vestiduras, demostrando cuán alejados están de la racionalidad política y, seguramente, también del sentimiento de la inmensa mayoría de los argentinos.
Está claro que, ante esta actitud farisaica, hablar de amnistía no parece ser políticamente correcto, pues aunque se trate de una minoría la que no la acepta, hacen falta convicciones, grandeza y coraje para sostener la necesidad de su vigencia. Virtudes como ésas deberían aflorar en el escenario político. Basta con asomarse a lo que ocurre en los países vecinos para recibir, en esta materia, una elocuente lección.
En los últimos seis años, desde el Gobierno, se ha predicado, a tiempo y a destiempo, el odio y el resentimiento contra un solo sector de la contienda, como si la guerra se hubiera desatado sin que nadie la hubiera provocado. Se ha ido acentuando el hostigamiento contra los militares y contra las fuerzas de seguridad.
El objetivo es privarlos de su libertad a cualquier precio, anulando indultos que habían sido homologados por la Corte Suprema de Justicia de la Nación, derogando -a través del Congreso- las leyes por las que se habían extinguido las acciones penales, reabriendo los procesos y vulnerando la garantía de la cosa juzgada, violando, de modo manifiesto, el principio de legalidad, aplicando retroactivamente normas penales, desnaturalizando la forma republicana de gobierno, desconociendo la presunción de inocencia que tienen todos los procesados, negando la detención domiciliaria a quienes en derecho les correspondía, excediendo en muchos años los límites impuestos a la prisión preventiva por la Convención Americana sobre Derechos Humanos y su ley reglamentaria y ejecutando un amplio abanico de medidas persecutorias que sólo sirven para profundizar la discordia y frustrar la necesaria unión nacional.
Como consecuencia, en la actualidad hay más de seiscientos presos políticos -sin contar los ochenta muertos en cautiverio- cuyo encierro obedece a una decisión política, con la necesaria complicidad de una Justicia temerosa y prevaricadora, en la medida en que sus procedimientos y fallos desconocen los liminares principios señalados.
La Justicia ha sido conculcada a través de estas aberraciones, consumadas por quienes, se supone, son sus intérpretes. Ello exacerba rencores y fomenta la discordia.
No se puede reconstruir la República, si no impera la paz. La paz, que no es lo mismo que un mero pacifismo conformista.
La paz supone un orden justo. Como la definía San Agustín, la paz es "la tranquilidad en el orden". Para alcanzarla es necesario restablecer el pleno Estado de derecho.
Al mismo tiempo, es perentorio recuperar un valor propiamente político, como es la concordia o la amistad política a los efectos de un nuevo comienzo, con las ventajas consiguientes para la sociedad en su conjunto. El ministro Carlos Fayt, en sus disidencias en los fallos de la Corte que anularon las leyes denominadas "de punto final" y "obediencia debida", ha señalado que tanto amnistías como indultos configuran "una potestad de carácter público instituida por la Constitución Nacional, que expresa una determinación de la autoridad final en beneficio de la comunidad", relacionada con los objetivos del Preámbulo de consolidar la paz interior y promover el bienestar general.
La amnistía es un acto de recíproco olvido. Quien la recibe debe devolverla, y quien la da debe saber que él también la recibe. Marca un olvido, tanto de las injusticias pasadas y sufridas, como de la idea de someterlas al veredicto de la Justicia, presente o futura.
Urge, en vísperas del Bicentenario, en esta Argentina difícil, profundamente degradada, volver al cauce de la Constitución histórica, recurriendo a los remedios que están en su texto y que ninguna convención internacional ha abolido, que permitirían afianzar la paz interior y superar las secuelas más dolorosas de nuestra guerra, mediante una generosa ley de amnistía.
© LA NACION
El autor es abogado. Se desempeña como presidente de la Asociación de Abogados por la Justicia y la Concordia.

Yo fui un zurdito del Nacional de Buenos Aires

Por Rolando Hanglin
Especial para lanacion.com

Esto que voy a contar sucedió en 1961, cuando yo atravesaba mi tercer año en el venerable y amado Colegio Nacional de Buenos Aires, en la calle Bolívar. Ya por entonces, los adolescentes allí soportados estoicamente por el Rector Florentino Sanguinetti, que en paz descanse, ostentábamos el mismo perfil que los actuales alumnos. Estábamos intensamente politizados. De cada división de 40 chicos, unos 15 participábamos del centro de estudiantes, las asambleas, las conspiraciones, las bataholas entre "bolches" y "fachos".

En mi caso personal, me había asociado a la rama juvenil del Movimiento de Izquierda Revolucionaria, conocido como MIR Praxis y orientado por un gran pensador, el doctor Silvio Frondizi, que luego moriría asesinado durante la dictadura militar*. Cuando escribo "gran pensador" me refiero a su obra memorable en dos tomos, La Realidad Argentina, publicada en los años 50, donde Silvio pronosticaba la globalización económica y cultural, bajo el nombre de Integración Mundial del Capitalismo, etapa superior del Imperialismo.

Bien. Los adherentes juveniles pertenecíamos a la categoría de "activistas" mientras que otros, más adultos, figuraban como "militantes". Las actividades de Praxis, por aquel entonces, se reducían a una militancia discreta en las villas miseria, distribuyendo panfletos e intentando participar de asambleas o cooperativas obreras. Obviamente, los pobladores eran todos peronistas, de manera que nuestra visita les resultaba un poco incómoda. Pero nos toleraban.

Sobre todas las cosas, nuestra actividad política se centraba en el propio colegio. Escribíamos en revistas murales, impresas a mimeógrafo o mediante "rotaprint", participábamos de ardientes asambleas del Centro, debatíamos las obras de Franz Fanon, Antonio Gramsci, Hernández Arregui, Arturo Jauretche, Jean-Paul Sartre.

Nuestro archienemigo era el profesor de química, Luis Bontempi. Prohombre del colegio, columnista científico del diario La Prensa y anticomunista cabal. Bontempi era un hombre mayor (70 largos) que vestía siempre pantalón gris y blazer azul con botones dorados. Tenía unos pocos pelos blancos que coronaban su calva reluciente.

Bontempi entraba al claustro con cara de pocos amigos, sin saludar. En el acto se apagaba el murmullo de los alumnos. Permanecía en silencio un minuto o dos. Nosotros nos aquietábamos hasta que el profesor levantaba la cabeza y, mirándonos con seriedad, iniciaba su discurso con voz tonante:

- ¡Me jode... me jode...! - luego hacía una pausa y retomaba - ¡Me jode que se pongan de pie para saludar, se ve que tienen alma de lacayos! ¿A dónde fueron este fin de semana, a Odessa? ¿Los bolches ya recibieron la cartilla?

Bontempi sostenía que los bolches (nosotros) recibíamos desde Moscú una cartilla con instrucciones del Partido Comunista. A su juicio, dábamos un triste espectáculo en trenes y colectivos, manoseándonos con "pendejas sudadas". La cátedra de Química estaba salpicada por una serie de arbitrariedades y lagunas inconcebibles. Por ejemplo: los alumnos que portaban un apellido ilustre (recuerdo por ejemplo a Ortiz de Rozas, Peyrou, Telechea Aramburu y Charly Frondizi) recibían una nota generosa: 7 como mínimo. Otros de origen menos patricio debían conformarse con un 4. Yo, con apellido inglés, a veces zafaba con 6. Todo, independientemente de lo que escribiéramos en las pruebas escritas, que versaban siempre sobre temas que Bontempi no había explicado ni por las tapas.

Muchas veces fuimos a quejarnos a don Florentino, pero el sabio rector se encogía de hombros. Un poco, porque Bontempi era parte del riñón del colegio. Otro poco, porque Sanguinetti advertía que nosotros necesitábamos una contrapartida, un referente pedagógico del pensamiento conservador y autoritario. Es decir: que supiéramos que, saliendo de los libros de Eduardo Galeano e Ismael Viñas, había otra gente, otra realidad.

Cuando, al año siguiente, en su generosa modernidad, el rector Sanguinetti estableció el gabinete psicopedagógico y llenó el colegio de psicólogos, Bontempi estalló de ira.

Atrincherado en el gabinete de química (una especie de recinto cerrado) nos obligaba a formar fila como reclutas y allí, ordenándonos el silencio más absoluto, nos arengaba:

- ¿Saben cuál es la psicología? ¡Garrote! ¡Garrote y más garrote! ¡Sobre todo para los bolches!

En otras ocasiones, hallándose de buen humor, Bontempi nos explicaba alguna cosa sobre el sulfato de amonio o el cloruro de potasio, precipitados, reacciones y otras yerbas, siempre en tono rutinario. Como quien sabe que está diciendo algo aburrido. Y rematando la frase, expresaba quedamente:

- Todo esto sucede gracias al dedo de Dios.

Pausa. Bontempi respiraba. Alzaba la vista, abandonando por un instante las probetas y los frascos. Nos miraba.

- ¿Qué pasa, bolches? ¡Ya les la carita de asco! ¿No les gustó lo del dedo de Dios? ¡Así es, bolches, las cosas suceden porque lo manda Dios! Estos son los grandes misterios de la existencia, que no están al alcance de pendejos como ustedes...

Así nos chumbaba, diariamente, el brillante profesor Bontempi, de quien hemos aprendido mucho. Todos lo recordamos con afecto por su gran sentido del humor y su genial arbitrariedad.

Pero en aquel tiempo teníamos 15 o 16 años.
Nuestro gran tema era "la revolución". La socialista, por supuesto. ¿Cómo sucederá? ¿Qué papel jugaremos en ella? ¿Será este mismo año, dentro de diez años, a la caída de Frondizi? Estábamos seguros de que, en un proceso histórico de irresistible aceleración, las bases obreras peronistas abandonarían a la burocracia de Andrés Framini, Augusto Vandor y José Alonso, para unirse a la vanguardia marxista con su partido armado (que éramos nosotros mismos, pero enfocados por una película de Sergio Eisenstein) y procederían a tomar el poder. Naturalmente, esta toma del poder no sería pacífica sino una verdadera revolución social, con la fórmula de la "guerra popular prolongada" (Ho Chi Minh en Vietnam) o el "foquismo latinoamericano" y finalmente el paredón de Fidel Castro y Ernesto Guevara. Eso sí: en el momento culminante de la revolución, todos los enemigos serían pasados por las armas. Como en la Revolución Rusa , la Francesa o la China. Paredones y horcas por todas partes, ya que "la violencia es la partera de la historia", según había establecido Vladimir Ilich Ulianov (Lenin) o tal vez el mismo Karl Marx.

No nos atrevíamos a pensar que, en ese paredón, en esos patíbulos, serían inmolados nuestros propios padres y madres, tíos y tías, primos y primas, todos miembros de la aborrecible burguesía. Ese detalle lo dejábamos para una reflexión posterior.
 
Para nosotros no había nada más repulsivo que la burguesía. Siendo, nosotros mismos, hijos mimados de la burguesía argentina, enviados para nuestra educación a un colegio de excelencia histórica, sentíamos que todo lo burgués nos producía náuseas. El matrimonio burgués, las leyes burguesas, los prejuicios burgueses, la familia burguesa, los partidos políticos burgueses, las casas burguesas. En aquella época estaba de moda (entre nosotros) el arquetipo del "hombre total". Para entrar en ese molde, había que "militar". Quiero decir, realizar alguna militancia, pero no en el ámbito burgués sino en las villas obreras. Y además había que acostarse con la novia. La de uno, aclaremos. Esto nos consagraba como "hombres totales". No ya chiquilines con una noviecita burguesa para ir al cine o a tomar el té. ¡No! Una pareja militante, comprometida, involucrada, total, debía tener sexo. Y lo lográbamos, a nuestros 17 años, con chicas de 15, o más... o menos.

En fin: ese era nuestro universo mental.
De aquella generación (promoción 64) saldrían los guerrilleros del año 70, cuando el izquierdismo se hizo repentinamente masivo y un remolino ideológico juntó a los trotskistas con los de la Fede (Federación Juvenil Comunista) a los social-cristianos con los tercermundistas, a los "facho-católicos" de la Guardia Restauradora Nacionalista con los "facho-populistas" de Tacuara y, todos juntos, desembocaron en el grupo Montoneros con sus agrupaciones paralelas: FAR, FAP, el ERP. Después sobrevendrían los asesinatos históricos (Aramburu, Vandor, José Alonso, José Rucci) la masacre de Ezeiza, la Triple A y la represión ilegal de Videla-Massera-Agosti.

La saga de los Montoneros sigue siendo -a mi modo de ver- la gran aventura histórica de nuestra generación. Muchos de mis compañeros del colegio están desaparecidos o muertos. Otros se exilaron. Algunos nos bajamos a tiempo del tren que conducía hacia el precipicio. Suerte. El destino que se cruza. Una novia providencial. O tal vez, sencillamente, no teníamos coraje para semejante empresa. Esas cosas. Por supuesto, están los que sobrevivieron y siguen dedicados a la política, pero ya con mucha experiencia y sin armas.

La aventura de Montoneros, como la Guerra del Paraguay, la Conquista del Desierto o la recuperación de las Malvinas, es uno de esos episodios de violencia cruel que salpican nuestra historia y no pueden dejar a nadie indiferente. Yo, al menos, leo todo lo que se publica sobre Montoneros y me conmueve encontrar nombres de ex -compañeros, porque... "yo pude haber estado ahí".
 
Algo debo decir para completar estos recuerdos: cuando éramos fervorosos militantes de izquierda, nunca nos interesaron los Derechos Humanos. Eran prejuicios burgueses. Eran principios que debíamos violar uno por uno, si pretendíamos realizar una verdadera revolución social con paredón, fusilados y eliminados. Aspirábamos a ser combatientes, no ciudadanos correctos de la democracia burguesa. La democracia nos parecía una estafa y un vil negocio de "marketing".
 
¿Cómo fue que los guerrilleros implacables se convirtieron en devotos de los derechos humanos? Eso no lo sé. Los derechos humanos eran propaganda yanqui, como lo demostraron sus grandes impulsores, Jimmy Carter y Patricia Derian, cuando hacían tambalear a los generales del proceso argentino. En mis tiempos, los DDHH no tenían nada que ver con la izquierda: eran una bandera del enemigo burgués. No comprendo cómo se operó la mutación que estamos presenciando.

¡Pero hay tantas cosas que uno no entiende!

Casi todas.

Los que dejan que los humillen por temor o facilismo perpetúan no sólo su propia humillación, sino la de sus descendientes. No comprenden que mientras más se dobleguen más los doblegarán. Al contrario, aquellos que no se aceptan que los humillen y que no entregan sus conciencias, aunque anden desnudos y tan sólo coman mendrugos de pan, son mucho más dignos que los que se visten de seda a expensas de sus conciencias."

VICTOR HUGO (Los Miserables). Silvio Frondizimurio el 27 de Setiembre de 1974 en pleno gobierno constitucional de Isabel Peron